Atlántida

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

El espíritu de la colmena

Atlántida, película de la cordobesa Inés Barrionuevo, transcurre durante un agobiante día de verano en un pueblo. Allí, dos hermanas adolescentes vivirán una tarde de iniciación y descubrimiento.

La sensibilidad de un director de cine se puede verificar en la forma en que presenta un mundo desconocido a través de su cámara. Las primeras secuencias de Atlántida son magníficas: alguien que aparecerá bastante más tarde en el relato trabaja con unas colmenas. Solamente se ven sus manos. El sonido de las abejas es omnipresente, un zumbido que sintetiza un universo simbólico, una forma de ver el todo. Luego, una jovencita de espaldas se prepara para zambullirse en una pileta. Una vez más las elecciones formales son ostensibles: a Lucía (Melissa Romero), antes de saber quién es, se la descubre de espaldas. Conforme avanza el relato, ese mundo se irá poblando de personajes: Ana (Sol Zavala), una amiga de Lucía; Elena (Florencia Decall), la hermana menor de nuestra nadadora, algunos jóvenes del pueblo y, un poco más tarde, un médico joven (Guillermo Pfening). Los padres de Lucía y Elena permanecerán siempre en fuera de campo. Filmar consiste siempre en saber revelar un lugar y sus personajes.

Más que un lugar físico, el concepto de Atlántida es aquí un signo sin referente, un nombre propio que alude a una civilización hundida en un pasado remoto y propio de una mitología imprecisa. En este contexto, esa idea es antes que nada una alusión a un impreciso estado anímico general. La metafísica no juega ningún papel determinante en este filme, aunque la interrogación sobre la muerte sobrevuela a menudo el relato, y también al margen de que el filme cuenta con una escena lateral en la que se habla de los chupacabras y los ovnis del Uritorco. En verdad, en su ópera prima la realizadora cordobesa Inés Barrionuevo filma un ethos y un estadio de la vida sin entregarse al confort característico del costumbrismo.

¿Cuál es el tema de Atlántida? La libido, esa fuerza incontenible que traspasa el cuerpo adolescente y a la que resulta difícil habituarse. Prácticamente todas las escenas tienen conexión con ese impulso vital. Todos los personajes secundarios –los adolescentes del filme– están obsesionados con el despertar sexual. Discretamente, del mismo modo, la sexualidad definirá las acciones de Elena y Lucía. La primera, siempre molesta por tener que lidiar con su obligado reposo debido a un accidente; un pie enyesado en pleno verano la predispone a la irritación permanente. Lucía, por otra parte, no consigue concentrarse en sus estudios, y cuidar a su hermana menor es definitivamente insoportable.

Lo que sucederá en el filme, fuera de un conjunto de escenas que develan la cotidianidad veraniega de una localidad, pasa por un paseo de Lucía con Ana en el campo, como también por una inesperada salida de Elena, que decide a acompañar en sus visitas al médico que la atiende. Es el instante en que el relato se bifurca, sorprende y se torna cada vez más misterioso.

Barrionuevo es una directora con pulso firme. Sus actores le responden, la puesta en escena dista de ser azarosa y el ritmo de la película mantiene su equilibrio. Incluso asume riesgos importantes, como en una secuencia a mitad de camino en la que introduce un nuevo elemento en el orden simbólico de sus criaturas, por lo que sugiere que la vida adolescente no solamente se define por la explosión de la libido, sino también por la pertenencia de clase. Temprana lucidez y evidente coraje para una directora que, en sus primeros pasos, ya parece concebir una idea de cine.