Aurora

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

La libido según las neurociencias.

Históricamente los dos pivotes de la fantasía y/ o ciencia ficción han sido la efervescencia conceptual (es decir, la bandera de la futurología y los mundos alternos) y el anhelo de asaltar los sentidos desde un entramado visual acorde con tanta fogosidad discursiva (la introducción de novedades estéticas, o por lo menos de una variación de lo ya establecido, constituía la prerrogativa por antonomasia). La modalidad mainstream del género de nuestros días descuida ambas características en función de un conformismo patológico que opta por clichés y envases tan vacíos como lustrosos. Aurora (Vanishing Waves, 2012), una verdadera rareza de “corazón lituano”, intenta superar la brecha con aplomo y suerte dispar.

El tercer opus de la directora Kristina Buozyte se centra en la premisa de la transferencia neuronal y combina elementos de Estados Alterados (Altered States, 1980), El Origen (Inception, 2010), Solaris (Solyaris, 1972) y El Planeta Salvaje (La Planète Sauvage, 1973), aquella obra maestra de la animación de René Laloux. Bajo la vieja y querida excusa de investigar los misterios detrás de la mente humana, un grupo de científicos conecta las conciencias de Aurora (Jurga Jutaite), una mujer en coma, y Lukas (Marius Jampolskis), un miembro del equipo. Entre una imaginería cargada de erotismo y detalles surrealistas, pronto la “profesionalidad” queda en el olvido y los dos inician un tórrido romance virtual.

Ahora bien, la película va sumando ítems positivos y negativos a medida que avanza ya que parece estar guiada por una especie de dialéctica de la desproporción, aunque sin la sensatez necesaria para sustentarla como es debido: mientras que por un lado se agradecen la estructura símil sketchs lisérgicos (cada uno de los encuentros del dúo presenta un núcleo temático propio) y el gesto de construir un protagonista bastante antipático (Lukas es un témpano con su pareja en la realidad y traza distancia con casi todos los que lo rodean), lamentablemente a Buozyte se le va un poco la mano con la configuración general de las escenas, volcando en ocasiones el devenir visual hacia el campo de la publicidad ochentosa.

También balanceando ingredientes contraproducentes como la ponderación de la música ampulosa y la tendencia a alargar algunos instantes, otro factor a favor de la propuesta pasa por los cambios en la topología de la libido en consonancia con la inevitable aparición del conflicto: paulatinamente el idilio de los primeros momentos deja lugar a la furia de los traumas psicológicos y la irreversibilidad de determinados estados del vivir. Podemos concluir que Aurora resulta una experiencia satisfactoria porque saca a relucir el costado menos luminoso de las neurociencias y -a fin de cuentas- funciona como un contrapeso de toda la levedad uniformizadora de Hollywood y de sus acólitos descerebrados de siempre…