Atraco!

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Robaron, huyeron... y los pescaron

Guillermo Francella y Nicolás Cabré son los ladrones que en “¡Atraco!” hurtan las joyas de Evita en la Madrid de 1955.

Las películas de robo, sea a un banco, a un casino o al malvado de turno, tienen siempre como aliado al espectador. Aunque los personajes sean delincuentes, el corazón de uno está con ellos. Será motivo de otro análisis si es por alguna proyección inconsciente, pero Merello (Guillermo Francella) y Miguel (Nicolás Cabré), los protagonistas de este “¡Atraco!” , siguen otros fines más altruistas al robar las joyas de Eva Perón de una joyería madrileña, por noviembre de 1955.

Ya en los títulos se aclara que es una ficción, inspirada por informaciones de la época. Lo cierto es que con Perón en el exilio en Panamá, el General necesita efectivo para instalarse en España, y uno de los tantos secretarios/auxiliares que lo secundaban (Landa, interpretado por un gran Daniel Fanego) decide, sin que el Pocho se entere, empeñar las joyas de Evita en una joyería en la Gran Vía. Pero como la mujer del Generalísimo Franco se las quiere llevar, Landa organiza el robo, que en verdad no sería tal ya que el dueño del local está al tanto y es partícipe del hurto.

Lo que realmente importa en la trama y en el desarrollo de esta coproducción con España, rodada allí, es la relación entre Merello y Miguel. El primero es un ex custodio de Eva, a quien Landa convence de realizar el desfalco más por una cuestión patriótica –Merello es un peronista de la primera época, leal, obediente, bienintencionado-. El segundo es un aprendiz de actor que llega a Panamá siendo hijo de una amiga de Landa, ingenuo y sumamente torpe.

Por qué Landa lo une a Merello no es una incógnita: sin ellos no habría película. Por que ésta es una comedia de enredos, que de a poco comienza a ponerse más seria, a mezclar el thriller de ribetes políticos y de corrupción, con policías tras los ladrones sudamericanos, en el terreno siempre patinoso del dúo desparejo.

Y por si fuera poco hay un interés romántico (la enfermera que encarna la bella Amaia Salamanca). La película tiene una estructura firme, pero le cuesta empinar, levantar más vuelo y apartarse de los convencionalismos. El profesionalismo detrás de cámaras, con la realización del catalán Eduard Cortés, hace que se siga siempre con interés, más allá de las actuaciones de los protagonistas argentinos -ambos están muy bien- como estos soldados de Perón.