Belfast

Crítica de Santiago García - Leer Cine

Cuando un cineasta vuelve sobre los años de su infancia muchas veces dice lo que intenta decir y a la vez termina mostrando su más auténtica concepción del cine en general. Cada licencia poética, recurso visual, detalle emotivo o resolución de escenas confirma como entiende el arte cinematográfico y como lo utiliza para mostrar algo que suele ser profundamente subjetivo y muchas veces inexacto. Volver sobre la infancia es mostrar cosas que no se entendían en aquel momento e intentar reconstruirlas desde el presente. Si el cineasta se anima, tendrá escenas inverosímiles, absurdas y muchas veces graciosas sobre situaciones que en su momento tal vez no lo fueron. Por eso Belfast de Kenneth Branagh, con virtudes y defectos, es una gran película, la confirmación de todo lo que Branagh tiene para contar y sus herramientas más poderosas para hacerlo.

Seguramente a un artista no le gustaría la siguiente afirmación, pero igual en este caso yo la considero un elogio: Kenneth Branagh no es oscuro. Su cine, más tarde o más temprano, delata una mirada feliz del mundo, una alegría de vivir que se les escapa al director, incluso cuando en 1996 dirigió una versión íntegra de la tragedia más grande de Williams Shakespeare: Hamlet. Belfast transcurre en un barrio de la capital de Irlanda del Norte en el año 1969. Buddy (Jude Hill), el protagonista, es un niño de nueve años que vive con su familia protestante de clase trabajadora en el momento en el cual estallan los conflictos conocidos como The Troubles. Grupos de protestantes atacan las casas y negocios de los católicos y la familia de Buddy queda atrapada en medio del conflicto a pesar de las presiones para que sea leal a los miembros de su religión. El padre de Buddy trabaja en Inglaterra, pero regresa para ver que su familia esté bien. La madre (Caitríona Balfe), el padre (Jamie Dorman), el hermano mayor (Lewis McAskie) y Buddy observan la creciente violencia y la división del barrio donde viven. A su vez, los abuelos paternos de Buddy (Judi Dench y Ciarán Hinds) cuidan y comparten la experiencia de las nuevas generaciones y la tristeza de los conflictos que van en aumento.

Branagh filma en blanco y negro esta mirada de su propio pasado. No es el primer film en blanco y negro de su carrera, pero igualmente tiene un prólogo y un epílogo en colores, más algún momento más que no anticiparemos. Su capacidad para hacer convivir momentos más ambiciosos y otros más estándar ha sido desde siempre la marca de su cine. Alguna vez declaró, al contratar a Michael Keaton para Mucho ruido y pocas nueces (1993), que su deseo era que la gente entendiera que Batman y Shakespeare pertenecían al mismo mundo. Por eso también dentro de la película ven Un tiro en la noche (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962) y A la hora señalada (High Noon, 1952) dos películas que la cinefilia más dura jamás mezclaría pero que para Branagh representan el heroísmo del western. El heroísmo fordiano y el otro. Pero también aparece Disney, que le da color a la salida familiar. El cine como escuela de valores, el cine como fantasía, felicidad, el cine como la manera de entender el mundo.

La película tiene momentos extraordinarios, llenos de humor y profunda emoción. La imagen del niño como caballero con espada y escudo, la mirada del padre como un gigante protector, los temores por cosas menores y la inocencia de no entender lo que realmente debería producir miedo. Los abuelos de manual, idealizados, novelizados prácticamente, construidos por la memoria familiar más que por la realidad. La burla a los momentos de “irlandeses profesionales” y en definitiva la historia que se parece a la de todos nosotros. Ya sabemos que no fue todo así, pero como bien dicen en la película de Ford mencionada, imprimimos la leyenda.

Como muchos cineastas en la historia del cine, Branagh mira esa ciudad que lo vio crecer y que dejó atrás con una mezcla de sensaciones. No es solo una ciudad lo que se abandona cuando toca irse a buscar otros rumbos y Belfast lo capta a la perfección. Branagh es simple por momentos, subrayada en otros y el director se siente obligado a decir cosas para entender que ama a Irlanda del norte. Pero como cineasta y como niño que nació allí, se siente agradecido y comprometido con su pasado. La ciudad de Belfast tiene como lema la frase “Pro tanto quid retribuamus” que en latín significa “Habiendo recibido tanto, lo que debemos devolver” y curiosamente esto no solo se aplica a este film de Branagh sino también a gran parte de su filmografía. Kenneth Branagh sigue siendo un cineasta versátil, apasionado y lleno de energía, y también parece un artista agradecido por el camino que lo ha traído hasta aquí.