Buscadores de identidades robadas

Crítica de Diego Batlle - La Nación

El director de Las patas de la mentira y El Nuremberg argentino reconstruye en este documental la historia y el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), responsable de haber identificado casi 600 cadáveres enterrados como NN en fosas comunes durante la última dictadura y de haber encarado trabajos similares en varios otros países.

El resultado de esta investigación es un documental de gran interés y valor testimonial, aunque con una factura bastante elemental, un sentido decididamente didáctico y una clásica estructura televisiva; es decir, sin el más mínimo vuelo "cinematográfico": el triunfo del contenido por sobre la forma.

El esquema narrativo es básico y está sostenido, sobre todo, por declaraciones a cámara mechadas por imágenes de archivo del período del Proceso, del histórico juicio a las juntas militares, de los noticieros de las distintas épocas y, claro, de las múltiples actividades del EAAF.

El film describe la épica de aquellos antropólogos, arqueólogos y genetistas (a veces acompañados por médicos, biólogos y odontólogos forenses) que dedicaron años y décadas de sus vidas a que esos miles de restos enterrados o apilados alcanzaran su entidad, encontraran finalmente su nombre y apellido gracias a la técnica de identificar personas con el ADN de los huesos, comparándolos con el de familiares directos.

"Hemos identificado a menos del 10 por ciento de las víctimas, eso habla de la modestia que debemos tener", dicen. Pero ese "poco" que consiguieron es muchísimo para decenas de familiares de desaparecidos que pudieron armar su rompecabezas íntimo y terminar el calvario.

Formado en 1984, el EAAF contó con muy distintos apoyos (desde las Abuelas de Plaza de Mayo hasta la Conadep, pasando por múltiples jueces, el movimiento ecuménico y especialistas estadounidenses como Clyde Collins Snow y Eric Stover). Precisamente, la capacitación y financiación que el gobierno norteamericano le dio al equipo fueron motivo de más de un debate interno.

La película crece en intensidad emocional cuando los protagonistas cuentan anécdotas más íntimas, personales, o cuando se describe brevemente algún caso de exhumación e identificación exitosa (algo que ya se había trabajado con mayor profundidad en el documental Tierra de Avellaneda , de Daniele Incalcaterra). Así, incluso con sus limitaciones narrativas, se trata de una historia que merecía ser contada y reivindicada.