Bigli

Crítica de Gustavo Castagna - A Sala Llena

MANUAL DEL ANTIHÉROE

Un hombre, una botella, un barco. Y en la botella mucho alcohol y en ese barco la más completa soledad o la reciente viudez de Bigli, el personaje central. O, en todo caso, la soledad afectiva, el dolor de por quien ya no está a su lado, la compasión de algunos pocos y el rechazo de una buena parte de aquellos que lo rodean.

Bigli es un personaje de Bukowski a la espera de la sudestada, de ese viento de cambio que modifique su comportamiento, de esa chance de servir para algo descreyendo de la mirada hosca de los otros. Tiene el apoyo de un pariente cercano pero será su sobrina el motivo por el que Bigli intente reencauzar su vida de perdedor y borrachín con deudas por todos lados. Será esa sobrina y un hecho de su privacidad aquello que a Bigli lo convierta en un antihéroe, alejándose por un rato del manual de perdedores y de las conversaciones con un amigo sobre los cadáveres exquisitos y prestigiosos del rock nacional, tal como empieza la película de Nicolás Tacconi.

La geografía es la ideal para la construcción del personaje: lejos del mundanal ruido, cerca de la barra y de la botella y ahora desempleado como periodista. La apuesta de Tacconi, en cuanto a climas y atmósferas es más que arriesgada: jugar con distintos tonos y géneros sin contemplaciones, sorprendiendo al hipotético espectador que observa a Bigli triste y meditabundo en ocasiones, luego bailando solito como si estuviera improvisando una coreografía alcohólica, al borde del grotesco cuando tiene sexo interrumpido (“lávate la cara que tenés olor a concha”, le dice alguien), y finalmente, decidido a convertirse en ese antihéroe de fábula o de cuento corto, de literatura de pocas páginas, al rescate de su sobrina, o en todo caso, de la necesidad de protegerla de propios y extraños.

En esa confluencia de géneros y tonos, Bigli gana y pierde la partida, ya que la narrativa desconcierta por momentos pero se aferra al impacto, a esa sorpresa con la que se apela al espectador. Allí están los decibeles mismos de la película, y al mismo tiempo, su intrínseca originalidad: la zona de riesgo que se impone en la historia que proponen Tacconi y los guionistas.

El plantel actoral es de primer nivel aun en papeles menores (Celentano, Onetto, Katz, Bigliardi, Arenillas), con un destaque en la joven pareja encarnada por Laura Grandinetti y Rocco Posca.

Pero está Luis Luque en la piel dolorida de Bigli y sería imposible omitir su presencia de la película. Él es Bigli (la película) y Bigli (el personaje): exuda tristeza y alcohol, respira melancolía y afán suicida, arrastra las palabras cuando habla y baila sin prejuicios, se lo ve con la mirada perdida, escarbando en ese pasado que no volverá y afrontando tal vez la última misión que puede cumplir en su vida.

Es un personaje ético, peligroso, absorbente, declamatorio, border.

Y el actor le ofrece todos los matices posibles para transformarlo en un auténtico antihéroe. Más allá de sus derrotas y de sus contadísimas victorias.