Amsterdam

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

EL GRAN SIMULADOR

Hace unos años, cuando se estrenó Escándalo americano, escribí una crítica titulada (la pueden leer acá) El mejor pescado podrido de la historia. Lo que intentaba decir sobre aquella película de David O. Russell era que estábamos ante la obra de un director que nos pasaba gato por liebre, pero que lograba el objetivo: una historia sobre personajes falsos que era pura falsedad, que a través de los premios y la crítica alcanzaba el prestigio sin ser demasiado relevante. Pero Escándalo americano era consciente de eso, era casi un juego grosero y en el que se habían gastado varios millones para que Russell pudiera cumplir su capricho. Con Amsterdam, Russell llega al mismo lugar, una película vacía y sin alma, puro artificio, pero que perdió en el camino todo el sentido lúdico. Por eso mismo, no hay autoconciencia que le aporte un poco de interés, apenas un director consagrado y un elenco multiestelar mostrando su talento a reglamento, en una película que simula ser muy divertida pero lo es solo en ocasiones. O puede también que yo haya caído en la trampa de Escándalo americano y tarde, con Amsterdam, estoy dándome cuenta que Russell no es más que un chanta con cierto poder en Hollywood.

Si en las últimas películas de Russell las comparaciones con el cine de Martin Scorsese surgían directamente a partir de temas y formas que el director conjugaba sabiamente, como un imitador con algo de talento que presenta su show en un casino de Las Vegas (y que hasta había heredado al fetiche Robert De Niro), Amsterdam es otra cosa. Es Russell jugando a ser los hermanos Coen, con algo del sentido pictórico para la puesta en escena y el encuadre de Wes Anderson. Y de fondo, como en Escándalo americano, la recreación de otra historia increíble, solo posible en ese parque de diversiones hecho país que son los Estados Unidos: aquí un complot que en los años 30 del siglo pasado intentó terminar con el gobierno de Roosevelt. Con este material, lo que hace Russell es construir una sátira, como si el trío protagónico (Christian Bale, Margot Robbie, John David Washington) fuera una suerte de tres chiflados metidos en una de Hitchcock. Pero el resultado no es fallido por todo lo que intenta meter aquí dentro, sino más bien porque esa apuesta por un espíritu lunático en clave deadpan nunca es efectiva. El delirio supuesto se convierte en deriva narrativa, y cada vez que la película parece encontrar un centro y un tono, se dispara hacia lugares insustanciales en los que nos resulta imposible conectar con algún personaje. Y la sucesión de voces en off tampoco ayuda para cohesionar el relato, porque el punto de vista se hace más disperso aún.

Claro que Russell tiene talento y cada tanto, entre el elenco multiestelar que posee, encuentra algo de oro en el barro en el que él solito se metió: aquí son Michael Shannon y Mike Myers, como dos espías que quieren pasar como fanáticos de las aves, los únicos que parecen entender la clave sardónica del relato y nos regalan algunos momentos de comedia real. Y precisamente eso, el humor extravagante, algo que es marca de estilo de Russell, es lo que le falta a esta película, que el director finalmente supone que construyó para poder decir algo sobre el mundo. Hacia el final, comete el peor de los pecados: querer buscar el tono sensible y ordenar la película detrás de un sentido nostálgico y evocativo. Ese epílogo luce como manotazo de ahogado que más que cerrar el relato, lo abre hacia un lugar que nos hace ver el desperdicio que fueron las dos horas previas.