“Alicia”, película de Alejandro Rath que se estrena este jueves, se centra en una historia por la cual todo hijo atraviesa en algún momento. Con un elenco de grandes actores, como Leonor Manso en el papel protagónico, que interpreta a una madre militante y moribunda; un ex marido Patricio Contreras, trokista, para más datos, y un hijo Martin Vega, que repasa una decisión muy tremenda que ha debido tomar sobre los últimos momentos de vida de su madre, y con la actuación de una sólida y creíble Paloma Contreras, que hace de co equiper en tamaña decisión. Hay que ser muy valiente para tratar en el cine temas vitales sin tener que recurrir a golpes bajos. El director, que co escribió este guión con Alberto Romero, narra un tema ríspido pero también tópico. La fotografía es sórdida y acrecienta la tristeza de los ambientes que muestra. Una casa, cuyas cosas, enseres y todo lo que hay en ella, tiene que ser embalado. Una mudanza que se posterga porque no se puede con ella, un trabajo que se interrumpe porque la muerte de un ser querido irrumpe. Y en primeros planos muestra la lucha de Jotta, ese hijo frente al duelo de su madre atea acompañado, solo por momentos, por un padre marxista. La tristeza y la confusión de no saber de dónde agarrarse ante el inminente final, lo conduce a ir tras las religiones para que finalmente, más allá de ellas, terminar en una despedida con su madre conmovedora. Como un guiño, como para no molestar, se escucha de fondo la Internacional, el himno comunista. Una película muy recomendable, con un montaje que hace a la idea de los tiempos que la idea de la muerte le impone al film.
El debut de Alejandro Rath en el largometraje de ficción -antes filmó el documental ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?- explora los diferentes caminos que toma Jotta, un joven ateo y militante, para que su madre pueda morir en paz tras una larga enfermedad. Alicia explora el dolor y el duelo en una historia que comienza con una marcha del partido obrero y muestra el largo periplo que inicia Jotta -Martín Vega- para enfrentar una realidad que no puede cambiar y ni siquiera comprender. En busca de respuestas y soluciones, Jotta participa de una peregrinación a Luján, se confiesa y hasta recurre a otros cultos -el templo donde aparece el Pastor Giménez- mientras lidia con los paliativos de la medicina tradicional en un hospital público. Ni la religión ni la ciencia parecen darle respuestas en este relato estructurado en base al racconto y que se detiene en el "antes" de la relación entre Jotta y su madre Alicia -Leonor Manso, el verdadero motor del filme-. El director no parece ocupado en ofrecer respuestas o soluciones a todos los temas que aborda su trabajo, y la relación central madre-hijo es la que lleva adelante el andamiaje narrativo. La trama incluye a una enfermera -Paloma Contreras- responsable por sus tareas y por quien Jotta siente atracción y el ex-marido -Patricio Contreras- de Alicia que se presenta en el nosocomio. Todo queda en familia y Jotta sólo está enfocado en la difícil enfermedad de su madre y en una casa llena de recuerdos. Con una mirada crítica al sistema de salud, sin caer en golpes bajos y con oportunas cuotas de gracia -dentro de la desgracia- que sirven para descomprimir la tensión, la película cumple su cometido con el suero a cuestas.
Momento de despedida: La voz desde fuera de campo reivindica la lucha obrera y recuerda a los mártires de Chicago. La situación es un acto del 1ro de Mayo, donde se reúnen militantes del partido obrero. La cámara los registra en estilo documental y allí se insertará un personaje de ficción, que será sacado de la manifestación por un llamado telefónico. La conversación telefónica da cuenta de los arreglos por la contratación de un flete, de que ha fallecido la madre del joven y que necesita tiempo para desmantelar la casa porque desde su muerte no ha podido tocar nada. Este prólogo de Alicia (segunda película del realizador argentino Alejandro Rath, luego del documental ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?, 2013); ya anticipa varias cuestiones: la adhesión del protagonista a ideas políticas de izquierda, que darán cuenta de su ateísmo religioso; la problemática de la desigualdad social entre los grandes capitalistas y la clase trabajadora y la temática del trabajo del duelo ante la pérdida de un ser querido, especialmente la madre, que es el de los primer vínculos afectivo. Estos elementos se irán entrecruzando a lo largo de la trama. Jotta (Martín Vega) va vaciando con parsimonia y dificultad las distintas habitaciones de la casa de su madre. El encuentro con una foto de ella en medio de las hojas de una agenda, llevará la narración hacia atrás en el tiempo, metiéndose en los recuerdos del protagonista en torno a los últimos momentos compartidos con Alicia (Leonor Manso), su madre, cuando su cáncer ya se encontraba en una etapa avanzada, esa donde ya no es posible hacer nada más que paliar el dolor con morfina y donde la muerte aparece como una realidad cada vez más cercana. La familia de Jotta es una familia de trabajadores, que recurre al hospital público para el tratamiento de Alicia, dado el alto costo de los mismos. Aquí el director aprovecha para dar cuenta de la mercantilización de la medicina, donde se pagan precios altísimos por prestaciones deficientes y también de la profunda desigualdad entre una medicina para ricos y una medicina para pobres, donde las condiciones de infraestructura, la escasez de medicamentos y de personal, influyen en la calidad de la atención brindada. En el caso de Alicia, además de su sufrimiento físico, tiene que soportar a una mujer a la que le han amputado la pierna (y no lo sabe), que grita llamando a los médicos permanentemente. Es claro que para Alicia se trata de sus últimos momentos, y que la muerte misma en tanto “para todos”, borra las desigualdades sociales y es cierto que no se trata de un mayor confort, lo que cambiaría su destino; pero no obstante insiste la pregunta: ¿No merecemos todos una muerta digna? Y será esta dignidad del sujeto ante la muerte lo que determinará que Jotta, con la cómplice ayuda de la enfermera (Paloma Contreras), decida en cierto momento sacarla del hospital y llevarla a su hogar. La decisión de Jotta de que su madre muera en su habitación, rodeada de sus cosas y sus afectos, se constituye entonces en un acto ético, en tanto no concierne al prejuicio moral de las buenas costumbres que estipularía como algo horrible morir en un hospital público, sino a la dignidad subjetiva. La muerte es un agujero en trama de las representaciones, pues como ya lo dijera el viejo Freud, no hay representación de la muerte en el inconsciente. Ningún ser humano puede dar cuenta de la experiencia de la muerte, pues no la atravesó y quien ha muerto tampoco puede decirnos nada acerca de ella. Frente un acontecimiento como es la muerte, entonces, es inevitable que se conmuevan tanto las convicciones que uno tenía como así también que surja la necesidad de buscar respuestas que intenten explicar este suceso inexplicable. En este sentido, la muerte es el amo absoluto por excelencia, pues es la marca de un límite a nuestro goce y además no sabemos ni podemos calcular cuándo ni cómo acontecerá. En esta línea es interesante destacar el nombre de la protagonista: Alicia, que proviene del griego aletheia, que significa verdad. Alicia encarna entonces aquello difícil de soportar, la verdad de la castración, esa que de la cual generalmente no queremos anoticiarnos. La muerte permanece entonces como un misterio, un enigma imposible de descifrar, pero que no obstante pone en movimiento al aparato psíquico en un intento siempre fallido por hallar respuestas a aquello que está por fuera de toda simbolización posible. Los padres de Jotta son intelectuales y militantes de izquierda y están separados hace ya un tiempo. Aunque Julio, su padre (Patricio Contreras), opera como un soporte que acompaña tanto a su hijo como a su ex-pareja, esto no ahorra el proceso individual que Jottta tendrá que realizar ante la inminente pérdida de su madre. Jotta aquí representa al héroe trágico que avanza solo en su periplo en busca de repuestas. De ahí que en cierta escena de ensoñación aparezca con los estigmas de Cristo. Jotta transita el calvario interior de quien afronta la muerte de un ser querido y se entrega al trabajo de duelo. Puestas en cuestión las convicciones políticas de izquierda, que nada pueden hacer y en nada pueden dar cuenta de la muerte de Alicia; Jotta peregrinará buscando consuelo en la trama simbólica ya dada por distintas religiones como ser la católica, la evangélica y la judía. En este punto, resulta interesante contrastar la posición de cada una respecto de la muerte: la creencia católica en la trascendencia en el paraíso y su devoción por los santos, la mercantilización de la creencia en la evangélica (destaca aquí la aparición estelar del pastor Giménez) y la mesura de la religión judía. Al final del recorrido Jotta obtendrá cierto aprendizaje y crecimiento, lo que permite situar la película en el terreno de las historias de iniciación. Alicia, a diferencia de Jotta, es plenamente consciente del momento que está atravesando y lo acepta de manera pacífica (a pesar del sufrimiento físico) como un momento más de la vida. Nuestra posición a la hora de afrontar la experiencia de la muerte, en tanto acto último, dará cuenta de cómo hemos vivido y le dará un sentido a nuestra vida. Alicia dice que a una cierta hora los sonidos del hospital se van y aparece “el sonido de lo que queda”. Desde el punto de vista de Alicia, Rath aporta lo sobrenatural de la experiencia de la muerte para los que aún están del otro lado. Es de destacar el acertado abordaje que Alejandro Rath realiza del tema de muerte. En ningún momento cae en la solemnidad ni el efectismo emocional de la tragedia y el melodrama. Jotta es un personaje contenido en sus emociones, tanto porque tiene que sostener a su madre como también porque a Rath le interesa enfatizar el proceso interior del protagonista. Además se permite el recurso al humor negro; y estos toques de comedia que funcionan muy bien, sin banalizar ni caer en la burla, permiten al espectador abandonar los pañuelos llenos de lágrimas y transitar la película desde el costado del disfrute y la reflexión. La película en su estructura se construye en el cruce entre el realismo documental con que aborda la marcha de trabajadores, las distintas celebraciones religiosas, las particularidades del hospital público; y la ficción del proceso interior de Jotta y del vinculo entrañable con su madre, donde hibrida el drama, la comedia y hasta un viraje hacia lo onírico-fantástico en cierto pasajes y además juega con la alternancia temporal entre el presente y los recuerdos del pasado, volviéndola más rica e interesante. Que la muerte sea un enigma al ser irrepresentable no implica sin embargo que algo pueda hacerse ante ella, pese a todo. El agujero que deja la pérdida de un ser querido e irrepetible como es la madre, no podrá ser colmado por ninguna otra persona, pero no obstante, un agujero puede bordearse, puede elaborarse mediante el trabajo de duelo, que consiste en poder ir tejiendo un entramado de ficción que permita trascender el dolor y continuar viviendo. Que Jotta pueda anticipar la muerte de su madre, implica que puede comenzar el trabajo de duelo antes de que acontezca la muerte en sí, pero no necesariamente que esté preparado para saber hacer con ella. Ninguna de las ficciones Prêt-à-porter tomadas de las religiones le servirán. Jotta deberá hallar su propia solución. Habrá entonces un pasaje desde una búsqueda de respuesta que es imposible desde el vamos, a la invención de una ficción que tejerá evocando los momentos felices compartidos, aquellos donde su madre le ha transmitido sus pasiones como son la militancia política y el cine. El director Alejandro Rath ha expresado en la conferencia de prensa que uno de los disparadores de Alicia, fue el fallecimiento de su propia madre. En última instancia Alicia, no es sino el ejercicio en acto del propio trabajo de duelo del director. Alicia es la ficción cinematográfica que Rath se ha inventado, hallando un saber hacer con ese real imposible de soportar. La película cuenta con un elenco donde destaca Leonor Manso y con el atractivo de ver a la familia Manso-Contreras trabajando juntos. Rath aborda un tema difícil y delicado. Su acierto es la decisión de incluir elementos de la comedia y de lo fantástico que le permiten eludir los clishés del dramatismo patético ante la muerte, sin perder por ello sensibilidad.
Buscando el sentido de todo Este proyecto se trata del primer largometraje de ficción del director Alejandro Rath. Anteriormente había realizado ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?, un documental que recibió un gran reconocimiento ya que obtuvo nominaciones a los Premios Sur y a los Premios Condor por Mejor Documental. Alicia nos trae la historia de Jotta (Martín Vega), un hombre militante del movimiento político de izquierda que debe cuidar a su madre Alicia (Leonor Manso) ya que sufre de cáncer en sus etapas terminales. Debido a esta situación límite, Jotta se sumergirá en un viaje de conocimiento religioso para tratar de buscar algunas respuestas. Toda la historia de la película está inspirada en la vida real del director Alejandro Rath y su relación con su fallecida madre. Todas las secuencias de descubrimiento de fe del protagonista están muy bien llevadas e interpretadas por Martin Vega, quien logra una gran actuación y me parece la gran revelación de la película. Ya que aunque el personaje principal es totalmente ateo, igualmente quiere tratar de creer en algunas de esas distintas formas de concebir la religión, para así darle fuerzas a Alicia pero también para que le expliquen porque una enfermedad como esa atacaba a gente inocente como su madre. El trabajo de Leonor Manso obviamente es impecable y logra darle a su personaje esa pizca de picardía para poder empatizar con ella y no por lo que está sufriendo sinó por su personalidad tan especial. Patricio Contreras también está muy bien en sus escenas y además pudo contar también con su hija Paloma Contreras entre el reparto. La película puede resultar muy depresiva y triste por el tema que trata pero que gracias a las secuencias que el personaje de Martín Vega realiza como ir caminando a Luján, visitar comunidades judías o templos evangélicos, se hace mucho más amena. Como así también la labor actoral de todo el cast y el final que me parece muy apropiado.
Momento bisagra en la vida de cualquier ser humano: la enfermedad, agonía y muerte de los padres. Jotta viene de pasar por ese doloroso trance con su madre y, mientras desarma el departamento en el que ella vivía, recuerda, sueña e imagina situaciones que atravesaron o podrían haber atravesado juntos durante la última etapa del cáncer terminal. En su primer largometraje de ficción, Alejandro Rath intenta compensar la densidad de la temática haciéndole un homenaje a Nanni Moretti. Tanto explícito (lo cita con imágenes de Caro diario que a su vez homenajean a Pasolini) como implícito: el italiano está presente en el espíritu juguetón que busca hacer contrapeso con el dramatismo de la película. Porque Jotta es un trotskista ateo que emprende una suerte de investigación religiosa en busca de respuestas para la situación de su madre. Así, se suma a la peregrinación a Luján, se entrevista con un cura al que le pregunta por qué ella se enfermó pese a ser una buena persona (“no todo puede explicarse”, es la desalentadora respuesta), dialoga con un rabino y hasta visita un templo evangelista con un oficio a cargo nada menos que del Pastor Giménez. También indaga jocosamente en el cruce entre la ideología de izquierda y la espiritualidad. Algunos de estos pasajes muestran el oficio de Rath como documentalista (fue codirector de ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?), en escenas donde el personaje de Martín Vega se entremezcla con el paisaje “real”. El resultado es un notable efecto de verosimilitud, que se ve reforzado por el sólido trabajo de la familia Manso-Contreras: Leonor en el rol de Alicia; Patricio, en el de su ex pareja (igual que en la vida real); y la hija de ambos, Paloma, como una enfermera. Pero si la faceta realista de este drama hospitalario está logrado, el aspecto humorístico y fantasioso no siempre consigue el objetivo de aliviar la angustia de ese momento de inminente orfandad que todos, tarde o temprano, enfrentaremos.
Primer largo de ficción de Alejandro Rath ( ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?), Alicia pone el foco en la cálida relación entre un joven (Martín Vega) y su madre (buen trabajo de la experimentada Leonor Manso), víctima de una enfermedad incurable. El tono de la historia es necesariamente sombrío, pero por algunos resquicios de esa trama caracterizada por la gravedad ingresa algo de luz: un humor liviano, algún clima onírico y las referencias teñidas de ironía a los desatinos de las creencias religiosas (con el pastor Giménez) matizan un relato denso y lo conectan con cierta tradición del cine italiano, especialmente de Pasolini.
Hace bastante tiempo que el cine nacional de ficción no se animaba a introducir en su narración la política como eje central, y mucho menos que esas apreciaciones o ideas acerca de lo político puedan construir un relato que evite juzgar decisiones y que permita sumar ese aspecto como uno más de las múltiples dimensiones de los personajes. “Alicia”, de Alejandro Rath, protagonizada por Martín Vega, Leonor Manso, Patricio Contreras y Paloma Contreras, bucean en la vida de personajes que deben y debieron afrontar una pérdida en medio de su vida cotidiana, donde, justamente, la política, es parte esencial de sus días. El título refiere al personaje que interpreta una inmensa Leonor Manso, pocas actrices se permiten trabajar desde tan dentro su rol y ofrecer a cada momento de su aparición una lección de talento y calidad, una mujer al borde de la muerte que sigue aferrada a ideas del pasado y que, seguramente, terminen por dejar hasta el último momento sin respuestas ni certezas. Alicia tiene un hijo llamado por sus pares Jotta (Vega), un hombre que deambula entre sus convicciones, el dolor de la pérdida y saber que su legado más profundo, el amor que le dio su madre por la política, tal vez le permitan continuar la vida sin muchos sobresaltos ni cuestionamientos. Pero los tiene, y mientras su padre (Patricio Contreras) se mantiene en un segundo plano frente a la situación que madre e hijo viven, el triángulo que configuran permite responder desde la pantalla cuestiones asociadas a vínculos, lazos indisolubles, la política como forma de vida y el amor profundo e incuestionable de una madre por su hijo. Alicia no fue fácil, pero Jotta tampoco, hereda de ella la convicción de luchar por ideales y de cuestionarse todo. Así es como que a partir de la enfermedad de su madre, Jotta comenzará a deambular ya no por marchas y movilizaciones políticas, sino por templos, iglesias, sinagogas y cualquier espacio con el nombre que sea en el que se dicta o imparte algún credo. Mientras reparte su tiempo entre la religión y su madre, una enfermera le acercará una vez más la posibilidad de imaginarse con otro asociado, pero aun escapándole a la situación, su fuertes ideales lo llevarán a contradecirse y a buscar escapatoria frente a lo que ya se hace inevitable, la despedida. Rath acompaña a Jotta, cámara en mano, detrás de él, ingresa a cada espacio en el que el hombre busca respuestas, y como un igual, ofrece el testimonio de aquellos que en el camino han perdido las certezas de defender ideales en tiempos de crisis y cambios. La estructura de flashbacks, además, le posibilita al relato ofrecer una mirada distinta de la temporalidad y agobio del largo proceso de enfermedad de Alicia, en un relato tan vital y pulsional que, además de ofrecer las imágenes más verosímiles de marchas y manifestaciones de los últimos tiempos, se apoya en el talento de sus intérpretes para decirnos que no estamos solos en la búsqueda y defensa de nuestros sueños y anhelos.
“ALICIA” es el primer largometraje de ficción de Alejandro Rath, quien ya había incursionado en el cine y más precisamente en el terreno del documental (mezclado con dosis de ficción, en ese “nuevo” formato que es la docuficción) con su trabajo en la co-dirección de “¿Quién mató a Mariano Ferreyra?” (2013), que traía una fuerte carga de denuncia dentro del marco político y la búsqueda de la verdad. Algo de ese sesgo documental y sobre todo de ese tono de militancia política, se filtra en “ALICIA”, aunque básicamente la trama central, ahora, se asiente en el proceso de duelo del protagonista (Jotta, a cargo de Martin Vega) frente a la muerte de su madre. Jotta se plantea claramente como el alter ego del propio director, quien tiene a su cargo del guion del filme junto con Alberto Romero, entremezclando muchas vivencias, procesos personales y rasgos autobiográficos. La película echa mano a los recuerdos, sentimientos y sensaciones que se despiertan a partir de este hecho –miedos, dudas, temores, inseguridades, tristeza, melancolía, despedida-. Rath trabaja sobre una amorosa construcción de esa figura tan importante como fue la de su madre y describe este particular vínculo de complicidad, amor y compañerismo que estuvo presente entre ellos, que son los momentos donde el filme se muestra con mayor coherencia y solidez narrativa. Seguramente esta ha sido su manera de vehiculizar, por medio de una “catarsis” personal, la pérdida de un ser tan importante para él y canalizar todo lo sucedido por medio del arte. Es así como “ALICIA” –personaje central del filme que da lugar al título, a cargo de Leonor Manso- se erige como un gran homenaje a su madre y en ella, a la figura de todas las madres en general. La fuerte presencia de la protagonista de la historia se construye a través de los diferentes flashbacks que estructuran el relato. Así vemos a una Alicia militante y comprometida con el partido obrero y sus ideas de izquierda –por las que ha sido políticamente perseguida- y la lucha por zanjar las diferencias sociales. Al mismo tiempo que rearma interiormente este perfil de Alicia, atesorando sus recuerdos, Jotta deberá vaciar la casa de su madre, lidiando con el vacío interior que se plasma en una casa que, paulatinamente, queda cada vez con menos objetos, más vacía y más fría. Entre tantos otros flashbacks que traen la imagen de Alicia a su memoria, Jotta recordará también su proceso de búsqueda religiosa y espiritual por la que transitó cuando la muerte de su madre lo enfrenta con la angustia que conlleva la idea de finitud y de final. Nuevamente entre el registro documental (peregrinación a Luján, misas evangélicas en el templo del Pastor Giménez, marchas en Plaza de Mayo) y la ficción, Jotta / Rath intentará buscar respuestas ante esa inminente despedida, recurriendo a lo sacro como paliativo del dolor. Aun cuando esa búsqueda de contención represente fuertes contradicciones respecto de la manera de pensar, la posición y la trayectoria política y religiosa de su madre. El principal problema que presenta “ALICIA” es que se abren demasiados temas, quedando la mayoría de ellos planteados de una forma muy liviana y algunos otros directamente sin resolver o bien sin un sentido o una armonicidad dentro de la propuesta. Militancia, política, situaciones sociales de la actualidad (cuando Alicia queda internada en el hospital público y todas las dificultades que ello representa a diferencia de la posibilidad de acceder a prestaciones privadas), fanatismo religioso, la fe, el diezmo, la devoción y los fieles: se va generando una multiplicidad de temas, como si la intención hubiese sido la de presentar absolutamente todas las propuestas que aparecieron en el proceso de la construcción del guion, sin haber podido elegir algunas de ellas y trabajarlas con más de profundidad que como un simple catálogo de situaciones que quedan estructuradas en forma de “collage” al que cuesta encontrarle cohesión en algunos tramos. A esto se le suma la idea del director de rendir homenaje en forma indirecta a Pier Paolo Passolini y en forma mucho más directa y subrayada a Nanni Moretti con su “Caro Diario” tomando el concepto de esa narrativa fuertemente trazada en primera persona y que, de una manera u otra, también dialoga con su último trabajo, “Mia Madre”, en donde también se elaboraba una despedida. Es claro que Rath no es Moretti, ni Moretti es Passolini y esta especie de homenaje dentro del propio filme queda desajustado, pecando incluso de cierta pretenciosidad que no le sienta demasiado bien a “ALICIA”. En donde acierta positivamente el director es en el trabajo de los segmentos más oníricos, sobre el tramo final de la despedida, donde se permite jugar y presentar alguna respuesta a los interrogantes filosóficos que fue planteando en torno a la pérdida. Con un tema tan profundo como el de la muerte, no hay una única respuesta sino que cada uno deba tomar –como hace Rath mostrando un abanico de posibilidades y diferentes pensamientos y posturas frente al hecho- la que considere más a tono con su forma de pensar. Otro punto fuerte de “ALICIA” es indudablemente el elenco, liderado por Leonor Manso en otra de sus actuaciones llenas de matices, con una máscara que puede interpretar con la misma sencillez y precisión, un momento de picardía compartida con su hijo en las visitas en el hospital –como si fuesen dos adolescentes dispuestos a burlarse del sistema- o el dolor que presenta su cuerpo atravesado por la enfermedad. Con un guiño muy particular, Patricio Contreras es su ex marido (como en la vida real) y dentro del elenco se destaca Paloma Contreras (hija de ambos) como la enfermera que ayuda a Jotta a cumplir ese deseo de que Alicia pueda volver a su casa y pasar sus últimos momentos entre sus recuerdos y esos rincones más queridos.
El opio de los pueblos Criado dentro de una familia socialista y atea, Jotta evidentemente nunca se preocupó mucho por lo espiritual. Al menos no lo hizo hasta que tuvo enfrente la realidad ineludible de que Alicia, su madre, estaba muriendo y no sabía cómo enfrentarlo. Cuando comprende que el cáncer que ella lleva un tiempo combatiendo ya no puede ser contenido por los médicos, comienza a preguntarse qué sucede después, una pregunta para la que no tiene respuestas: pero siente la necesidad de salir a buscarlas, al mismo tiempo que procura brindarle los mejores cuidados posibles para hacer de sus últimos días juntos algo más tolerable. Durante este proceso, Jotta intentará recuperar algo de su historia perdida y visitar a distintos referentes religiosos en búsqueda de alguna idea que le ayude a sobrellevar mejor el duelo que se le avecina, cuando le toque separarse de la que parece ser la persona más importante en su vida. No como la morfina La historia de Jotta y Alicia en estos últimos días es bastante sencilla, refleja esa espera opresiva que hace poner en pausa la vida diaria por más que ya no quede nada posible por hacer, apenas dejar discurrir los días hasta que todo termine. Eso solo para recién poder comenzar el duelo como corresponde. Una inactividad que incita a pensar en cosas que hasta entonces estábamos demasiado ocupados para darle importancia o simplemente parecían lejanas. En el caso de Jotta, replantearse las creencias religiosas que nunca tuvieron lugar en su vida. Este proceso lo vemos con una mezcla de contemplación fría con humor entre ácido y absurdo; no quedan del todo evidentes donde están los bordes, dudando cuando algo está dicho en serio o en burla. Esa indefinición en el tono le juega en contra tanto como la cantidad de estereotipos que recorre al visitar a cada referente religioso, a quienes además no parece tratar con el mismo respeto, o falta de. Él se infiltra en distintos ambientes donde claramente no encaja, con una mirada distante y escéptica que al mismo tiempo parece ansiosa por creer en algo. Entre la narración apagada y una puesta en escena sin una propuesta concreta, que en general parece reducida simplemente a retratar lo que hay frente a la cámara en un tono casi documental, lo único que medianamente mantiene a flote a Alicia son algunas de sus actuaciones, especialmente la de Leonor Manso que logra encarnar a un personaje bastante en paz con su destino pero sin voluntad de resignarse a que sus últimos días sean de padecimiento. Probablemente sea justamente esa falta de intensidad lo que más le juega en contra a esta película. Parece tener miedo de volverse lacrimógena, entonces se contiene de hundirse en el ambiente hospitalario; teme volverse filosófica por lo que apenas toca de costado el misticismo, tampoco atreviéndose a hacer humor con temas delicados como la religión. A medio camino de todo, quedamos como Alicia esperando a que todo termine.
Reflexiones sobre la muerte, como afrontar esta situación límite, a quien o que recurrir cuando la formación es de izquierda lejos de cualquier religión. Como enhebrar la militancia de una madre, con la su hijo, el protagonista de la historia, las preocupaciones sociales, el avance inexorable de una enfermedad sin retorno. Y la realidad de un hospital donde el dolor es un común denominador y el derecho a terminar sus días en su propia cama una situación que la medicina casi no contempla. De todos estos temas se nutre el film, dirigido por Alejandro Rath que confiesa su propia experiencia personal con la dolencia de su madre y su fin, para expresar estas ideas de manera atractiva y profunda. Mas una referencia al pensamiento de Pier Paolo Pasolini en torno al cine y la realidad. Para este tránsito de lo inevitable, recurrir a todas las religiones en un tono casi irónico y distante le agrega un ingrediente más a una historia que conmueve sin melodramas. Leonor Manso es de esas actrices que se ponen al hombro el personaje y le extraen todas las capas de entendimiento, a su lado Patricio Contreras, la hija de ambos Paloma Contreras y el coprotagonista del film Martín Vega.
A veces una historia pequeña intenta cómo camino narrativo crear con un mínimo argumento una gran reflexión, y ese rumbo suele ser arduo y complejo, ya que inferir con lo pequeño lo muy grande, en términos de grandes ideologías o de ideas netamente universales, no ofrece muchas certezas ni recetas a la hora de construir el drama. Es un proceso que se basa en búsquedas más personales, derivaciones más imprecisas que nos pueden resultar reveladoras o demasiado diluidas y quedar en la sola intención de querer saltar muy alto desde muy cerca. El filme, segundo del director Alejandro Rath (¿Quién mató a Mariano Ferreyra?), nos presenta una breve argumentalidad clásica en punto tramático y con intenciones modernas en un aspecto fontal. Cuenta los últimos tiempos en la vida de Alicia (Leonor Manso), la madre de Jotta (Martín Vega), este joven hombre que agencia como protagonista del filme vive un momento de preguntas existenciales frente a la muerte de su madre. En el acto de acompañarla en ese proceso se siente conminado a revisar la idea de la muerte y del duelo, tanto desde los ideales políticos que formaron parte del núcleo familiar, como desde otras perspectivas posibles, como la religiosa. Todo eso se abre en pos de hallar una respuesta sobre las formas trascendentes que hacen a la idea de la muerte y sus límites. En este camino de búsqueda Jotta va pasando de situaciones hospitalarias con su madre, a otras con la enfermera con quien traba una relación cercana y hasta encuentros con su mismo padre en charlas de todo tipo de tenor, desde las más banales hasta las profundas. Mientras, indaga sobre la muerte, recorre cementerios, iglesias varias y hasta pasa por un velatorio judío. La micro odisea que construye lo lleva a encontrarse con estos personajes representantes de un otro saber, el de las creencias religiosas que, distintas y hasta opuestas, podrán echar luz sobre la sombría perspectiva que estos interrogantes fatales presentan en su vida. En ese formato de “recorrido” se intercalan desde escenas totalmente ficcionales como las charlas con su madre o con la enfermera, hasta otras de corte cuasi documental tales como la peregrinación a Luján, su asistencia a un templo evangelista con el mismísimo Pastor Giménez predicando en plano o hasta algunas charlas entre los creyentes judaicos en medio de un velatorio a cajón cerrado. Así es que el rabino, el cura católico, o el pastor más otros habitantes de esos mundos nuevos para el protagonista proponen disertaciones varias sobre la fé, la vida después de la muerte, el alma, y el fin de la terrenalidad. Esa dinámica de formato tipo documental se presenta yuxtapuesta de otros momentos donde en distintas situaciones que parecen imaginadas por el protagonista, léase fantaseadas o soñadas, irrumpen en escena varios de los personajes ya vistos en el filme. Así se tocan los dos extremos, por un lado discurre el plano de la despojada realidad y por otro el del puro artificio que juega en contrapunto con el registro realista. La excusa más peculiar es utilizar el humor como puente entre ambos mundos. Es la excusa de darle al humor un rol más preponderante en el relato la punta más atractiva del filme, y la que más lo emparentaría con el director que el mismo realizador de esta película refiere en toda la obra con diferentes guiños: Nanni Moretti. Aún cuando esta propuesta en Alicia es despareja y poco fructífera, vale destacar que la relación entre la muerte y el humor es para nosotros históricamente atractiva y que culturalmente la vivimos como algo familiar. El estilo de tratamiento actoral, o diseño de la dirección de actores no suma lo necesario para un clima adecuado, salvo por Leonor Manso y Patricio Contreras que definen por su propia cuenta y sus vastos años de oficio la forma en que construyen sus personajes, queda muy poco homogénea y cada personaje aporta registros distintos en un filme que deambula entre lo bucólico y lo paródico. Por Victoria Leven @LevenVictoria
El dolor por la muerte de su madre invade a Jotta, quien ahora está alistando la logística para vaciar la casa. Es un momento de introspección y nostalgia, pero también de cuestionamientos. Dirigida por Alejandro Rath (¿Quién mató a Mariano Ferreyra?), Alicia oscilará entre las dudas de ese hombre en pleno proceso de duelo y el relato de la agonía de su madre. Como en su ópera prima, Rath no hace una ficción pura sino que inscribe su relato dentro de un contexto real. Así, a los largos flashback que narran los últimos días de la lucha de Alicia (Leonor Manso) contra el cáncer -pero también contra el sistema de salud público- se le suman varios fragmentos en los que Jotta (Martín Vega) intenta encontrar respuestas a lo inexplicable. Entre un acto de la izquierda por el Día del Trabajador, la procesión a Luján, un velorio judío o una misa del Pastor Giménez, la película adquiere una deriva naturalista basada en la observación atenta de esas situaciones, mientras en paralelo se recuperan las vivencias de Alicia. Es esta última subtrama la que no funciona del todo bien, en tanto no escapa a los lugares comunes del género “enfermedades terminales”, incluyendo la aparición de un interés romántico para Jotta en una enfermera (Paloma Contreras). El resultado es un film algo irregular aunque interesante, sobre todo cuando respira un aire de pura verdad.
Por el camino de la catarsis Existe en el cine el recurso de la catarsis y también un cine de la catarsis. El contrapeso entre estos dos elementos es sin lugar a dudas la capacidad del autor para lograr un universo que mezcle lo personal, la historia propia, con la ficción. Sin ánimo de generar desde el vamos empatía por los personajes, más que transmitir cierta dosis de verdad en lo que se quiere contar. Por eso, Alicia logra amalgamar esa difícil ecuación de catarsis y cine, aunque las matemáticas en este caso no sean del todo exactas porque se trata antes que nada de exponer los dilemas existenciales que trae aparejada la muerte de un ser querido, y de la búsqueda de un protagonista que más allá de su rol de hijo en el ocaso de la vida de su madre, enferma de un cáncer terminal, soporta no sólo el dolor desde lo afectivo, desde los vínculos más próximos, sino los vaivenes y avatares de una realidad argentina que tiene por asignatura pendiente la deuda social en el sistema de salud pública, entre tantas otras falencias que hacen la vida más dura de lo que ya es. Si bien no estamos ante una película con algún atisbo de política desde lo discursivo (el director Alejandro Rath ha incursionado en el terreno documental anteriormente con el film ¿Quién mató a Mariano Ferreira?) la película evoca, en el personaje encarnado por Leonor Manso, la militancia de izquierda en su juventud, el legado invisible por la lucha contra las injusticias y el amor por el cine de Nanni Moretti, antes de convertirse las salas cinematográficas en templos religiosos. Nanni Moretti no sólo como referencia aparece desde la concepción del propio director como guía para la autorreferencialidad y si a eso le sumamos que el protagonista es un joven trotskista, Jotta (Martín Vega), en la primera escena documental -antes de la ficción propiamente dicha- la película Aprile que planteaba desde la ironía un musical protagonizado por un panadero de izquierda, se refuerza este apunte extra cinematográfico. En lo que al film de Rath se refiere, el director italiano dice presente en un recuerdo cuando madre e hijo comparten en pantalla grande Caro diario, el círculo de la despedida se cierra, la herida comienza a cicatrizar y en la catarsis renace la poesía, para que el drama se despoje de solemnidad y el continuará se nutra de nuevas preguntas sin respuestas como aquellas por la muerte y por la fe.
LA PALABRA POR ENCIMA DE LOS PERSONAJES En ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?, film previo de Alejandro Rath (co-dirigido junto a Mariano Morcillo), buena parte de los inconvenientes pasaban por las remarcaciones ideológicas, que iban a la par de las interacciones entre las capas ficcionales y documentales. Alicia, primera película de ficción y en solitario de Rath, tiene un abordaje definitivamente más íntimo y personal, aunque cae en defectos similares. El film se centra en Jotta, un joven que, mientras desarma la casa de su madre Alicia –recientemente fallecida-, recuerda los obstáculos que afrontaron para que ella pudiera morir en su casa y no en la cama de un hospital, además de la crisis existencial que lo llevó a indagar en las perspectivas de distintas religiones. Parece clara la vocación de Rath por trasladar al protagonista sus propios dilemas, contradicciones y dudas, como una puesta en imagen de un debate interno que no deja de tener lazos con factores culturales y sociales. Sin embargo, hay un par de decisiones claves desde la puesta en escena y la construcción del guión que terminan conspirando contra el relato. Por un lado, un seguimiento de Jotta, su madre y otros personajes (como el encarnado por Patricio Contreras) que van apareciendo en pantalla que es definitivamente distante y clínico, hasta llegar a la frialdad. Por otro, un posicionamiento que, lejos de entablar un diálogo productivo con otras religiones o puntos de vista espirituales, se dedica a subestimarlos y buscar todas las respuestas fáciles, como para confirmar un ateísmo un tanto infantil. Por más que exista una intención inicial, no hay una verdadera problematización de lo que implica el miedo a la muerte o la pérdida, las creencias, la espiritualidad o el rol que cumple la ciencia: por ejemplo, las breves intervenciones de un cura interpretado por Iván Moschner caen en todas las obviedades posibles destinadas a complacer al progresismo anti-católico (y esto lo dice alguien que es ateo). Cuando la película se permite dejar entrar otros discursos en pugna sin juzgar, cobra interés: de hecho, la participación del Pastor Giménez no deja de aportar un elemento un tanto disruptivo, por más que invite al sarcasmo. Pero esos pasajes son escasos, lo que lleva a que los conflictos de Jotta carezcan de impacto, ya que se prioriza la palabra antes que lo que pueden transmitir las imágenes, las miradas y los cuerpos. Alicia es un film indudablemente frío, que tiene demasiadas respuestas y está lejos de apasionar.
Ambientada en 2013, todo comienza cuando un hombre llamado Jotta (Martín Vega) va acomodando en cajas las pertenencias de su madre después de su fallecimiento. A partir de ese momento el espectador va conociendo los hechos con la utilización de flashback. Su madre Alicia (Leonor Manso) tiene cáncer y se está muriendo, la internan en el hospital solo para que se recupere un poco. Mientras su hijo, un militante ateo va buscando alguna explicación, participa de una peregrinación, se confiesa y le hace ciertos planteos al sacerdote, visita un templo donde aparece la figura del Pastor Giménez y pasa por otras creencias. Otros actores dentro de los secundarios que dan un acotado aporte a su desarrollo son: Patricio Contreras como su ex marido y en el rol de una enfermera Paloma Contreras. El film no contiene golpes bajos, aborda las relaciones familiares con enfermos terminales, los diálogos con los profesionales y transitar el lugar, como se sobrelleva la falta, que se puede hacer o no y cuando a uno lo único que le quedan son los recuerdos a los cuales aferrarse. Pero también se hace un planteo social y económico ante ciertas enfermedades muy costosas.
En una cinematografía donde el cine político es una bajada de línea manipuladora tras otra, en donde todas las películas parecen cortadas por el mismo relato progresista hipócrita, da gusto ver un film donde la política existe, y sus personajes protagónicos están todos comprometidos con la política, pero el centro de la historia es otro. Alicia es la historia de un joven militante cuya madre muere de cáncer y él debe ordenar sus cosas, recordando todo el proceso de enfermedad, dolor y despedida. La película es cruda y dolorosa, pero tiene tanta verdad en la forma en que encara el tema que adquiere una nobleza que justifica sus momentos más terribles. Como extra, el realizador tiene una habilidad para mezclar material con el protagonista en un registro documental y pasar a la ficción de una escena a otra sin problemas. Una marcha del día del trabajador o una procesión a Luján conviven con el guión de manera impecable. También hay un velorio judío y una misa del Pastor Jiménez. A pesar de todas las convicciones del personaje protagónico, frente a la muerte las preguntas lo llevan –no sin un aliviador sentido del humor- a preguntarse y a preguntarles a otros acerca de la vida y la muerte. Aun sin ser perfecta en los momentos de pura ficción, Alicia se diferencia, por su inteligencia y valentía, de la mayoría de los films nacionales cercanos a la política. Su humanidad va muy por arriba.
El alma de mi madre y yo Dirigida por Alejandro Rath (¿Quién mató a Mariano Ferreyra?), Alicia (2018) es una película sensible sobre una situación límite. La historia vira hacia un sentido místico cuando las creencias religiosas y políticas se ponen en juego al acechar la muerte de manera desenfrenada. Una manera de juntar distintos elementos a partir del arte. Jotta (Martín Vega) es un muchacho, militante, que vive en Buenos Aires. Está atravesando una situación desfavorable: su madre (Leonor Manso) sufre una enfermedad fatal. Tiene que desarmar la casa donde ella ha estado viviendo mientras los recuerdos de la lucha y militancia compartida se abren de par en par. Jotta desea que su madre muera en la cama de su casa pero tendrá que enfrentarse al hecho de estar hospitalizada. No obstante, comienza una especie de “viaje” hacia la nostalgia y hacia sí mismo, pues tendrá que estar con ella hasta el final y ahí, a la vez, abrir espacio a la sobrevivencia, la abstracción y el mundo espiritual hasta la llegada de la muerte. Resulta interesante que la película mantiene un límite entre dos formas: La primera es la idea documental que sirva para indagar sobre el sistema médico, el dilema sobre lo público y lo privado, y de las creencias religiosas en el medio social: la peregrinación urbana y el espacio de la iglesia popular. Ambas miradas desde el lado más tradicional. La segunda es la forma de la ficción para unir estas piezas documentales y darles un cierre en la película. La peripecia de Jotta porque su madre termine sus días en su casa trasladando todo el drama del hospital al hogar es lo que termina por hacer que las dos formas se retroalimenten para dar una mirada profunda y emotiva al conjunto. Es verdad que resulta arriesgada la comparación entre la muerte de un ser querido con la burocrática dentro de un hospital, y la algarabía del movimiento masivo en las calles y las iglesias populares. Filmar la muerte como lo más directo y concreto resulta llamativo. Así como, al mismo tiempo, tener el riesgo de enmascarar cierta mirada documental desde los ojos de un relato de ficción. La película se enfrenta al desafío y sin duda consigue la emoción necesaria para lo que busca. Surge su referencia más notoria, señalado por su director, como es Nanni Moretti, pero también hay ligeros acercamientos, obviando las distancias argumentales, con Michael Haneke, Denys Arcand y Alejandro Amenábar. Directores que han ahondado el tema de los pacientes terminales envueltos en un registro documental. Sin duda, al final, el dueto formado entre Jotta y su madre, sin caer de manera excesiva en el melodrama, mantienen el suspenso y cierran de manera justa el arco emocional.
Cuando queda vacía la casa en la que habitaron los padres, sus descendientes que quieren desprenderse de ella deben desarmarla. En esa tarea se encuentra Jotta (Martín Vega), un humilde electricista domiciliario cuya madre murió hace poco tiempo. Relatada con pocos momentos en presente, la mayor parte del film es un flashback., el director Alejandro Rath se toma todo el tiempo que cree necesario para contar una historia sufrida e intimista. Porque el pasado narrado recuerda los últimos tiempos en la relación del protagonista con su madre Alicia (Leonor Manso), una paciente oncológica que se encontraba en la etapa final de esa cruel enfermedad. Lo interesante de esta película son las relaciones humanas, cómo se articulan y fluyen entre madre e hijo y, en menor medida, entre el exmarido Julio (Patricio Contreras) con ellos dos, o también, la de Jotta con la enfermera (Paloma Contreras). Si, el grupo familiar verdadero reunido para esta realización, porque, el conflicto está planteado desde el comienzo y ya se sabe cómo va a terminar. La austeridad y la simpleza estética y técnica del largometraje, en la que no hay música o ruidos incidentales, sólo el sonido ambiente que realzan y hacen más pesada aún la realidad, sumados a la parsimonia con la que se desplazan los integrantes del elenco, van de la mano con el dolor que padecen Alicia y su hijo día a día, que conoce el final pero no puede comprender del todo por qué le toca a ella, que es una buena persona. Por ese motivo, pese a ser un militante con una ideología de izquierda y ateo, igual que sus padres, decide sumarse a la peregrinación a Luján o concurrir a una iglesia, pero no de las católicas, apostólicas y romanas. También va a un velorio y entierro judío. Observa nada más, no participa de las ceremonias, no reza ni pide nada,sólo intenta obtener respuestas espirituales para enfrentar mejor parado al inminente desenlace. Con la posibilidad de no cumplir horarios laborales estrictos el protagonista acompaña permanentemente a Alicia, en la casa y en el hospital, donde se hace un poco cómplice de la enfermera. El sufrimiento va en aumento, similar a la calidez humana que traspasa la pantalla. Con una extraordinaria actuación de Leonor Manso, interpretando a una mujer resignada a su suerte, donde el deterioro progresivo de su salud es cada vez más evidente, transcurre la narración con la desesperanza ante lo irreversible, de un triste e inevitable final.
A Jotta se le murió la mamá y está desarmando la casa. Es como que se está desarmando él mismo y es una tarea dolorosa. Mientras hojea álbumes, trae y lleva cajas, recuerda los últimos días de una madre que se murió de cáncer. Lo que supone un hospital público, con las molestias de la espera, de la escasez de personal, de la habitación compartida y de las intolerancias diarias de la convivencia. Una mujer militante y fuerte como es su madre combate bien el dolor y no deja la protesta ni el humor de lado. A su lado, su ex, un trotsko de ley que ya ni se acuerda por qué se separó de ésa y las mujeres que le siguieron. Conformado el cuadro de situación familiar y el del hospital, Jotta ante la inminencia de la muerte de su ser querido observa actitudes, ritos religiosos, todos lo que rodea el ritual de la vida y de la muerte. Jotta busca respuestas a lo que no tiene respuesta en templos judíos, iglesias católicas o evangálicas, y oficiantes varios. DE ESO NO SE HABLA Filme difícil porque trata de lo que nadie habla, de la muerte y la búsqueda de los porqués. Y lo hacE con la sencillez de una puesta tan real como la vida misma. Es como estar viendo la cotidianeidad de cualquiera de nosotros ante la inminencia de la desaparición de un ser querido. Rath lo hace sin anestesia, con una fotografía lúgubre pero que se alegra cuando la enferma vuelve a casa para morir. "Alicia" recorre los itinerarios de la fe por alguien que no cree, pero que ante el límite final busca respuestas donde puede y como puede. Quizás lo consuele eso de ""lo más democrático es la muerte"" y hasta lo alegre porque es un amante de la libertad y la lucha social. La película de Rath elude los golpes bajos, es transparente y emociona. Gran trabajo de Leonor Manso, en un bucear interior exteriorizado en pequeños gestos, simples miradas y quejidos que condensan sensaciones y sentimientos. Con un elenco sensible integrado por Patricio Contreras, Paloma Contreras como la enfermera, y Martín Vega, logra la identificación del espectador y transmite con el fluir natural de la narración la simpleza de lo inasible.
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Alicia: Confusión y dolor ante la muerte de una madre. Se estrena el primer largometraje de ficción de Alejandro Rath, protagonizado por Leonor Manso y Martín Vega. ¿Qué hacemos ante la inminente muerte de la madre? ¿A qué nos aferramos cuando ya no queda nada? Frente a una situación tan dura como la muerte, inevitable es que se revuelvan convicciones que parecían firmes y se busquen alternativas para poder creer en algo que le dé sentido a esa vivencia. La película, primer ficción dirigida por Alejandro Rath y producida por Protón Cine, Puente Films y Zebra, comienza con un estilo documental en el que se muestra un acto del 1° de mayo por parte del Partido Obrero, donde una voz en off recuerda a los mártires de Chicago. Ahí, en la multitud, se encuentra Jotta (Martín Vega), que debe salir de la manifestación por un llamado del fletero. Hablan de la mudanza programada de la casa que fue de Alicia (Leonor Manso). Jotta la pospone porque aun no pudo tocar ninguna de las pertenencias de su madre. Jotta está desarmando la casa de Alicia, su madre, fallecida luego de la larga agonía del cáncer. La desolación que deja la muerte de un ser querido deja un agujero imposible de llenar. Jottta recuerda la lucha para que ella pudiera morir con dignidad en su cama y no en un hospital, acompañado por la enfermera. Alicia es plenamente consciente de su inminente final y lo vive como un momento más del camino a transitar; por el contrario, Jotta no llega a comprender ese calvario que la vida le pone delante. La cinta reflexiona sobre el derecho a la muerte digna, rodeado de afectos y pertenencias, de amor. Que el protagonista pueda haber anticipado la muerte de su madre, le hace comenzar el duelo aun antes del fallecimiento, aunque esto no signifique comprenderlo, por lo que también se muestra su paso por varias religiones para encontrar respuestas al inagotable dolor. En la iglesia evangelista, Jotta recuerda un film de Nanni Moretti que vieran juntos hace tiempo, cuando ese lugar era un cine. Con ese recuerdo, se permite cerrar el ciclo y comprender que todo lo vivido lo hizo crecer. Alejandro Rath estrenó en 2013 ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?, documental que supo ganar varios premios. Este es su primer largometraje de ficción y actualmente está filmando “Manifiesto”, su segundo documental. El mismo director fue quien vivió esta triste historia, que sirvió para escribir el guion. Un tiempo antes del fallecimiento de su madre, Rath comenzó a pensar en la muerte, la no existencia, los recuerdos, lo que queda cuanto todo se apaga. Las inseguridades y miedos de Jotta son los del propio director, que realizó un film sobre estos temas tan trascendentales sin llegar a los golpes bajos mostrando la búsqueda de respuestas, la confusión en cuanto a las diferentes creencias para alivianar el sufrimiento del que acompaña y ve al otro morir. Protagonizan Martín Vega como Jotta y, literalmente, una familia de actores: Leonor Manso, Patricio Contreras (pareja de separados en la vida real y en el film) y Paloma Contreras, la hija de ambos, con una sólida actuación. El elenco lo completan Iván Moschner, Silvia Geijo, Sergio Villamil, Pedro Roth y el Pastor Giménez. Manso, como la madre militante y moribunda que, a pesar del dolor físico, transita sus últimos días irascible por su vecina de cama del hospital. La fotografía lúgubre hace mayor la tristeza de los lugares en los que suceden los actos. La casa donde todo debe ser embalado, el hospital con sus luces intermitentes y frías. Contada de una manera sencilla, toca temas muy profundos como es la agonía de un familiar por enfermedad terminal, el intentar encontrar a qué aferrarse cuando ya no queda fe alguna, y el peor de los desenlaces, la muerte per se. Luego, aparece la acción de “vaciar” la casa como acto final de amar, “llenando” su mente de recuerdos. La cinta se vale de ciertos recursos que la hacen recomendable: el hecho de ver a la familia Manso – Contreras trabajando juntos en la pantalla grande; los flashbacks entre el presente de la mudanza y los recuerdos con su madre; la mezcla entre el drama, la comedia, lo onírico y esa raíz documental del director al mostrar las falencias del hospital público, la marcha del partido obrero y las reuniones religiosas. La película cuenta un tema delicado, poniéndole un toque de humor o fantasía onírica de a ratos, sin banalizar en ningún momento, lo que quita solemnidad a lo desgarrador del relato. Como la comparación de Pasolini sobre la vida y el cine: “la muerte, en tanto última acción, es la encargada de darle sentido a nuestra vida así como el final de una película le dará sentido al film”.