Argo

Crítica de Fredy Friedlander - Leedor.com

Ben Affleck confirma por tercera vez su talento como director de cine

Se ha comentado a menudo, y con justa razón, que Ben Affleck parece estar destinado a proseguir una carrera similar a la de Clint Eastwood como director de cine. Tiene más de un punto en común con el realizador de “Los puentes de Madison” y de hecho su primer largometraje (“Desapareció una noche”) está basado en un libro de Dennis Lehane, que también había escrito “Río místico”.
El segundo film de Affleck (Atracción peligrosa”) mantuvo el nivel de su opera prima y ahora con “Argo” logra un triplete, que pocos realizadores han conseguido desde su debut cinematográfico.
Lo notable es que las tres obras citadas tratan temáticas muy diferentes, lo que nuevamente valida la comparación con Eastwood. Aquí la trama está basada en un hecho verídico que tuvo lugar a inicios de la década del ’80, cuando el Sha Reza Pahlevi de Persia (Irán) ya había sido depuesto por una revuelta cuyo líder era el célebre ayatollah Khomeini.
Los primeros minutos de “Argo” recorren en estilo documental y con razonable objetividad los diversos sucesos ocurridos entre mediados de siglo pasado hasta el año 1979. Es en ese momento que se produce la violenta irrupción de miles de manifestantes en la Embajada de los Estados Unidos, cuyos ocupantes en su inmensa mayoría fueron tomados como rehenes. Solo seis de ellos lograron escapar hasta la casa del embajador de Canadá, quien aceptó cobijarlos sin que se enterara el gobierno iraní.
Pese a los esfuerzos que realizaron los ocupantes de la Embajada norteamericana de quemar o triturar toda la información confidencial allí contenida, momentos antes de ser ocupados, a la larga no pudieron evitar que trascendiera que entre los rehenes faltaban seis personas.
Allí comienza una segunda parte, cuando la acción se traslada a Estados Unidos y más concretamente a la CIA, donde sus agentes y directivos comienzan a discutir la mejor alternativa para rescatar a sus conciudadanos en Teherán. Aparece entonces el personaje real de Tony Mendez (Ben Affleck mismo) un especialista en la extracción de gente en problemas. A él se el asigna la difícil tarea de rescatar a los seis funcionarios ocultos en la embajada de Canadá.
Se imaginan varias estrategias posibles pero la que Mendez finalmente logró imponer fue una muy imaginativa consistente en montar una ficticia filmación de una película tipo “Star Wars” en Irán con capitales y personal canadiense y entre estos y con pasaportes falsos a los cuatro hombres y dos mujeres a rescatar.
Para armar la producción de “Argo”, tal el título del guión seleccionado con acuerdo de la CIA, se contactó a John Chambers, maquillador por ejemplo de “El planeta de los simios” y a Lester Siegel, hábil productor. John Goodman y Alan Arkin encarnan a ambos personajes y logran los momentos más brillantes y memorables de toda la película, todo un acierto de “casting”. Hay aquí numerosas frases irónicas que intercambian ambos hombres de cine como cuando Siegel afirma que “se puede enseñar a un mono a ser director de cine en apenas un día”. Ambos personajes se burlan del guión seleccionado usando la expresión “Ar-goFuck Yourself”, que obviamente pierde gracia con los subtítulos locales. Algunos chistes son algo más obvios como la mención de Marx (Karl), que el productor confunde con su homónimo Groucho.
Es notable en cambio la escena, que transcurre en el gran bazar de Teheran, cuando una de las dos mujeres le saca una foto supuestamente para la producción del film a un iraní que se revela molesto. Y también la partida desde allí del grupo de “técnicos” cuando las puertas y ventanas del vehículo que los transporta son golpeadas por una turba enceguecida. En ambas circunstancias lo elogiable es la credibilidad que Affleck consigue transmitir al espectador. Prueba de ello son las imágenes comparativas entre escenas del film e imágenes reales presentadas junto a los títulos finales de “Argo”.
Quizás se pierda un poco ese rigor en la última parte del film, cuando en pleno aeropuerto el personal que controla los pasaportes parece dudar de la autenticidad de sus portadores y el avión de Swissair está a punto de partir. El film se transforma en un thriller, concesión que quizás pudo evitarse, sobre todo teniendo en cuenta que en verdad el retraso se debió a problemas técnicos del Jumbo 747. Y aún más objetable es el final edulcorado cuando Mendez regresa a su casa para reencontrarse con su hijo y su esposa, a punto de separarse de él, con una bandera norteamericana como fondo.
Pese a dichas concesiones, muy típicas de las producciones de Hollywood, el conjunto es tan sólido que en el balance “Argo” sobresale como un producto que seguramente debería alzarse con justicia con varias nominaciones a los Oscar.
Todavía un párrafo más para los actores, donde la dupla Goodman-Arkin merecería ser considerada por la Academia. Ben Affleck como actor está correcto aunque nunca descolló como tal (recordar “Peral Harbor”) y se luce en un rol secundario Bryan Cranston. Y al final habrá un “cameo”, que preferimos no revelar, de alguien que ya ganó más de un Oscar en su larga carrera como actor.