Amores de diván

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Un psiquiatra ahí para el psiquiatra mujeriego

Comedia checa con un personaje que pudo enloquecer a Freud.

Siempre elegí mujeres que no valieran la pena. En verdad, ellas me eligieron a mí.” La confesión es de Frankie, de profesión psiquiatra, a quien una tormentosa relación amorosa con una paciente -en fin, por un código de ética médica- lo deja sin licencia, matrícula ni trabajo.

Frankie sufre una disfunción hormonal física: tiene un deseo sexual excesivo, le dicen, y habría una cura, con procedimientos médicos modernos y progresivos. Bah, tendrían que castrarlo. En lugar de eso, decidió casarse inmediatamente.

Si Frankie hubiera sido argentino y no checo, tal vez lo habría interpretado Francella. Pero no. Josef Polášek tiene la capacidad de poner su mejor cara de póker ante situaciones disímiles. Casado, sí, su mujer decide hartarse de sus infidelidades, echarlo y casarse con Viktor, abogado y amigo de Frankie. Pero Frankie, que se reconoce inestable, no quiere perder a su mujer, que encima está embarazada y no sabe de quién.

Amores de diván tiene momentos jugados de comedia y otros tamtos más dramáticos, serios o románticos. Ningún personaje parece salvarse de las infidelidades de otros -al hermano de Frankie su mujer lo cornea repetidamente con el mecánico que trabaja para él-, la madre del protagonista también tiene su secreto bien guardado, hasta que Frankie trabaje como instructor de manejo y conozca a una joven... también con un as en la manga.

De la tierra donde surgieron Milos Forman y Jirí Menzel, Jan Prušinovský tiene la misma habilidad de desmenuzar un personaje como una migaja de pan... sobre todo si no es trigo limpio. Es su opera prima, a los 29 años, y con Polášek, a quien dirigió en su época de cortos, se nota que se entienden a las mil maravillas. En síntesis: una comedia con humor, romance y toques dramáticos que no tiene localismos ni apuntes de Europa del Este.

Lo que se ve en pantalla pasa en todos lados...