Aparecidos

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Cero sentido

Las películas de terror clase b muchas veces ejercitan oblicuamente una crítica social. Aparecidos, el filme de Paco Cabezas, pertenece en parte a este universo cinematográfico, aunque su pretensión doble y paradójica, entretener y concientizar, disloca el terror que busca y ridiculiza su moraleja política, objetivo noble e incuestionable, pero que exige rigor histórico (en este caso) e inteligencia política. ¿Cómo, si no, hacer un filme de fantasmas cuyo estatuto de espectros coincide con ese vocablo preciso de nuestra historia: desaparecidos?

La premisa no es necesariamente improcedente e indecente. En nuestra historia nacional, un desaparecido es un fantasma material: desconocemos su paradero, y de esto se predica una errancia simbólica. El derecho a saber significa incorporar instancias esenciales de una vida que se resisten a ser parte de un relato. El trauma es, por definición, exactamente eso: una memoria dolorosa que se fuga de la historia de un sujeto, de una comunidad, de un país.

Aparecidos larga el 13 de agosto de 2001. Es un dato arbitrario, pues los sismos preparatorios para la debacle nacional no son parte del relato. Podría ser hoy, hace dos años, hace una década. Lo que importa es que en ese presente impreciso dos hermanos de nacionalidad española visitan Argentina. Su padre está en estado vegetativo. Tienen que tomar una decisión: desconectar al progenitor, y apurar los trámites hereditarios. De los dos, y no es un dato menor, es el más joven, Pablo, el que tiene un gesto menos utilitario. Le habla a su padre, toca su mano y le avisa que su hijo está presente. No tardará en responder.

Pablo quiere saber un poco más sobre su padre, y convence a Malena, su hermana mayor, de viajar a la Patagonia, cerca de Rawson, donde su padre ejerció como médico. Arriba de una Ford rural emprenden un viaje al pasado. Y el pasado de su familia, como el de Argentina, no es un pasado exento de mentiras, traiciones, asesinatos, violencia, odio. Y es así que la aparición de una misteriosa niña en el medio de la nada patagónica será el presagio de varias apariciones. Son fantasmas del último proceso militar, son fantasmas desconocidos de la vida personal de los dos hermanos. Lo que sigue es un despropósito inaudito: cambiar la historia volviendo literalmente a ella en un presente yuxtapuesto al pasado. ¿Un túnel del tiempo? ¿Un anillo de Moebius? En la cabeza de Cabezas todo parece posible.

Narrativamente incoherente y políticamente inocente, Aparecidos se parece a varias películas de terror de la última década. A diferencia de Sexto sentido, una de fantasmas con un fondo político difuso y preciso, además de ser un intento de actualización (no del todo exitoso) del clasicismo hollywoodense, Aparecidos posee un ritmo narrativo veloz en donde todo está codificado: las panorámicas turísticas sobre la Patagonia, las paletas de colores y las elecciones musicales, todo explicita qué se debe sentir y qué se debe pensar. La máxima conquista de Cabezas son dos secuencias correctas de levitación.

Una de las últimas secuencias propone que los desaparecidos están entre nosotros: abandonados en las calles, atribulados, ignorados, en un limbo de injusticia perenne, en la medida en que la sociedad desestime ir hasta las últimas consecuencias en el esclarecimiento de los asesinatos sistemáticamente perpetrados por parte del terrorismo de estado. No obstante, la puesta en escena de Cabezas parece más un comercial que un momento cinematográfico. La ciudad se detiene, los desaparecidos son invisibles, llueve y el tráfico es infernal. Es una publicidad de derechos humanos en medio de una película. Una idea justa, pero no justo una imagen.