Amor de familia

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Primeros varios días

Amor de Familia (Le premier jour du reste de ta vie, 2007) es una crónica en la vida de una familia en proceso de desmoronamiento: la historia cubre doce años, pero el relato dura cinco días, selectos a lo largo del tiempo como los más representativos, significativos y drásticos en la vida de cada uno de los cinco miembros de la familia Duval – Robert padre, Marie-Jeanne madre, y sus hijos Albert, Raphael y Fleur. Cada día es, efectivamente, el primero del resto de sus vidas.

Albert, el hijo de pelo corto, deja la casa para estudiar medicina. Raphael, el hijo de pelo largo, toca guitarras invisibles. Fleur, la “nena”, viste moda grunge/punk y escribe en su diario. Cumpleaños, casamientos, cachetadas, funerales: parafernalia que nuclea el melodrama de las relaciones familiares. Mientras tanto, el nido se va vaciando y sus padres deben volver a mirarse las caras y lidiar con muerte y vejez.

Remy Bezancon escribe y dirige una épica familiar que visita los mejores clichés del género, pero su verdadero triunfo es su forma. Valiéndose de un montaje ecléctico, construye una suerte de álbum familiar donde la audiencia comparte la patética odisea de vida de los Duval con sus mismos miembros. Cada segmento los involucra a todos, pero la mirada está anclada en alguien en particular – el diario de Fleur, los home-movies de Robert o el “viaje en el tiempo” de Raphael, por ejemplo.

A esto se le suma un diestro manejo de la banda sonora de la película. El período de vida de la historia va de 1988 al 2000, y cada época va acompañada por estilos musicales acordes, desde David Bowie y Lou Reed hasta el más estrafalario techno-pop e incluso un flashback hacia el Woodstock de Hendrix. Los personajes, tan bien delineados, parecen encarnar de alguna u otra forma un estilo musical propio.

La naturaleza fragmentaria de la película ordena y reordena estos cinco míticos días, superponiendo unos con otros de manera tal que se abren paréntesis de tiempo en medio de escenas y a veces hay dos o más líneas temporales comparten pantalla al mismo tiempo. Haciendo a un lado este trucaje, la historia es del todo lineal: al comienzo de cada día (suelen pasar años) se nos actualiza en qué estado se encuentra cada relación a raíz del final del día anterior. Este mecanismo le da un sabor lúdico a la película y conforma con la idea de una farsa.

Éste es el segundo largometraje de Bezançon, un favorito en su Francia original, donde ganó tres de las nueve nominaciones al César (el equivalente francés del Oscar). Bezançon transforma una historia sencilla y melodramática en algo épico y magnífico a través del uso sincrético de la música, el montaje y la dirección de actores, cuyo mayor desafío reside a interpretar personajes vistos “a medias, unos días”. El énfasis se ubica más en la encarnación de un estado mental designado y menos en transiciones y transacciones emocionales. El espectador atento leerá los implícitos y rellenará huecos.

Los lugares comunes están allí, escondidos en el follaje de los efectos. El mérito de Bezançon consiste en tomar una saga familiar como la que conocemos todos por experiencia propia o vicaria y dotarla de una energía inusitada, generando empatía y cierta ternura con los personajes. Pasan uno, dos, tres, cuatro, cinco días y el resto de sus vidas sigue comenzando.