Argo

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Cuando la mentira es la verdad

Ben Affleck consigue un filme con picos altos de tensión y también de humor narrando un hecho real y complejo.

No hay dudas después de volver a ver Argo que la película de Ben Affleck es una de las mejores producciones estadounidenses que se han estrenado este año, y que estará en la pelea grande por el Oscar. La afirmación se sustenta más en la agudeza y astucia del Affleck director, en el nervio que sabe imponerle a la narración, al exacto balance entre el thriller -más que drama- que transcurre en Teherán y la sátira y el humor que despliega cuando las acciones se quedan en Hollywood. Y mucho menos por estar basada en un hecho real.

Porque la historia de los seis diplomáticos estadounidenses que se escaparon de la toma, por parte de militantes y estudiantes iraníes, de la embajada norteamericana en la capital iraní en noviembre de 1979, y se ocultaron en la residencia del embajador canadiense, es cierta. Gracias a que el presidente Clinton desclasificó unos archivos en 1997, se supo que fue una arriesgada movida de Tony Mendez (el propio Affleck), un agente de la CIA que pergeñó una idea (la “mejor mala idea” disponible en plena crisis) para ingresar él en Irán, hacer pasar a los seis por miembros de un equipo de filmación canadiense que buscaban locaciones para un filme de ciencia ficción, llevarlos hasta el aeropuerto y devolverlos sanos y salvos en sus casa en los Estados Unidos. Lo que no es verdadero, auténtico es el final, la odisea que en la pantalla hace crispar los nervios, y nos pone al borde de la butaca.

Affleck falsea la verdad en pos de su legítimo cometido de entretener y atrapar al espectador. ¿Está mal? Alan Parker hizo algo similar cuando retrató cómo Billy Hayes escapó de una prisión turca -otro hecho real- en Expreso de medianoche (1978). El filme fue candidato al Oscar. Y nadie dijo nada.

Mucho se dice y habla ahora de Argo , en momentos en que las relacione entre los Estados Unidos e Irán vuelven a ser tensionantes como en aquella época. Es que la película tiene una construcción (y una reconstrucción del lugar y la caracterización de los personajes) notable: quedarse después de los créditos para constatarlo, y un espíritu patriótico y no patrioterismo -los iraníes son tontos, pero algunos en el Gobierno, también-. Ya al comienzo Affleck deja en claro la intromisión estadounidense en Irán, imponiendo al Sha Pahlevi para favorecer sus intereses económicos por el petróleo y cómo la revolución y Khomeini se veían venir y nadie la predijo.

La película pivotea en tres ámbitos. Lo que va sucediendo en Teherán, los manejos de la CIA en Virginia y en Washington y la puesta en marcha de la falsa película (la Argo del título) en Hollywood, donde John Chambers, el maquillador de El planeta de los simios y un productor (inventado) prefabricaron algo que parecía imposible, pero todos se lo tragaron.

Esta parte, la de Hollywood, sirve para descomprimir, es el comic relief, para relevar la tensión, y donde John Goodman y Alan Arkin se meten al espectador en el bolsillo. Así como Affleck lo hace el resto del relato. La ficción a veces supera a la realidad, y aquí, cuando la realidad parece de ficción, no queda otra que relajarse y disfrutar de un acabado producto cinematográfico. Hollywood lo ha hecho otra vez.