Batman

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Llegó un nuevo Batman, el de Robert Pattinson. Es una versión nihilista. Como un emo adicto a la ira, con sus mechones de cabello mojado cayendo sobre su rostro.

En una Ciudad Gótica azotada por la lluvia, sin la excentricidad gótica de Tim Burton o el exceso de neón de Joel Schumacher, a Matt Reeves lo habrán ido a buscar porque el tipo sabe cómo infundir en material recontra visto (es responsable de la muy atractiva saga de El planeta de los simios) un aire distinto. No precisamente refrescante, viendo lo que hizo con Batman.

No por nada Venganza era el título del primer script de esta película. Y se basa en el cómic Batman: Year One, cuatro números firmados por Frank Miller y David Mazzucchelli, donde Bruce Wayne se convierte en justiciero.

Noir y detectivesco
Un film noir, un filme casi detectivesco, en el que el protagonista debe averiguar la identidad del criminal que está eliminando de a uno a los hombres del Poder. El villano, es decir El Acertijo (Paul Dano), vestido con su máscara antigás de la Primera Guerra Mundial, sale de las sombras -no las de Batman- y mutila rostros, corta pulgares o utiliza una palita para despegar alfombras y desagradablemente a ratas como armas. Le encanta aparecer en las redes sociales.

Con una apertura mística, con el Ave María de Schubert, es Halloween, y la primera víctima es el alcalde de Ciudad Gótica. Es tiempo de elecciones, se venció a un zar de la droga, pero hay adictos a una nueva, llamada “gota”, y nadie parece querer hacerla desaparecer.

Al asesino -que es visto por el hijo del alcalde, como si el pequeño Bruce Wayne viera asesinar a sus padres en el callejón aquella lejana noche-, le gusta dejar tarjetas como de cumpleaños o de salutación a The Batman, en la que le da pistas a la manera de acertijos. Que nuestro (anti)héroe se encargará de dilucidar ante la impávida cara de quienes lo rodean -por lo general, el Comisionado Gordon, un Jeffrey Wright que le da prestancia y conciencia al policía bueno, justo y no corrupto-.

Batman es un justiciero nocturno. Prenden la Batiseñal, y allá va. En moto o como sea. "Es una gran ciudad -dice con voz grave-. No puedo estar en todas partes''. O "Piensan que me estoy escondiendo en las sombras, pero yo soy las sombras''.

A Bruce Wayne, un Batman moderno, lo torturan el pasado, el ánimo de la venganza y también las dudas. Existenciales y a cerca de su herencia. ¿Su padre era quien realmente él creía que era? La Ciudad Gótica, o sea Nueva York, ¿se enfrenta a lo peor de la condición humana, con vándalos acechando en el subte a un miembro de una minoría racial?

Bruce no parece un multimillonario. Su aspecto, cuando se saca la máscara, es más similar al de un pobre tipo que, si tiene heridas, pueden ser tanto por los golpes que recibe en sus salidas nocturnas como provenir de adentro.

¿Quién puede impartir justicia? El que esté limpio de pecados que se saque primero la careta.

Esa búsqueda detectivesca, en la que Batman y el Comisionado Gordon se funden recuerda, cómo no, a Pecados capitales -con los cruentos crímenes de John Doe-, y es la que le sienta al filme para diferenciarse más aún de los Encapotados anteriores. Pero se siente la influencia de Batman, El caballero de la noche, el filme de Christopher Nolan de 2008, que dio vueltas todo lo referente a Batman, replanteando el cómic como una historia realista sobre la ruina de la condición humana. Aquí, Reeves apuesta a ser más seco. Duro.

Pero, con todo, aquel filme en el que Batman rivalizaba con el Guasón de Heath Ledger era más potente, severo. Este quiere ser más serio.

Esta Batman es más sombría que la trilogía de Nolan, sí, pero no tiene la potencia ni un guion como los de los filmes con Christian Bale.

¿Es mejor? Eso lo decidirá cada uno. Un problema que tiene el Batman, el personaje de Robert Pattinson, es que no crece, no cambia a lo largo del relato. No tiene una sola variación en el estado de ánimo y el tono.

Michael Giacchino -un compositor que va de Up a Spider-Man: Sin camino a casa, la inminente Jurassic World: Dominio y la próxima de Thor- superpone notas de Something in the Way, de Nirvana, en el tema principal de la película, que se escuchará en el comienzo y se irá repitiendo. El tono es lúgubre.

Es que Batman, decididamente, ya no puede ser un tipo divertido. Todo lo que veamos de aquí en más será una metáfora de la decadencia americana del siglo XXI. ¿Quién puede protegerlo? El sistema, corrupto, claramente, no. ¿Y entonces…?

La acción no es espectacular, los gadgets no son para quedarse con la boca abierta. Tampoco el Batimóvil despertará la admiración de los fierreros. Aquí nada es extravagante, quizá para diferenciarse de los Batman anteriores. Este es oscuro como ningún otro. En esta Ciudad Gótica mugrienta siempre llueve, las acciones por lo general son de noche, lo que favorece la iluminación de Greig Fraser (candidato al Oscar por Duna).

El Batman de Pattinson jamás sonríe, salvo en una toma, que esboza una tenue sonrisa, está atormentado por todo: por la muerte de sus padres, por la Ciudad Gótica que ve en decadencia, por cierta impotencia… Si cuando está frente a frente de Gatúbela y muy cerca… Descubran quién da el primer paso para el beso. Vestidos de cuero en un terraza, prometían más que unos besitos.

Pero el final -y eso que hay como tres- elude las crisis existenciales de Batman. Ese giro es poco convincente. ¿O Batman era una de superhéroes salvando a Ciudad Gótica, y recién nos damos cuenta? La secuencia final, de acción, era más típica de un héroe menos solemne.

Entre los personajes que aparecen está Carmine Falcone (John Turturro), mafioso que tiene un club nocturno al que acuden los poderosos. Zoë Kravitz es una magnética Selina Kyle/Gatúbela -así como el Guasón de Jack Nicholson eclipsaba al Batman de Michael Keaton…,- una ladrona acróbata también sedienta de venganza, un Andy Serkis supremo como Alfred (era César en El planeta de los simios, con captura de movimientos), y un Colin Farrell irreconocible debajo de esa pila de maquillaje como El Pingüino, al que no lo dejaron fumar en boquilla, ni tener un habano sin prender entre sus dedos regordetes.

En cuanto a su extensión, vayan sabiendo que dura casi tres horas, para los que esperen la “escena” postcrédito, una toma que es más guiño que otra cosa.