Aterrados

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Tal vez el cine de género argentino haya encontrado a los interlocutores necesarios para poder contar historias, que, por más que sean trilladas y que trabajen sobre una base de precedentes ya conocidos, puedan, en la luminosidad de su acercamiento, en la habilidad de su mirada para presentar nuevas formas, ir configurando un panorama distinto, sólido y potente sobre aquello que cuentan.
“Aterrados” (2017), de Demian Rugna, transita su relato con una solidez impecable, dividiendo su narración en un primer acto potente, áspero, oscuro, tenso, un segundo capítulo revelador y eficiente, y un desenlace apresurado, que no responde a la madurez inicial con la que se habían presentado los conflictos. Hay algo raro en dos casas contiguas, unos extraños golpes convierten la estancia de una joven pareja en una pesadilla.
Un niño desaparece, su madre lo busca sin lograr resultados, o con los resultados menos esperados. Una misteriosa figura avanza en la soledad de la noche buscando presas.
De la pesadilla inicial, Rugna, nos aleja precipitadamente, sabe que el impacto de algunas escenas tiene que ser rápidamente olvidado. Su escogido es dirigirse hacia otros rumbos, uno tal vez menos sórdido, igual de oscuro, pero con la confianza de poder pasar del terror al policial sin mediar respiro. “Aterrados” es un film que prefiere, desde la forma, acercarse a películas que construyen una relación con los personajes muy cercana, atrapante, de imposibilidad de escape de ellos con los espectadores y de los espectadores para con ellos.
Tal vez en esa decisión, en la que la cámara envuelve al protagonista, un hombre acechado por ruidos y espectros (nunca se sabe en qué medida ambos son responsables de la locura que vive), por desapariciones imprevistas y por fenómenos inexplicables, hay también una estratégica puesta en escena en la que se privilegia el respeto por el espectador y un tempo acertado para construir las características de los personajes.
La forma también avanza en laberintos inexplicables, con la aparición del niño como amenaza, de la figura de un menor que asombra por el verosímil que de él se desprende y sobre el cual la segunda parte del relato buscará explicaciones, generará tensiones, y, principalmente, buscará en el efecto sorpresa su potencia.
“Aterrados” asusta, mucho, pero va cediendo la tensa situación del espectador porque prefiere bucear en la tentación de configurar una historia que peca de efectista cuando más se necesitaba que se apoyen y avalen los cimientos sobre los cuales fue configurando su universo.
Así y todo, en la propuesta global, en la ambiciosa decisión de dejar fuera clichés relacionados a la juventud y la belleza, en la épica de sus héroes, en la disolución de conflictos parentales, y, principalmente, en la verosimilitud de sus enunciados, termina por configurar una propuesta única, diferente, atrapante, que permanecerá latente en los espectadores por mucho tiempo de finalizada la proyección.