Ave Fénix

Crítica de Ezequiel Obregon - EscribiendoCine

Resurrección

Christian Petzold, reconocido director de Triángulo (2008) y Bárbara (2012), entrega con su nuevo film un retrato sobre la identidad y las consecuencias del Holocausto. Envestida de un aura hitchkoiana, Ave Fénix (Phoenix, 2014) no es un policial ni un thriller, pero hace del suspenso un elemento central.

El rostro de Nelly (Nina Hoss, otra vez formidable) aparece cubierto por vendas, con signos de haber sido mutilado. Acaba de salir de un campo de concentración, acaso esté viva de pura suerte. Uno de los policías que hacen detener el auto en el que viaja le pide que se quite las vendas; la guerra ha culminado, pero los controles continúan. Un gesto de impresión en el rostro del policía y su inmediato permiso para que siga de largo. Así de ríspido, conciso, contundente, es el comienzo de esta película; tono que no abandonará jamás.

Tras esa secuencia inicial, Nelly continuará su derrotero ayudada por una amiga, que parece igualmente herida pero sólo interiormente. Será el puntapié para que ella pueda empezar con la reconstrucción de su vida, mediante la cual Petzold señala una relación aún mayor entre la memoria (ya no sólo la individual) y la comunidad alemana. Pronto aparecerá el marido de Nelly, un pianista que no la reconoce y –peor aún- le pide que finja ser ella misma para resolver un asunto familiar y de incidencia económica.

Planteado el conflicto de la identidad, Ave Fénix se transforma en un “drama de conciencia” sobre el que se dirimen –como ya advertimos- cuestiones de mayor alcance. Al realizador no le interesa ser didáctico, por eso deja de lado las analogías obvias y se concentra en la interioridad de Nelly, a la que accedemos por las acciones que lleva a cabo. ¿Podrá admitir la traición, en caso de que ésta haya existido? ¿Cómo continuará su reconstrucción, si aún el pasado que imaginaba certero escondía aspectos turbios? ¿Podrá llegar a ser ella misma renunciando a su propia identidad?

Ave Fénix amalgama el conflicto a una estética que conjuga elementos góticos y cierto halo de misterio que la vincula con el expresionismo. El metraje reproduce la incertidumbre del personaje protagónico, y todo resulta verosímil merced al trabajo con el tiempo de cada secuencia, la impecable reconstrucción de época, y una magnífica elaboración sonora, ya sea de forma diegética o extradiegéticamente. Al final, una dulce melodía arroja un aura de perpetua melancolía, acaso el mayor indicio de que el pasado histórico no tendrá nunca una resolución plena.