Aquel querido mes de agosto

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Un documental que muta en ficción

El segundo film del audaz director portugués Miguel Gomes es puro disfrute, libertad y talento creativo

Tras su exitoso paso por el circuito de festivales (ganó el premio principal de la edición 2009 del Bafici porteño y fue premiado, entre otras muestras, en Guadalajara, Las Palmas, San Pablo, Valdivia y Viena), se estrena en fílmico este bello y original segundo largometraje de Miguel Gomes.

El audaz director portugués empieza filmando una suerte de documental sobre bandas musicales que interpretan canciones populares, sobre bailes y procesiones religiosas, sobre tradiciones, leyendas y anécdotas pueblerinas, pero luego ese registro va mutando hacia el cine dentro del cine (con la trastienda del rodaje que muestra al propio director discutiendo en cámara con su atribulado productor o con su rebelde sonidista) y, más tarde, también hacia la ficción pura, con una sensible historia de amor imposible entre dos primos (un guitarrista y una cantante que forman parte de un mismo conjunto) bajo el atento control de un patriarca posesivo.

"Yo quiero personas, no actores", le dice Gomes a su productor cuando éste se queja de que el director no ha elegido aún a los intérpretes para cubrir los personajes que figuran en el guión original. Y, aun cuando la película finalmente se sumerge en la ficción, sigue optando por los no actores, por gente real descubierta en los propios lugares que el equipo de rodaje va visitando.

Durante los 147 minutos del film aparecen en pantalla unas cuantas bandas amateurs o semiprofesionales y se escuchan decenas de clásicos de la canción popular portuguesa (y brasileña), pero hay también imágenes de la filmación, de un programa de radio, de fiestas religiosas, de incendios forestales, de bares, ríos y playas, así como testimonios sobre múltiples situaciones cotidianas en cada uno de los pueblos.

En este film luminoso como el verano que aquí se retrata no hay prejuicios, clisés ni convenciones. Todo parece estar permitido (incluidos los excesos, la falta de organicidad y hasta ciertas reiteraciones), pero el resultado no deja de ser asombroso: puro disfrute, libertad y talento creativo.