Blue Jasmine

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

¡La nueva de Woody!, vamos al cine felices cada vez que el director neoyorkino estrena película y con “Blue Jasmine”(USA,2013) la felicidad es potenciada porque, sin querer desmerecer sus anteriores y reciente realizaciones, vuelve a sus clásicas películas de diálogos y situaciones fuera de su propia neurosis y auto referencialidad.
En “Blue…” está Jasmine (Cate Blanchett) una mujer de la high society de Nueva York que ve como su mundo se desploma al quedar en bancarrota después que se descubre que Hal (Alec Baldwin), su marido, realizaba desfalcos financieros, alguien que recomendaba a quien tenía dinero “lo primero que deben saber es cómo eludir al Gobierno”.
Allen cuenta con maestría cómo esta mujer debe adaptarse a una situación completamente diferente hasta hace minutos, a compartir con su hermana adoptiva Ginger (Sally Hawkins) y sus dos hijos un pequeño departamento en San Francisco y a ver de qué manera puede sobrellevar las consecuencias del colapso nervioso que sufrió.
Pero Ginger está con Chilli (Bobby Cannavale) un misógino y desagradable mecánico que intentará: 1- Conseguirle pareja a Jasmine 2- Ayudarla a encontrar un trabajo (“podés ser enfermera, porque las enfermeras son buenas en la cama porque conocen bien el cuerpo humano”)3- Hacerle ver a Ginger que su hermana la está usando y que cuando tenía dinero nunca la llamaba para ver cómo estaba. Y ahí está una de las dinámicas de “Blue Jasmine” la racionalidad (que le queda) a Jasmine frente a la impulsividad de su hermana y novio, que obviamente terminará en peleas y discusiones que en la pluma del Allen guionista tienen el tono que ningún otro realizador puede lograr.
Además Jasmine impulsará a Ginger a realizar cambios en su vida. Porque en esta película (la número 43 de Woody Allen como realizador) las transformaciones son uno de los tópicos principales. Ninguno de los personajes pasará por Blue Jasmine sin haber al menos cambiado/evolucionado en su totalidad o en parte para bien o para mal. Desde el primer momento que aparece Jasmine (Blanchett) la cámara de Allen se enamora de ella y le otorga presencia y diálogos increíbles en casi todas las secuencias de la película.
Con primeros planos de ella interactuando con su nuevo entorno la narración avanza sin darnos cuenta. Jasmine necesita cambiar de aire y decide ir a una fiesta de una compañera de un curso de computación que está realizando en la que conoce a Dwight (Peter Sarsgaard), un ascendente político del que termina enamorándose y al que decide omitir contarle su pasado. Ay Jasmine! La mentira tiene patas cortas!!! ¿no sabés eso?
Esta es una película dentro de “Blue Jasmine”, la otra es la de la vida opulenta de su pasado, que disruptivamente y a través de flashbacks van completando su matrimonio con Hal. Este es el mundo de las casas en los Hamptons, las fiestas de vestidos largos y smokings, las mansiones en las afueras de Nueva York, los departamentos en la quinta Avenida, las tiendas lujosas, las botellas de MOET.
Una vida ¿feliz? Mientras ella miraba hacia otro lado ante los “engaños” económicos y amorosos de su marido. Allen reflexiona sobre elecciones (para bien o mal) y la importancia de poder superar algunas situaciones y de cómo algunos no lo pueden hacer. “Blue Jasmine” es una película que retoma la verborragia de “Hannah y sus hermanas” y la profundidad de “Interiores” y “La otra mujer”, además de darle el protagónico a una mujer nuevamente, y que aquí Cate Blanchett (¡alarma de Oscar!) logra componer una increíble Jasmine que nos hace empatizar con ella desde el segundo uno que aparece en la pantalla.
Enorme. Hermosa. Gran película.