Antes del estreno

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Espacios compartidos

Como UPA, una película argentina, Antes del estreno también narra los entretelones de un proceso creativo. Pero a diferencia de la película codirigida junto a Camila Toker y Tamae Garateguy, en el segundo largo en solitario de Giralt la preparación de una actriz para el estreno de una obra y los pormenores de la escritura de un guión de su marido son mostrados sin cinismo, sin búsqueda de sordidez. Antes del estreno se coloca bien cerca de sus personajes y los sigue durante largos planos secuencia que acentúan la extrañeza de las escenas; Giralt no utiliza a sus protagonistas para exponer un estado de cosas patético (como en UPA…) sino que ellos, en tanto criaturas complejas y misteriosas, constituyen el centro de la película. El trío familiar compuesto por Juana, Román y Lili son observados en busca de imágenes nuevas, frescas pero también desconcertantes. El aire enrarecido de la casa y sus habitantes se potencia por la increíble duración de las planos, y también porque Giralt realiza breves intervenciones con ralentis que señalan gestos y movimientos en apariencia sin mucha importancia narrativa pero que magnifican a los personajes y sus detalles más mínimos. Prender un cigarrillo, agitar un vaso, preparar la comida; conocemos a los protagonistas a través de sus gestos recurrentes y no por informaciones acerca de su pasado.

El clima extraño se establece desde el vamos al entrar en la casa, una construcción pequeñísima rodeada de un enorme jardín que conecta sus espacios principales (el living-cocina y el dormitorio) mediante el baño: para ir de un lugar a otro hay que atravesarlo o pasar por afuera. No es raro que al principio se hable de la necesidad de Lili (la hija) de tener su propia habitación: Antes del estreno es sobre personajes que buscan espacios personales sin hallarlos, y se frustran, se irritan porque están todo el tiempo juntos, como pegoteados. Esa asfixia que rige en la casa se compensa con la apertura del jardín y las tomas largas y ágiles que hace Giralt saltando de un personaje a otro o cuando se demora en el caminar de uno de ellos. En esas escenas el universo de la película se expande; el fuera de campo se vuelve el gran protagonista que, desde el off y mediante sonidos y diálogos, da cuenta de las distancias que existen entre los personajes, incluso en el interior reducido de la casa. Por eso es que, a pesar de estar ubicado a menos de dos metros de ellos, Román no puede hacer nada cuando ve que Juana es tocada por Hernán; no importa la cercanía física real, la infidelidad flagrante de Juana parece suceder a kilómetros de allí y su marido se demuestra incapaz de detenerla. Claro, tampoco ayuda el hecho de que Román haya intentado hace pocos minutos besar a Cynthia, la mujer de Hernán. Por los motivos que sean, en los pocos y apretados ambientes de la casa, las distancias no hacen más que ensancharse.

En medio de la pareja siempre está Lili fundando el apelotonamiento: ella es la que los junta y acerca, las que los pega con sus diálogos y movimientos (como la caída –¿accidental, calculada?– del árbol, con la que reúne momentáneamente a sus padres alrededor suyo). También Giralt la utiliza para suturar los abismos que se abren al interior de la pareja; el director sigue a la nena durante planos que conectan los mundos separados de Román y Juana, que en la práctica no pueden juntarse ni siquiera con un objetivo laboral en común (Juana, a pesar de ser una actriz reconocida, nunca fue convocada para ser dirigida por su marido). El gran acierto de la película es la capacidad de maniobrar esos conflictos sin regodearse en ellos, no buscar en las peleas del matrimonio quién sabe qué miseria propia de la creación artística. Al contrario, Giralt no solo apuesta por un universo extrañado y resistente a cualquier lectura condescendiente, también confía en el humor para pintar el cuadro de las calamidades cotidianas de la pareja. La comedia a veces negra e incómoda del director alcanza picos de maestría en el plano secuencia de la fiesta del sábado; la cámara sigue alternativamente a las tres parejas de amigos (es la noche de las infidelidades cruzadas) y encuentra sus mejores momentos en dos vómitos: cuando Román se entera de que Cynthia está embarazada, y cuando trata de llevársela lejos para que no vea a Hernán (su marido) calenturiento con Juana. Los vómitos de Román no solo marcan el tempo cómico de la escena, también funcionan por lo revulsivo de su irrupción (¿en cuántas películas se vio que un personaje vomite ante la noticia de un embarazo?). El humor despoja a la historia de cualquier posible gravedad. Como Lili, que recorre ligera los recovecos de la casa y la inmensidad del patio, Antes del estreno toca a los protagonistas y sus penurias con suavidad y respeto, haciendo de los momentos más dramáticos lugares de paso sobre los que levantar una poética alucinada de la cotidianidad. En este sentido, y a pesar de tratarse de un homenaje explícito a Cassavets, Giralt no podría ubicarse más lejos suyo: si en el cine del director de Opening Night lo extraño muchas veces surgía de un exceso de realidad, de un hiperrealismo que colmaba a los personajes y la puesta en escena, el realizador de Toda la gente sola parte de una mirada liberada de cualquier imposición realista que, por lo bajo, pareciera estar postulando que la realidad y el verosímil pueden compartir el mismo espacio que lo extraño y lo incomprensible. En ese cruce atípico e improbable es que surge la belleza inquietante de Antes del estreno.