Aquarius

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Cosas que importan
Sin ser un tratado sobre la moral y el abuso de los poderosos, es un filme profundo y humanista, con una grandiosa Sonia Braga.

Aquarius podría haberse titulado Clara, el nombre de su protagonista absoluta. Pero el director Kleber Mendonça Filho debe haber decidido ser más transversal e indirecto, o elíptico, y denominado el filme con el nombre del edificio donde vive, vivió y ¿vivirá? Clara.

La película, que compitió en la última edición de Cannes, se centra en cómo se planta una mujer que debió batallar como nadie.

Clara fue crítica musical –la música juega un importante rol en el filme- y habita su espacio en Aquarius, el edificio frente a la playa en Recife, rodeada tal vez ya no de amigos y afectos, pero sí de vinilos y recuerdos. Tiene en el presente 65 años.

Pero la película arrancó con una fiesta tiempo atrás. La tía Lucía cumple 70, y allí está Clara, con su cabeza rapada producto de su lucha contra un cáncer. Luego con los años lucirá una frondosa cabellera y cierta asimetría corporal, ya que no quiso recomponer uno de sus pechos. Pero el combate central de Clara será otro. El que le pone el título a la película. Un constructor quiere sacarla de su piso en Aquarius para tirar abajo el edificio y hacer un emprendimiento inmobiliario. Todos se fueron, abandonaron el edificio. Clara resiste.

De nuevo. Cómo se planta una mujer que batalló y que quiere seguir dando batalla.

La película es un alegato contra los abusos, las miserias y los sinsabores de enfrentarse al interés de los poderosos. A Clara le ofrecen un morro de dinero. Pero no.

El filme está subdividido en tres capítulos, cuyos títulos son premonitorios. El pelo de Clara, El amor de Clara y El cáncer de Clara.

Está claro que el último es el más metafórico de los tres.

La película, que es un drama que incluye denuncia y a la que no le cuesta nada ganarse la empatía del espectador, también se nutre de la relaciones para construir a la protagonista. Clara sabe lo que quiere y lo que no quiere. Tiene una gran relación con un sobrino, distante con su hija y afectuosa con su empleada doméstica.

Sonia Braga, en el que marca su regreso al cine brasileño donde se inició –ahora vive en los Estados Unidos-, cumple su mejor papel, a kilómetros de distancia de Doña Flor y sus dos maridos. Es otra época, es otra historia y es otra ella. Se atreve y juega con el erotismo más explícito y lleva adelante toda la película. El guión, es cierto, ayuda a la construcción por capas de su personaje, y si hacia el final todo semeja didáctico, quedan en la memoria momentos, anécdotas que ensamblan en esa mujer que no se da por perdida ni aun perdida.