Atómica

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Espías del tedio

Todo estaba armado para que Atómica (Atomic Blonde, 2017) terminase de posicionar a Charlize Theron como una heroína de acción old school luego del exitazo de la maravillosa Mad Max: Furia en el Camino (Mad Max: Fury Road, 2015), pero lamentablemente el asunto de a poco se cae a pedazos por la intervención de dos señores, hablamos del director David Leitch y el guionista Kurt Johnstad. Lo que podría haber sido un producto ameno y con una mínima personalidad propia, destinado a vehiculizar una nueva vertiente en la carrera de la siempre bella protagonista, deriva en una realización que no se decide jamás entre el thriller circunspecto de espionaje (el tono fúnebre lo cubre prácticamente todo, eco maltrecho de los exponentes del rubro de la década del 50) o el film rimbombante de acción (aquí nos topamos con una mega catarata de clichés en materia de situaciones y diálogos).

El relato está contextualizado en la Berlín de 1989, muy cerca de la caída del Muro, y tiene como eje a Lorraine Broughton (Theron), una agente del servicio de inteligencia británico que es enviada a la capital alemana para investigar el asesinato de un colega y el robo de un microfilm por parte de la KGB, el cual -por supuesto- contiene una lista de todos los espías activos en la Unión Soviética. Lo que sigue es una colección de escenas, que van de lo aburrido a lo potable, intercaladas con instantes de “súper acción” y tomas de la agraciada anatomía de Theron, un combo que se la pasa autosaboteando su potencial a lo largo del metraje: en ningún momento queda clara la motivación de Broughton, además el contacto en Alemania de la mujer, el agente David Percival (James McAvoy), está desperdiciado, y para colmo la historia se enreda en una serie de subtramas que no agregan nada de tensión.

Aparentemente el objetivo de fondo fue construir una versión femenina de John Wick, el personaje interpretado por Keanu Reeves en Sin Control (John Wick, 2014) y John Wick 2: Un Nuevo Día para Matar (John Wick: Chapter 2, 2017), por ello se contrató los servicios de Leitch, el codirector -no oficial en los créditos- de la primera, no obstante hay un abismo de calidad entre la presente propuesta y el opus con Reeves. Es decir, las dos John Wick fueron trabajos muy disfrutables cargados del aura de los westerns, el film noir y la acción desquiciada -vía artes marciales y muchos disparos- de las décadas del 70 y 80, asimismo ambas poseían un excelente guión de Derek Kolstad que dotaba de corazón a la gesta encarada por el protagonista; en Atómica en cambio esos rasgos no sólo están ausentes y/ o francamente desbalanceados, además la obra nunca logra edificar un núcleo narrativo coherente o por lo menos usufructuar el contexto de época, más allá de las típicas canciones insertadas secuencia tras secuencia en lo que podríamos definir como otro atributo trillado.

Por suerte la película tiene algunos elementos redentores, como por ejemplo esos instantes de una sensualidad eficaz (la presentación de Broughton en la bañera llena de hielo y el encuentro lésbico entre Theron y Sofia Boutella, quien compone a Delphine Lasalle, una agente encubierta francesa) y las escenas de acción de turno, muchas de las cuales son realmente muy buenas (se destaca la toma secuencia que comienza en las escaleras del edificio y termina en una fuga automovilística). La misma presencia de Theron, más la intervención de John Goodman, Toby Jones y Eddie Marsan en roles secundarios, también suman mucho al convite aunque el pulso -tan perezoso como anodino- de la propuesta se convierte en su peor enemigo y no permite que nadie pueda escapar de un tedio general que hasta parece ser convalidado por las citas explícitas elegidas, un signo de ello es la escena en la que la protagonista entra a una sala en la que se proyecta Stalker (1979), bodrio total de Andrei Tarkovsky que aleja aún más al film del supuesto “rango cool” al que aspira…