Batman

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Un murciélago detective y rescatista

Batman, creación de 1939 de Bob Kane y Bill Finger, responde al concepto del magnate benefactor en tanto “compensación” simbólica/ cultural norteamericana del capitalismo hambreador e hiper inestable de la Crisis del 30 y la Gran Depresión en general, algo -visto a la distancia- muy retro e irrisorio en tiempos de juntas directivas impersonales y CEOs totalmente intercambiables en las cúpulas de las grandes corporaciones, de allí que en el sustrato vintage de la memoria popular internacional acerca del personaje que nos ocupa la faceta legitimadora del éxito en los negocios, la primigenia hermanada a los polizontes y los bandoleros idealizados, haya perdido fuerza hasta dejar espacio al costado protector y de cuasi ciencia ficción del protagonista, esto de ser un millonario que niega la avaricia de sus equivalentes de carne y hueso y apuesta a ayudar al prójimo poniéndole el cuerpo -y la fortuna invertida en la Baticueva, el Batimóvil, el legendario traje y las decenas de costosos aparatejos- a la lucha contra la lacra delictiva más burda, los malhechores rasos, y sobre todo los capos del rubro, siempre amalgamados al empresariado al que paradójicamente el amigo Bruce Wayne pertenece símil oveja negra o quizás excepción que confirma la regla de la explotación y el parasitismo social por parte de las elites capitalistas y sus personeros jurídicos, policiales, financieros, mediáticos y hasta políticos. Batman, en este sentido, fue posicionándose con los años como el héroe del pueblo, no sólo porque es fácilmente identificable por todo el público a lo largo del globo, incluso por aquellos que nada saben de cómics o los detestan por pueriles y tontos, sino también debido a que no posee poder sobrenatural alguno e incluso está obsesionado -como tantos mortales, precisamente- con una gesta en última instancia imposible y pírrica, léase la derrota de la criminalidad cual lado oscuro del intelecto y el sentir de los seres humanos. El realizador que le ha tocado en gracia retomar el personaje, Matt Reeves, acumulaba en su haber dos películas anodinas y dos buenas de verdad en lo que atañe a su fase mainstream después de dos horrendos opus iniciales en la comarca indie, Future Shock (1994), antología fantástica codirigida por Oley Sassone y Eric Parkinson, y El Funebrero (The Pallbearer, 1996), una comedia romántica bastante lamentable, hablamos por supuesto de Cloverfield (2008), mixtura deslucida entre found footage y epopeya de monstruos en la tradición de Godzilla, y Déjame Entrar (Let Me In, 2010), remake muy inferior del neoclásico de terror de Tomas Alfredson del 2008, por un lado, y las muy disfrutables El Planeta de los Simios: Confrontación (Dawn of the Planet of the Apes, 2014) y El Planeta de los Simios: La Guerra (War for the Planet of the Apes, 2017), ambas secuelas de El Planeta de los Simios: (R)Evolución (Rise of the Planet of the Apes, 2011), el también épico y admirable trabajo de Rupert Wyatt, por el otro lado.

La intervención de Reeves en el cine de superhéroes constituía una enorme incógnita y por ello su idea de cortarse solo, eliminando toda conexión con las propuestas previas de DC, es tan bienvenida como lo fue la noción homóloga de Christopher Nolan en su momento en relación a los convites de Tim Burton y el payasesco Joel Schumacher. En sí el director y guionista estadounidense no es ningún iluminado ni ofrece grandes novedades en el terreno del policial negro ni tampoco descuella en nada en particular en The Batman (2022), pero sabe armonizar a la perfección -y con mano de artesano que lleva años planeando el regreso a las fuentes detectivescas del personaje- todos los ingredientes temáticos/ formales porque tiene mucho con lo que compararse, es decir, cuenta con el privilegio de poder trazar unas cuantas analogías entre su Batman y los anteriores, panorama que le permite determinar con precisión lo que quiere al desechar aquello ya probado que no le apetece o que simplemente llevaría a redundancias si lo retomase, amén de una oscuridad que ya forma parte del ADN del personaje desde aquella acepción burtoniana con guiños evidentes a El Regreso del Caballero Oscuro (The Dark Knight Returns, 1986), de Frank Miller, y Batman: La Broma Asesina (Batman: The Killing Joke, 1988), de Alan Moore y Brian Bolland. Muy lejos de la fábrica de chorizos del hijo de puta de Kevin Feige de la factoría Marvel, responsable de dos décadas de bodrios que califican de productos excrementicios y/ o insufribles, aunque asimismo manteniendo una buena distancia para con los desastres pomposos, sensibleros y seudo importantes de Zack Snyder y los demás autómatas o mercenarios de DC Cómics que empezaron la catarata de exploitations de aquellas tres maravillas de Nolan con Christian Bale, Reeves nos ofrece un neo noir hecho y derecho con toques de horror, cine de acción y thriller testimonial que está inspirado en simultáneo en Barrio Chino (Chinatown, 1974), de Roman Polanski, por las constantes alusiones al entramado de corrupción que atraviesa a toda Ciudad Gótica, ahora con el narcotráfico reemplazando a la especulación inmobiliaria y los chanchullos basados en el sistema de irrigación, y en Klute (1971), de Alan J. Pakula, especialmente en lo que atañe a esa premisa centrada en el devenir de un detective, el John Klute del título (Donald Sutherland), buscando a un ejecutivo de una compañía química, Tom Gruneman, en sociedad con una furcia con la que el desaparecido está conectado, Bree Daniels (Jane Fonda), dinámica que se reproduce de manera bien literal mediante el vínculo romántico y profesional de Batman (Robert Pattinson), millonario en su segundo año como justiciero enmascarado, y Selina Kyle/ Gatúbela (Zoë Kravitz), una ladrona, traficante de drogas y camarera en un club nocturno del jet set criminal, con el objetivo de hallar a una cofrade desaparecida de la segunda en medio de la podredumbre metropolitana promedio.

Retomando elementos varios de obras canónicas como Batman: Año Uno (Batman: Year One, 1987), de Miller y David Mazzucchelli, y Batman: El Largo Halloween (Batman: The Long Halloween, 1996-1997) y su continuación Batman: Victoria Oscura (Batman: Dark Victory, 1999-2000), recordado díptico de Jeph Loeb y Tim Sale que al igual que el cómic anterior exploraba la etapa inicial del antihéroe como vigilante, The Batman es un relato coral que gira alrededor de una serie de asesinatos cometidos por un Acertijo (Paul Dano) empardado a un homicida en serie que gusta de comunicarse con el público y el aparato comunicacional símil aquel Asesino del Zodíaco de la California de fines de la década del 60, señor que se carga primero al alcalde, Don Mitchell Jr. (Rupert Penry-Jones), después al comisionado de policía, Pete Savage (Alex Ferns), y finalmente al fiscal de distrito, Gil Colson (Peter Sarsgaard), pretendiendo también ejecutar al caudillo de la mafia de Ciudad Gótica, Carmine Falcone (John Turturro), y al propio Wayne, a quien le traslada la culpa por los crímenes cometidos por su padre, asesinado junto a su esposa bajo circunstancias un tanto enigmáticas que en el relato nunca quedan del todo claras ni lo exoneran del hecho de haberle pedido a Falcone que intimide a un periodista fisgón, prontamente faenado, y el “detalle” de haber creado un fondo para la supuesta renovación de la urbe que luego de su fallecimiento mutó en una caja de dinero sucio que llega a todos los rincones del entramado institucional. Mientras se consolida la relación entre Bruce, cuyo único amigo indudable es su mayordomo y mano derecha Alfred Pennyworth (Andy Serkis), y una Selina que, como decíamos previamente, se desempeña como anfitriona y criada y participa en el narcotráfico que se concentra en un club propiedad de Oswald “Oz” Cobblepot alias el Pingüino (Colin Farrell), el Acertijo se divierte reventando a los partícipes de la connivencia a cielo abierto de Ciudad Gótica, dejando una sarta de adivinanzas dirigidas al “hombre murciélago” símil tarjetas conmemorativas, desparramando videos morbosos de sus víctimas vía Internet y los medios masivos y desconcertando no sólo a Wayne sino a su principal socio/ colega dentro de la policía, James Gordon (Jeffrey Wright), el único que no lo considera un lunático que toma la ley en sus manos y en esencia un oficial que lo acompaña en su investigación para dar cuanto antes con el Acertijo, encontrar a la amiga perdida y compañera de vivienda de Kyle, trazar el organigrama del colectivo encabezado por Falcone y acercarse a la verdad detrás del óbito del patriarca de la dinastía Wayne, ésta ya completamente reducida a un Bruce que deja de lado su impronta histórica de playboy y filántropo de la plutocracia para convertirse en un treintañero insomne, ermitaño, deprimido y lacónico adicto a recorrer los callejones y hacer justicia con su intelecto, recursos holgados y habilidades para la lucha.

En The Batman se recupera una representación muy completa y rica de los villanos porque tenemos al anarquista (Acertijo), el mafioso (Pingüino) y hasta un espejo en clave femenina de Wayne por su condición de vigilante de aires justicieros y muy adepto a la filosofía de la sinceridad brutal de la profusa mugre de los suburbios (una Gatúbela que busca la revancha personal por su amiga mientras que Batman persigue una venganza difusa y contradictoria de tipo comunal, entre la extralimitación exasperada/ colérica y el repliegue conservador o semi legalista). El Acertijo también es un doppelgänger del adalid trasnochado pero más distorsionado y semejante a un psicópata clásico que incluso lo tiene de ídolo y se imagina una sociedad entre ambos contra la hipocresía, atropellos y muchos embustes que marcaron el nacimiento y la expansión de Ciudad Gótica cual cloaca que promete sistemáticamente limpieza, ahora a través de la metamorfosis que traería la candidata a alcaldesa Bella Reál (Jayme Lawson), aunque luego todo sigue igual o tiende a empeorar, pensemos que el supuesto mayor golpe contra el narcotráfico, una operación en la que cayó gran parte del sindicato criminal vernáculo y convirtió en héroes a los involucrados, no fue más que un Golpe de Estado maquillado dentro de la mafia para de paso hacer cómplice con sobornos a los miembros del statu quo. Aquí nos topamos con una genial construcción del personaje de Gatúbela como una femme fatale -por momentos redimida y en otras ocasiones todavía en ciernes, aún con un crecimiento maquiavélico pendiente- que trabaja codo a codo con el encapotado, lo mismo puede decirse de Gordon, hoy no un secundario mediocre o patético que llama al paladín con la Batiseñal sólo cuando lo necesita sino un compañero detective que lo trata como un par en la pesquisa contra el crimen organizado, planteo que como siempre en el caso de los Batmans más oscuros incluye un dejo de oportunismo porque el millonario con máscara acumula los trabajitos que no están amparados por la ley pero que deben realizarse para quitarle el velo de las falacias a la realidad, tareas que Gordon rechaza porque es “intachable” y Batman acepta por sus repetidos saltos entre lo permitido a escala institucional y aquello terminantemente prohibido. Las escenas de acción nunca molestan porque se mantienen cómodas en la frontera entre el realismo sucio del policial setentoso, claro horizonte conceptual del director, y la hipérbole berreta del Hollywood posmoderno de los 80 en adelante, el correspondiente a las aventuras huecas y la superacción, del mismo modo resulta interesante la jugada de no explicitar la historia de origen, el hiper trabajado homicidio de los padres, y tratarla sólo de manera colateral mediante diálogos fascinantes que exponen los sentimientos cruzados de los diversos personajes y contrastan las versiones de cada uno sobre aquella debacle y la identidad de quien o quienes serían los responsables.

La ambición y el desparpajo de la propuesta, literalmente unas tres horas de metraje que se pasan volando por el glorioso manejo del suspenso y el brío de estas criaturas en pantalla, llama mucho la atención en consonancia con el aprovechamiento de las arremetidas contra los popes de la cleptocracia pública, el rol del club nocturno como aguantadero y centro de mando del hampa a la vista de todos, el tópico camuflado de la trata de blancas vía la chica desaparecida, la amiga de Selina, las múltiples connotaciones de la pista de la “rata alada” a lo informante o doble agente (paloma, murciélago, pingüino o halcón), el papel de Falcone como un titiritero en las sombras que juega a dos puntas entre la pata criminal habitual de su organización y aquella otra cómplice de los esbirros estatales (policías, jueces, políticos, empresarios como el papi de Bruce Wayne, etc.), el innegable temor de Batman a cruzar la línea a pura furia y matar a alguien en vez de detenerlo para entregarlo a los uniformados, su inseguridad paralela en materia de las verdaderas razones de su cruzada contra el delito, si en plan de vigilante gélido o verdugo en pos de incesantes resarcimientos, y finalmente la facilidad con la que los ácratas como el Acertijo consiguen seguidores a lo culto verticalista que se esconde bajo premisas de horizontalidad en tiempos cada día más aciagos en donde las instituciones están desprestigiadas por una corrupción, una violencia, una impunidad y una retahíla de mentiras descaradas que fagocitan toda esperanza. Por suerte no hay floreos de ningún tipo en lo que respecta a la música de Michael Giacchino, la fotografía de Greig Fraser y la edición de William Hoy y Tyler Nelson porque todos los rubros técnicos están orientados a complementar y no opacar la trama de base, un enigma dirigido a un público adulto pensante como no se veía desde hace mucho tiempo en este terreno de los tanques hollywoodenses de pretensiones globales, casi siempre vinculados al acervo chatarra para oligofrénicos y/ o necios infantilizados de ese público cautivo que únicamente consume blockbusters. Resulta prodigioso el desempeño de Kravitz, Dano, Wright, Farrell, Turturro, Serkis y un Pattinson perfecto que viene de colaborar con realizadores de la talla de Nolan, David Cronenberg, Werner Herzog, Anton Corbijn, James Gray, David Michôd, Claire Denis, Robert Eggers, Ciro Guerra, Antonio Campos y los hermanos Benny y Josh Safdie, colección de intérpretes aquí ubicada en las antípodas de los chistecitos para retrasados mentales, las pavadas autorreferenciales, el slapstick o comedia física demacrada, las poses cool de cartón pintado y todo ese facilismo emocional propenso a los atajos narrativos y discursivos de Marvel. Qué sano resulta para el cine popular y valioso en serio, no la basura que nos llega desde el streaming actual y lo poco que queda destinado a salas tradicionales, encontrarnos con una película como The Batman que se caga en los CGIs, los clichés más explotados y la superficialidad símil desintelectualizacion patológica y abraza, en cambio, una trama cerebral, el desarrollo de personajes de vieja escuela, una entonación aguerrida, mucha autenticidad de carácter prosaico y un corazón que motiva y justifica tamaña faena dejando de lado la estupidez y las estrellitas con esteroides y poderes sobrehumanos. El Batman meditabundo y amargo de Reeves en el desenlace descubre más dignidad moral/ ontológica/ fraternal como rescatista, frente al desastre de una inundación provocada por el Acertijo en calidad de terrorista amigo de la teatralidad marca registrada de la franquicia, que como ángel de la venganza social que reparte golpes a diestra y siniestra o utiliza de cebo a la prostibularia y verosímil Kyle, una jugada que desde el vamos decepcionará a los palurdos amantes del emporio actual de superhéroes y de las Comic Con y otros eventos de mierda del imperialismo, al igual que las pocas secuencias de “agilidad” estrambótica en el sentido militarista o chauvinista lelo del mainstream norteamericano de nuestro presente…