Arrebato (2014)

Crítica de Martín Chiavarino - A Sala Llena

Caros instintos.

La degradación de las clases adineradas es una constante que se viene diagnosticando desde que las mismas decidieron desarrollar una cultura contrapuesta a la de las clases desposeídas. La caída de esta clase ociosa -que la idiosincrasia pretendidamente aristocrática produjo- ocurrió a través del triunfo de la cultura del dinero fácil y el ascenso vertiginoso de la empresa capitalista en crecimiento, sostenida principalmente debido a la especulación a partir de la Crisis del Petróleo en 1973. Desde ese momento la decadencia de la cultura del dinero es cada vez más kitsch y obscena, rindiendo culto a un hedonismo sintético en un desmoronamiento oprobioso de todos los valores que parece no tener fin.

Arrebato (2014), el último film de Sandra Gugliotta, propone un juego entre la novela de investigación periodística, el policial, el film de suspenso y la tensión erótica de los tríos y los engaños matrimoniales, con el fin de cruzar los límites entre Eros y Tánatos para conducir las vidas de los personajes a los márgenes en los que el erotismo retoza junto a la muerte.

En esta historia, Luis Vega (Pablo Echarri) es un ascendente profesor de literatura y escritor de novelas policiales obsesionado con la visión de los asesinos al que su editor le ha encargado investigar un caso muy mediático sobre el asesinato de un dentista. Vega decide entrevistar a la viuda, Laura Grotzki (Leticia Brédice), quien lo inicia en el mundo de las citas a ciegas sexuales por internet, mientras su matrimonio con Carla (Mónica Antonópulos) se desmorona.

Con una trama muy parecida a la de Bajos Instintos (Basic Instinct, 1992), pero que no busca llegar al fondo del submundo en cuestión, Arrebato pone distancia de todo lo que la rodea y crea escenas que nunca conducen a nada, en un círculo vicioso que lleva a los actores hacia diálogos que van perdiendo el sentido a medida que la obra cae en la redundancia producto de la falta de acción. El asesinato del dentista se convierte en un acontecimiento más de una trama que se centra en la obsesión infantil, inconducente y mal trabajada de Vega de entender al asesino. De esta manera se corre el eje de la trama y con él todo el sentido de la película y de la relación entre los personajes interpretados por Echarri y Brédice, quienes deambulan en el guión como pueden.

Mientras el tedio se apodera de la obra a través de la repetición hasta el hartazgo de escenas fútiles, el final se vislumbra como una obviedad que se aproxima inexorablemente. Tan solo algunas breves apariciones como las de Gustavo Garzón, en el papel del tozudo y obstinado fiscal, y Claudio Tolcachir, como el editor de Vega, logran levantar por momentos el devenir para ocultar las fallas de la historia principal. Las consecuencias de todo esto también son previsibles y el “arrebato” queda tan solo como un berrinche de los aburridos vecinos de Palermo que no saben vivir en su riqueza.