Amantes por un día

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Philippe Garrel es un cineasta al que le gusta reflejar mundos personales, universos íntimos, relaciones interpersonales, si no complejas, al menos algo intrincadas. El amor, bah, y cómo cada quien lo siente y lo lleva adelante.

En Amantes por un día, rodada en fílmico -hoy, toda una herejía- y en blanco y negro -para remarcar la herejía-, los protagonistas son tres. El espectador podrá optar con quién se siente más representado. Los tres terminan habitando el mismo departamento.

Son Gilles (Eric Caravaca), profesor de filosofía en la Universidad, que desde hace pocos meses convive con su novia, Ariane (Louise Chevillotte), estudiante de sus cursos. La que llega para quedarse, al menos momentáneamente, es Jeanne (Esther Garrel, hija del director de Los amantes regulares), quien argumenta haber sido abandonada por su pareja.

El hecho de que Ariane y Jeanne tenga la misma edad (23) no ha de ser un dato menor, y Garrell, volviendo sobre sus temáticas predilectas, obsesiones e inquietudes, echará mano a su ironía para revelar celos e infidelidades, autoengaños, enojos y caricias entre tres personajes que están unidos por el amor.

Y pone en claro que pese a las diferencias generacionales entre Gilles y las mujeres, los sentimientos son los mismos y nadie (o todos) son dueños de sus verdades.

Las acciones, sea que transcurran en el departamento, la calle, la universidad o esos infaltables cafés del cine francés, están casi siempre supeditadas a lo que los diálogos ofrecen. Obedecen más a reacciones que a toma de decisiones por voluntad propia.

Garrel es un estilista en el sentido de que filma pulcro, permite a sus actores elaborar las escenas de adentro hacia afuera y la mayoría de las veces las secuencias, cuando llegan a su desenlace, suelen sorprender al espectador.

Amantes por un día, título poético más que engañoso, está bien lejos del cine anquilosado que solemos ver.