Amsterdam

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

Una canción sin sentido

El director David O. Russell, conocido por The Fighter (2010), Silver Linings Playbook (2012) y American Hustle (2013), regresa con una comedia dramática, Ámsterdam (2022), sobre un intento de Golpe de Estado en Estados Unidos a poco de asumir su primer mandato como presidente Franklin Delano Roosevelt en 1933 en medio de la crisis que siguió al colapso económico, relato basado en un hecho verídico aquí protagonizado por un inusual trío compuesto por un médico y un abogado, veteranos de la Primera Guerra Mundial, y una bella artista y enfermera.

La investigación de la muerte de un senador norteamericano, Bill Meekins (Ed Begley), que fuera general de una brigada compuesta en gran parte por soldados afroamericanos durante la Primera Guerra Mundial, impulsa a Harold Woodman (John David Washington), un abogado negro que representa legalmente a clientes que no tienen a quien recurrir, a solicitarle a su amigo, el Doctor Burt Berendsen (Christian Bale), un médico experimental al borde de perder su licencia y abocado a ayudar a los veteranos con sus dolores, que le realice una autopsia al que fuera su líder en el ejército, un hombre mayor pero saludable que fallece repentinamente tras regresar del convulsionado continente europeo. Tras descubrir que el general fue envenenado, la hija de Meekins, Elizabeth (Taylor Swift), es arrojada debajo de las ruedas de un automóvil por un hombre que los amenaza a la vez que los culpabiliza del hecho. En su investigación para probar su inocencia los hombres se reencontrarán con una amiga del pasado, Valerie (Margot Robbie), artista surrealista y enfermera que los cuidó y los llevó a vivir con ella a Ámsterdam después de la guerra, pero también descubrirán un complot para derrocar el orden establecido y llevar a Estados Unidos hacia el fascismo por parte de una organización secreta con afinidades hacia los regímenes dictatoriales europeos y liderada por un grupo de empresarios preocupados por las promesas de campaña de Roosevelt.

Ámsterdam es una película con un gran potencial que inexplicablemente toma decisiones polémicas, un tanto absurdas, que hacen chocar a la historia con la narración, como si ante un tema muy severo el director hubiera elegido relajarse y alejarse de la seriedad de la trama para no afrontar las consecuencias de la puesta en escena de una historia que siempre corre el riesgo de repetirse. En este sentido hay una serie de caminos elegidos muy criticables. Ya desde el comienzo Russell coquetea con la comedia con escenas repletas de gags y personajes histriónicos en una película ligeramente basada en un episodio histórico sobre un intento de subvertir la democracia, una decisión que no funciona muy bien con el talante de la propuesta. Otro punto un tanto ridículo es el de la aparición constante de nuevos personajes, todos interpretados por conocidos actores que se prestan al juego de Russell como si estuviéramos ante un desfile de estrellas de Hollywood y de la televisión que nunca termina. Así aparecen Robbie, Rami Malek, Anya Taylor-Joy, Chris Rock, Michael Shannon, Swift, Mike Myers, Zoe Saldana, Andrea Riseborough y hasta Robert De Niro en este cambalache de luminarias. Tampoco hay una gran reconstrucción de época, las actuaciones son demasiado exageradas y no está de más recalcar que la comedia no siempre funciona dentro de la lógica dramática de la película.

Por otra parte, la historia sobre un grupo de empresarios reaccionarios asustados por las políticas de redistribución de la riqueza que salen a convencer a un general retirado seguido por muchos veteranos, las protestas contra la ley de compensación a los veteranos que tuvo momentos muy álgidos durante la década del treinta, el pintoresco personaje compuesto por Margot Robbie de una artista inspirada por las ideas surrealistas y la estética alrededor de su personaje son elementos muy desaprovechados, dado que el film debería haber ido claramente por ese lado. Cada vez que la propuesta asoma la cabeza hacia uno de esos espacios, como una mirada a la posguerra o algún atisbo surrealista, el relato succiona la narración hacia la comedia insensata que se mezcla con el drama histórico y la investigación de un crimen símil sátira absurda que yuxtapone cuatro películas en una.

El final defrauda de sobremanera y es completamente literal sobre el apoyo de ciertos empresarios a las ideas fascistas que ganaban terreno en Europa. El personaje de De Niro, el General Gil Dillenbeck, una mímesis del General Smedley Butller, anuncia su discurso casi desde que aparece en escena por lo que no hay tensión alguna en toda la conclusión. Los diálogos son pobres, demasiado rebuscados, incluso aclaratorios, un mal del cine actual muy difícil de soportar que en raras oportunidades apela a la inteligencia del espectador, como si cada escena necesitara de una explicación innecesaria, lo que impide que los diálogos interactúen con la imagen salvo como aclaración. Tampoco hay secuencias en la hermosa capital de los Países Bajos ni demasiadas tomas que denoten una intención de reconstruir las épocas retratadas, salvo en el vestuario, dado que el lenguaje es contemporáneo y casi toda la acción transcurre en espacios cerrados como por ejemplo teatros, morgues, hospitales, casas y departamentos.

Ámsterdam discurre sobre la libertad de amar, la amistad y la lealtad como valores a los que el ser humano puede aspirar, contrarios obviamente a todo el sistema capitalista y a toda su cultura de la avaricia y la represión, esquema que lo impulsa al fascismo cuando su hegemonía se ve amenazada por las protestas de la gran masa de excluidos en la expropiación de los recursos. El título es relegado así a una alusión a la idea de libertad, de un lugar utópico donde todo es posible, el tiempo se detiene y la felicidad aparece de repente.

La comparación con los neofascismos y la recurrencia de la teoría del eterno retorno no son solapadas ni sutiles, intentando azuzar al espectador ante la posibilidad del regreso de las ideas belicistas y dictatoriales que hoy resurgen por todo el mundo ante la insistencia de los partidos políticos tradicionales de garantizar las tasas de ganancia extraordinarias para los empresarios y la redistribución de la riqueza en favor de los intereses de los más ricos, burlándose de sus votantes.

Seguramente si Russell hubiera aplicado el mismo estilo narrativo de American Hustle, Ámsterdam hubiera funcionado a la perfección con algunos retoques de época, pero la película va hacia un combo inexplicable de drama histórico y comedia que definitivamente no funciona, desaprovechando a los actores, las temáticas y las estéticas que aborda tímidamente para abandonarlas minutos después y seguir produciendo escenas ilógicas que no siempre hacen reír.