Amores de diván

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Folk-pop checo

Amores de diván (Frantisek je devkar, 2008) es el título genérico que se le ha dado a la honesta Frantisek je devkar (literalmente, “Frantisek es un mujeriego”), ópera prima del checo Jan Prusinovsky, un film sobre corazones testarudos y amargados que se baten por hallar amor, o por lo pronto, la estabilidad perdida.

Frantisek (Josek Polásek) es un psicólogo doblegado por la necesidad de acostarse con sus pacientes. Cuando una de ellas le hace juicio, queda sin trabajo; acto seguido, su esposa le pide el divorcio para casarse con ni más ni menos que su amigo. Franti se ve empujado al útero materno que es el hogar de su enviudada madre y su resentido hermano mayor, para quien se ve forzado a trabajar en su escuela de manejo. Pero él nada quiere saber de esto, y enfila sus esfuerzos para volver con su mujer Eliska (Ela Lehotska).

Prusinovsky no tiene mayores pretensiones que contar con simpleza lineal y fotográfica la historia harto conocida de un hombre común y falible cuyo mundo es, repentinamente, “dado vuelta”. Frantisek Soukenický no es del todo distinto al irreverente donjuán que Hollywood celebra en sus tragicomedias sobre redención moral. Amores de diván no es del todo distinta a la tragicomedia hollywoodense, hastiada de lugares comunes que copia y pega religiosamente dentro de su predecible estructura.

Amores de diván se nos presenta como una película callada y de perfil bajo que en nada sorprende y entretiene acatando las reglas de un género que pretende desconocer. Desde el montaje inicial que presenta entre títulos a Frantisek y sus conquistas (y sendos vade retros), a través de desentendimientos y malentendidos visuales, un cocktail de shocks telenovelescos entorno a la familia y aterrizando en un final con una voz en off que ordena nítidamente las varias subtramas de la película.

El objetivo de la película sería “unir esta tradición a los problemas actuales y corrientes no solo de la sociedad checa”. Pero su película no debe tanto a esta tradición que invoca como al cine norteamericano y su comedia de enredos. Su manejo de tiempos muertos, su tono reflexivo y un leitmotiv musical “folk-pop” checo son las mejores armas que este meramente entretenido emprendimiento posee para contrarrestar los convencionalismos genéricos en los que, lisa y chatamente, se ahoga.