Bajo la corteza

Crítica de Marcos Ojea - Funcinema

FUEGO, CULPA Y TRAPOS SUCIOS

Si no fuera por una línea hacia el final, que remarca de manera artificiosa lo que ya se había entendido, podría decirse que lo que atraviesa a Bajo la corteza es, principalmente, la sutileza. Con un tono austero y una economía formal, la película de Martín Heredia Troncoso cuenta la historia de César (Ricardo Adán Rodríguez), un desmontador cordobés que sobrevive con trabajos esporádicos, cada vez más escasos. La oportunidad de estabilidad aparece cuando conoce a Zamorano (Pablo Limarzi), un empresario de la zona que lo contrata para limpiar unos terrenos en los que va a edificar. La relación entre ambos será en principio cautelosa, de respeto mutuo, pero a partir de una serie de favores por parte del patrón, César va a quedar a merced de sus intenciones, que incluyen conseguir unas tierras amparadas por la ley.

Si el conflicto se demora y aparece casi como un apunte político cerca del final, es porque el interés del director está puesto en retratar primero las rutinas de César, para luego enfrentarlo con las consecuencias de sus decisiones. La cámara observa los trabajos y los días de César con planos fijos que muchas veces se extienden, permitiendo un registro realista que bordea el documental. Una operación similar a la que realizaba Lisandro Alonso en su ópera prima, La libertad, otra película que ponía su atención en las minucias de un trabajador en un entorno rural. Pero mientras aquella se despojaba de una narrativa convencional y se estiraba interminablemente a pesar de su corta duración (un gesto propio de cierto cine pensado para vivir y morir en festivales), Bajo la corteza encuentra en esa observación lo que propone desde el título: escudriñar lo que se esconde detrás de lo aparente, que en este caso va de la falta de oportunidades del peón, aprovechada por el patrón para establecer una relación de dominación en base a buenos tratos, a los intereses económicos que se mueven atrás de, por ejemplo, un incendio “accidental”.

Lo hace, como dijimos, trabajando sobre la sutileza. En una historia que podría caer fácilmente en estereotipos, en una mirada paternalista y, aún peor, en tentadores apuntes subrayados sobre la explotación laboral y la diferencia de clases, Heredia Troncoso elige hacer lo contrario, concentrando la tensión en el fondo de los hechos. Se vuelve más evidente con la manera en que se muestra a Zamorano: un tipo de trato cordial, siempre preocupado por el bienestar de sus empleados, que eventualmente va a mostrar su cara más oscura, pero sin dejar sus modos de lado. Algo similar ocurre con César, que va a verse arrastrado por los acontecimientos, pero casi nunca va a desbordarse (y a eso contribuye la actuación monolítica de Rodríguez).

El autocontrol que el director le imprime a la historia hace que a veces las cosas parezcan estancarse y girar sobre sí mismas, pero la sensación se termina disipando entre las llamas, que dan lugar al plano más logrado de la película, por lo que muestra y por lo que da a entender: un César verdugo y, al mismo tiempo, víctima de sus circunstancias. La denuncia obviamente aparece, y podríamos trazar un paralelismo un poco oportunista (de nuestra parte) con la situación actual en la provincia de Corrientes, pero es mejor destacar el logro principal de Bajo la corteza: la capacidad de no hacer explícita esa denuncia, y trabajarla, como al resto de la historia, de manera subterránea hasta volverla evidente.