Barry Seal: sólo en América

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Mercenario del aire

El escándalo Irán-Contras se destaca entre todos los genocidios, barbaridades y crímenes de la más variada índole que Estados Unidos promovió, o de los que fue responsable a lo largo de su historia, principalmente por lo bizarro y delirante del entramado de estupideces que la CIA -en connivencia explícita con la administración de Ronald Reagan- montó bajo la coyuntura de las postrimerías de la Guerra Fría. En esencia tanto la CIA como la DEA se dedicaron durante gran parte de la década del 80 a contrabandear cocaína desde América Central y América del Sur hacia Estados Unidos para financiar a los contras nicaragüenses, léase aquel conjunto de guerrillas fascistas que luchaban contra el Frente Sandinista de Liberación Nacional en el poder desde el derrocamiento, en 1979, de la dictadura de Anastasio Somoza Debayle y su familia, quienes habían gobernado al país durante décadas.

Como si envenenar a su propio pueblo con toneladas de cocaína y financiar y armar a la derecha nicaragüense fuese poco, los organismos del estado norteamericano además le vendieron armas a Irán -en tiempos en los que la nación estaba en guerra con Irak- y asimismo utilizaron el dinero resultante para comprar aún más armamento para los contras: a comienzos de los 80 Hezbolá secuestró a varios estadounidenses y la administración reaganeana se llenó la boca en público con su postura de “no negociar” con los terroristas, mientras que en realidad se la pasaron contrabandeando armas a Irán con la vana esperanza de que el país influyese en Hezbolá -con fuerte apoyo de Siria e Irán- para que liberase a los rehenes, lo que por supuesto no ocurrió porque el movimiento de resistencia tenía su propia agenda y utilizó la idiotez de los políticos norteamericanos para armarse como nunca antes.

Barry Seal: Sólo en América (American Made, 2017) es una de las tantas películas que tocaron alguna faceta de este embrollo internacional motivado por la insoportable tendencia de Estados Unidos a pretender actuar como una “policía mundial” sin ningún tipo de esquema moral de por medio y apoyando a autocracias genocidas, regímenes totalitarios y demás yerbas del rubro: al igual que Blow: Profesión de Riesgo (Blow, 2001), Kill the Messenger (2014) y El Infiltrado (The Infiltrator, 2016), este opus de Doug Liman analiza los vínculos de la CIA con el Cartel de Medellín, la dictadura de Manuel Noriega en Panamá y el accionar de los contras. En esta ocasión la excusa pasa por construir una biopic tragicómica alrededor de Barry Seal, un famoso piloto que transportó dinero, drogas, armas y hasta a la derecha insurgente entre distintos puntos de Estados Unidos y América Central.

Esta especie de “mercenario del aire”, cuya única ideología era acumular más y más dinero al servicio de cualquiera que le pudiese ofrecer una buena tanda de billetes como contraprestación, está interpretado por un distendido y muy eficaz Tom Cruise, aquí entregando una de las mejores actuaciones de su carrera reciente. El guión de Gary Spinelli no logra abrir nuevo terreno en lo que respecta a la temática principal, sin embargo sí consigue lucirse examinando las múltiples aristas del tópico y relacionándolas -desde una envidiable naturalidad- con la actividad del protagonista (en este punto vale aclarar que la propuesta se toma muchas “licencias artísticas” que saltan a la vista de inmediato si uno conoce mínimamente la vida de Seal y el entramado de intereses en colisión del período, aun así el relato se mantiene fiel a la esencia de lo que fue el derrotero del norteamericano).

Liman subraya el sustrato absurdo y casi surrealista del asunto mediante movimientos bruscos, primeros planos y juegos varios con el zoom de la cámara, poniendo de manifiesto todo lo solvente y muy interesante que puede ser como director mainstream cuando en verdad se lo propone, algo que ya pudimos ver en Identidad Desconocida (The Bourne Identity, 2002), Poder que Mata (Fair Game, 2010) y Al Filo del Mañana (Edge of Tomorrow, 2014). Por suerte el equipo creativo no se achica llegando el desenlace y desnuda la manipulación berreta e improvisada de la que fue objeto Seal por parte del gobierno estadounidense, por un lado unificando el humor y el registro documental y por el otro exprimiendo el indudable carisma de Cruise, quien definitivamente pidió que se humanizara al protagonista desde un enfoque familiar y al mismo tiempo cercano a la comedia negra de aventuras… circunstancia que dio por resultado un film ágil que sabe dónde colocar los acentos dramáticos en un retrato de una época convulsionada, por momentos ridícula y cargada de tantas mentiras y contradicciones como nuestro presente.