Caballo de guerra

Crítica de Matías Orta - A Sala Llena

Según sus detractores —y también algunos fanáticos, pero en un sentido menos despectivo—, Steven Spielberg parece tenerlo todo bien planeado: hace una película “para llenarse de plata” y otra “para llenarse de premios”. A veces, en un mismo año, estrena una y una, como en 1993 (Jurassic Park y La Lista de Schindler), en 1997 (El Mundo Perdido y Amistad) y en 2005 (La Guerra de los Mundos y Munich). En todos los casos, más allá del tono y la temática, el director nunca deja de contar bien una historia. Y en 2011 lo hizo de nuevo, con Las Aventuras de Tintín y la que hoy nos ocupa: Caballo de Guerra.

Inglaterra, 1914. Los Narracott, una familia de granjeros, adquiere un caballo para trabajar la tierra. Albert (Jeremy Irvine), el hijo del matrimonio, se encariño rápido con el animal, al que bautiza con el nombre de Joey. Pero la situación económica es alarmante y el padre (Peter Mullan), pese a haberlo comprado, se lo vende al ejército británico, que se prepara para combatir en la Primera Guerra Mundial. A partir de allí, Joey irá pasando por diferentes manos, y en cada grupo humano, pese al clima de violencia, encontrará un alma bondadosa que lo ayudará a sobrevivir. En tanto, Albert se convierte en soldado sólo para buscar a su gran amigo.

A partir de la ida del caballo, la película adquiere una estructura episódica, ya que los personajes con los que se cruza guardan diferentes historias y puntos de vista sobre la contienda bélica: dos jóvenes soldados alemanes desertores, un anciano francés y su nieta... De hecho, Joey es una gran excusa para mostrar varias miradas sobre la Primera Guerra Mundial, conflicto con el que el realizador se mete por primera vez luego de sus enfoques sobre la Segunda Guerra Mundial en Rescatando al Soldado Ryan y las series Band of Brothers y The Pacific.

Como en todas sus obras, Spielberg nos presenta personajes comunes envueltos en situaciones extraordinarias que los llevarán a perder la inocencia (aunque el enfoque del director es casi siempre optimista). Puede apreciarse en Albert, que pasa de ayudar en el campo a sus padres a matar enemigos en el Frente. Lo mismo Joey: un caballo de casa que debe soportar que lo usen para fines crueles, como llevar soldados y cargar cañones. Pero ninguno de los dos se rinde nunca, a pesar de los bombardeos y de la muerte y de la desesperación.

Y, una vez más, Steven S. vuelve a dar cátedra de cómo hacer cine y cómo conmover al espectador sin ponerse sensiblero. Basta con chequear escenas como la de Albert y Joey tratando de arar un terreno pedregoso, la partida de Joey a la guerra y la de los dos soldados enemigos que se unen para liberar al caballo de los alambres de púas.

Como en sus films “serios”, hay momentos fuertes, principalmente cuando la acción se traslada a las batallas. Sin embargo, la violencia es más contenida que en Rescatando... y Munich (Nada de sangre ni cuerpos desmembrados). Algo buscado desde el vamos, debido a la naturaleza ATP de la historia.

Nuevamente, el director supo reunirse de guionistas a la altura del proyecto. Por un lado, Lee Hall, famoso por escribir Billy Elliot, y Richard Curtis, el mejor guionista inglés de las últimas cuatro décadas, con una mano maestra para la comedia, el drama y el romance. Ambos se basaron en la novela de Michael Morpurgo, que también tuvo su versión teatral.

Todo esto, ayudado por otra soberbia música de John Williams (en el Top Ten de las composiciones más memorables realizadas para Spielberg) y una fotografía exacta a cargo de Janusz Kaminsky, con muchos colores marrón y verde.

La principal influencia de la película puede rastrearse en la obra —épica e intimista al mismo tiempo— de John Ford. Las relaciones entre los personajes y el clima rural británico remiten a las maravillosas Qué Verde era mi Valle y El Hombre Quieto. Pero también hay conexiones con Más Corazón que Odio: también hay un personaje que es separado de la familia, y un grupo de valientes (encabezados por John Wayne) debe ir en su rescate, lo que toma varios años. Otra referencia cinematográfica poderosa es la película de 1930 Sin Novedad en el Frente, de Lewis Milestone, en la que se mostraba el sufrimiento de los pobres caballos durante la Primera Guerra Mundial (Actualmente se está preparando una nueva versión, protagonizada por Daniel Radcliff).

Si bien el protagonista es Joey, lo acompaña un excelente elenco de actores humanos, mezcla de veteranos y talentos en ascenso, todos de Europa. Jeremy Irvine es la revelación, en un papel de joven luchador, que nunca se rinde, pero que deberá soportar terribles golpes. Emily Watson y Peter Mullan interpretan a sus padres (Curiosamente, en la premiada producción inglesa Tyrannosaur, Mullan hacía un chiste relacionado con Jurassic Park). Por su parte, David Thewlis es Lyons, el casero que siempre reclama el dinero de la renta y quien primero se interesa por adquirir a Joey. Tom “Loki” Hiddleston y Benedict “Sherlock” Cumberbatch hacen de dos militares ingleses a los que querríamos ver más tiempo en pantalla. Pero el que se roba todas sus partes es el francés Niels Arestrup, actor fetiche de Jacques Audiard, que lo dirigió recientemente en Un Profeta. Arestrup encarna al anciano que debe cuidar a su nieta y que será de ayuda para Joey.

Caballo de Guerra está destinada a ser amada por los incondicionales de Spielberg, así como odiada por quienes todavía lo consideran un “pocholero pro-yanqui”. Sus nominaciones al Oscar son más que merecidas. Si bien fue ignorada en el rubro Mejor Director, el Gran Steven vuelve a demostrar por qué el más grande cineasta vivo y un narrador como los que están escaseando.

Eso sí: antes de ingresar a la sala, no dejen de comprar paquetes de Carilina.