Aquaman

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

¡Mer-Man!

Ninguna película de superhéroes ejemplifica mejor el inherente vacío que las inspira y su hambre de mitología como Aquaman (2018), un monstruo de Frankenstein sin identidad a la que llamar propia. Comparación injusta con el monstruo, que reconoce su condición y resiente a su creador. Las mejores partes de Aquaman aceptan la ridiculez del concepto y proponen un espectáculo entretenido; las peores hacen de la película algo demasiado serio para su propio bien.

La película comienza con citas literarias a la obra de Julio Verne y H. P. Lovecraft, reinterpreta una vieja leyenda escocesa entre el cuidador de un faro y una femme fatale submarina para explicar los orígenes del mestizo Arthur Curry (Jason Momoa), lo transporta a la Atlántida de Platón para disputarse la corona con su vil hermanastro (Patrick Wilson), luego lo sube a una avioneta para seguir los pasos de un Indiana Jones o Nathan Drake a la caza de viejos tesoros en templos perdidos y finalmente se cobra las citas a Verne y Lovecraft al descubrir el prehistórico hueco de la Tierra y pelear contra los herederos de Cthulhu en el abismo oceánico. Todo al servicio de una nueva versión del ciclo artúrico, con un tridente en vez de una espada: ¿logrará Arthur alzar la legendaria arma incrustada para reclamar la corona y guiar a su pueblo?

Todo eso resulta divertido en un nivel episódico y en la medida en que la película no se toma a sí misma demasiado en serio. Dado que el principio y el final adquieren dimensiones portentosas en un intento de darle a la historia más peso del que merece, el resultado es que la parte media de la película es la más entretenida, cuando está imitando un serial de aventuras y concentrándose en la farsa cómica/romántica entre Arthur y la bella Mera (Amber Heard). Su relación es la misma que tiene todo hombre y mujer en el virgo universo de los superhéroes: la de un fanfarrón malcriado y una figura maternal serena, responsable y llena de reproche. Momoa y Heard aunque sea tienen la química que la mayoría de las otras duplas carecen.

Wilson es efectivo en papeles que piden que su personaje sea a la vez artero y contraproducente. Un segundo villano, Manta (Yahya Abdul-Mateen II), se compone como el némesis de Aquaman pero no deja gran impresión más allá de un traje bonito. Nicole Kidman y Willem Dafoe se desperdician en papeles menores, relegados a explicar mucho y decir poco. Estas sesiones expositivas suelen culminar con una explosión y la llegada de un grupo de matones cuyas súbitas interrupciones parecen inspiradas en las de la Inquisición Española de Monty Python. Esto ocurre en la película no una ni dos sino tres veces, y ya a la primera el efecto es cómico.

Evidentemente el foco de la historia no es tanto Aquaman (flashbacks a su niñez y entrenamiento parecen más obligatorios que integrales a la trama) así como el mundo alienígena que se descubre aquí en la Tierra, inspirado superficialmente por todo tipo de mitos, leyendas y obras literarias y cinematográficas. No compone un mundo muy convincente pero la esquizofrenia de la película termina siendo su mejor arma. Tiene muy poco a lo que llamar propio y en su afán de edificarse colección de Grandes Hits termina imitando algunos buenos pero sin crear nada original.