Bajo cero: milagro en la montaña

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Entre perderse y renacer

El contexto helado -eternamente saturado de nieve y/ o con temperaturas que complican la vida- ha sido en términos históricos uno de los escenarios preferidos de Hollywood para relatos de aislamiento y supervivencia de la más variada índole, con entonaciones diversas y bajo la excusa dramática que sea. Pensemos para el caso en La Cosa (The Thing, 1982), ¡Viven! (Alive, 1993), Al Filo del Peligro (The Edge, 1997), El Renacido (The Revenant, 2015) o la reciente Más Allá de la Montaña (The Mountain Between Us, 2017), todas epopeyas que jugaron largo y tendido con la posibilidad de abandonar este mundo gracias a las inclemencias naturales de un paisaje de características por demás gélidas. Ahora Bajo Cero: Milagro en la Montaña (6 Below: Miracle on the Mountain, 2017) sigue esa misma línea de antaño aunque lamentablemente no resulta tan exitosa como las propuestas citadas.

De hecho, esta película dirigida por Scott Waugh y escrita por Madison Turner, dos señores con amplia experiencia como dobles de riesgo, se parece bastante al film de este mismo año protagonizado por Idris Elba y Kate Winslet, sin embargo en vez de toparnos con la clásica catástrofe aérea, aquí tenemos un catalizador narrativo más mundano vinculado a la premisa “personaje se mete por donde no se debería meter, a sabiendas que corre peligro”, un esquema que -por cierto- asimismo es muy utilizado en el terror desde siempre. En esencia hablamos de un episodio verídico centrado en el periplo de supervivencia que en 2004 atravesó Eric LeMarque (en la piel de Josh Hartnett), un ex jugador profesional de hockey sobre hielo y por entonces adicto a la metanfetamina, luego de perderse en Sierra Nevada, una gigantesca cadena montañosa que recorre gran parte del Estado de California.

Definitivamente el principal problema de la realización se ubica a nivel de lo estereotipado del personaje central y el recurso utilizado para examinar su idiosincrasia: como señalamos antes, LeMarque fue un adalid del hockey que renunció a su carrera aparentemente por un combo de clichés que incluyen no poder adaptarse al trabajo en equipo, poseer un padre abandónico y sumergirse en una adicción que lo llevó a un accidente automovilístico; todo a su vez presentado mediante una colección interminable de flashbacks y flashforwards que por supuesto se van intercalando con el presente del relato, en consonancia con esta desafortunada decisión por parte del protagonista de subir a la cima de uno de los picos más helados/ riesgosos y adentrarse en un camino prohibido para hacer algo de snowsurfing mientras espera comparecer ante un tribunal -por el temita del choque- dentro de siete días.

Se podría decir que Bajo Cero: Milagro en la Montaña arrastra los mismos problemas y virtudes de la similar Jungle (2017), aquel opus de Greg McLean con Daniel Radcliffe que analizaba otro caso de “burgués perdido por soberbio”: en ambas estamos frente a un buen desempeño del actor protagónico y un tratamiento visual interesante que subraya la belleza del entorno natural y la decadencia escalonada del extraviado, no obstante los latiguillos dramáticos son demasiado derivativos (en la obra de McLean dominaban las alucinaciones más ridículas y ahora tenemos estos retazos de un pasado de cotillón) y la ausencia de novedades reales termina jugándole en contra a una odisea que pretende ser visceral (en los dos convites el desarrollo se vuelve mecánico en la segunda mitad del metraje). Hoy la unión entre la fórmula de Robinson Crusoe (1719), de Daniel Defoe, y la coyuntura blanquísima de dientes que tiritan no pasa de ser una aventura desinspirada y algo fofa de reconstitución identitaria en el trayecto que va desde el perderse al renacer purificado…