Belfast

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Este relato semiautobiográfico, centrado en la ciudad que viera nacer al director y guionista Kenneth Branagh, en medio de una convulsa década del ’60, se conforma como un retrato entrañable, simpático y sincero hacia un coming of age filmado en precioso blanco y negro. Branagh rescata el natural y atávico escapismo del cine, en su condición irrenunciable. Allí podemos y solo allí, disfrutar de ese color que atesoran ciertas escenas. Viaje en el tiempo al otro lado de la ilusión, sumidos en el refugio que nos salva del mundo exterior en perenne conflicto; fuera de todo tiempo y espacio puede perdurar una jota como la presente, condensando en sus fotogramas la valía interpretativa de los gigantes Judi Dench y Ciáran Hinds. Como si fuera poco, Van Morrison se adueña de la banda sonora para obnubilar nuestros sentidos. Puro amor al cine que recuerda a “Cinema Paradiso” (1990), auténtica realidad escindida que nos transporta hacia “La Vida es Bella” (1997).

Liderando como favorita las apuestas de los Premios Oscar próximos a celebrarse, “Belfast” recrea una infancia en medio de una nación dividida, inmersa en la lucha entre protestantes y católicos. Resulta imposible no ver, en el joven que con total prestancia interpreta Jude Hill, al inmenso Branagh, sumamente activo en la silla de director a lo largo del último lustro. Si repasamos su trayectoria dirigiendo films, observaremos que debuta tras las cámaras con una adaptación de William Shakespeare, la impactante “Enrique V” (1989). Su obsesión con el inconmensurable literato inglés lo ha llevado a superar a los mismísimos Orson Welles y Laurence Olivier. Su insistencia en transponer a Shakespeare, de modo exhaustivo, no ha descuidado otros proyectos de interés como “Morir Todavía” (1991) y “Los Amigos de Peter” (1993). Eclético, más tarde exploró las aventuras de Tom Clancy para “La Sombra de Jack Ryan” (2016), de cierto modo interpersonal y desdibujando su rastro de autor.

Es aquí justamente tal sendero el que retoma, en el deseo de explorar el territorio más íntimo y privado, en la urgencia de contar el conflicto y la violencia que atravesaron sus años de juventud. Algunos directores parecen estar esperando toda una vida para realizar aquella gran obra, y parece que Branagh lo ha logrado con “Belfast”. No solo porque refleja la autenticidad de un conflicto político que acaba afectando a su círculo familiar, no solo porque la inocencia, desde sus ojos, es una bendición en la incapacidad para entender la necedad humana. En “Belfast” existe algo poderosamente simbólico que nos atraviesa. Es la utilización de las herramientas estéticas en perfecta sincronía, y es aquel sentido de profunda nostalgia, traslucido tras un preciosismo de la imagen que no pierde un ápice de su valor dramático. Sencillo resulta relacionar este film con la autorreferencial “Roma” (2018), de Alfonso Cuarón.