Aprendiendo a volar

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

Alegoría del vivir.

Los films familiares centrados en las relaciones entre seres humanos y animales constituyen todo un arcón específico dentro de la historia del séptimo arte. La enorme mayoría de los ejemplos abraza un ecologismo militante que en medio de una trama de “reconstrucción personal” va mechando distintas metáforas alrededor de la exaltación del carácter altruista y/ o piadoso del hombre a través de los comportamientos de la “mascota” de turno. El microcosmos de afecto por lo general es puesto en crisis por un entorno voluble que acusa al “héroe” humano de antropomorfizar a la bestia y descuidar a los suyos, sus semejantes, lo que termina derivando en una solución negociada con muerte -simbólica o real- incluida.

El espectro narrativo, cuyo origen conceptual/ ideológico se remonta a la novela Black Beauty de Anna Sewell, fue variando con los años. A decir verdad, últimamente la balanza se ha ido volcando hacia la dicotomía de la “seriedad indie” y la comedia hollywoodense, con Wendy and Lucy (2008) y Marley y Yo (Marley & Me, 2008) como representantes insignia de la vertiente contemporánea. Si bien las susodichas alcanzaban con eficacia los objetivos propuestos, por nuestros días se extrañan epopeyas más ambiciosas y preciosistas como El Corcel Negro (The Black Stallion, 1979), quizás la obra maestra del subgénero y el opus más recordado de Carroll Ballard, un verdadero especialista en el tema en cuestión.

Como la vida nos suele dar sorpresas, hoy descubrimos una pequeña anomalía que llega desde los Países Bajos: Aprendiendo a Volar (Kauwboy, 2012) es una película de inflexión profundamente retro que viene a ocupar el lugar vacante en lo referido al cine familiar. Dejando de lado cualquier eco de las bazofias reduccionistas que suele ofrecer Disney mediante sus múltiples canales de distribución, el director y guionista Boudewijn Koole opta por el retrato minimalista del amor de Jojo (Rick Lens), un niño de 10 años, para con un grajo -un ave que comparte linaje con el cuervo- al que bautiza “Jack”. Luego de encontrarlo en la hierba y frente a la imposibilidad de devolverlo al nido, lo adopta sin más.

Por supuesto que la existencia del joven no es del todo fácil, con un padre inestable que arrastra una fuerte tendencia a ser agresivo, una madre cantante de country “de gira” por Estados Unidos y un contexto rural en el que las únicas alegrías pasan por las clases de waterpolo y la presencia de Yenthe (Susan Radder), el interés romántico de Jojo. El relato avanza con pulso aletargado y cae sutilmente en todos los clichés esperables, aún así edifica un verosímil tan simple como encantador que analiza las diversas “opciones” al momento de encarar una pérdida (depresión, rechazo, fantasía, aceptación parcial, etc.). Sin detalles crueles y desde la honestidad, el convite repasa los rasgos agridulces del vivir cotidiano…