Alguien más en quien confiar

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Contra el olvido cultural

El rock en Argentina, como cualquier otra manifestación artística que intenta abrirse paso en una sociedad en esencia empobrecida/ rapiñada desde el poder y con urgencias de todo tipo, corrió una suerte de lo más dispar que siguió la senda de los vaivenes institucionales del país, su ciclo de crisis de nunca acabar, los prejuicios de un entramado cultural por demás retrógrado y fundamentalmente la falta de un circuito comercial extendido en el que los músicos de turno puedan desarrollarse y -por supuesto- ganar lo suficiente para vivir de su profesión (o mejor dicho, para vivir de lo que desean que algún día se convierta en su profesión). Incluso dentro de la marginalidad del sector, siempre en lucha con otros géneros por hacerse de una mínima difusión y reconocimiento, hay distintas capas que nos hablan de una primera línea de popularidad canonizada por los medios masivos de antaño y un segundo conjunto de artistas que han quedado en el olvido o jamás alcanzaron su apoteosis.

Si bien resulta innegable que las primeras verdaderas agrupaciones de rock pesado de Argentina -en el sentido más estricto del término, concentrándonos en la idiosincrasia paradigmática del género- fueron Riff y V8, de la misma forma no podemos obviar que una de las bandas que sentaron las bases para el crecimiento posterior del rubro fue El Reloj, una agrupación maravillosa de la década del 70 que por un lado coqueteó con los cuelgues psicodélicos y sinfónicos del período y por el otro -en algunos pasajes musicales, por lo menos- jugó a acercarse a la furia que luego sería denominada “heavy metal”. Oriundos del Oeste del Gran Buenos Aires, los otrora muchachos constituyen el eje de Alguien más en Quien Confiar (2018), un muy interesante documental de Matías Lojo y Gabriel Patrono, quienes analizan el derrotero histórico recorrido por la banda mediante un atractivo combo de entrevistas, material de archivo y collages visuales que sorprenden por su imaginación.

Como cabía esperar, gran parte del metraje está dedicado a la génesis, los shows iniciales y los dos primeros y mejores álbumes de los señores, El Reloj (1975) y Al Borde del Abismo- El Reloj II (1976), la primera una placa símil hard rock modelo Deep Purple y la segunda cercana al rock progresivo de Jethro Tull. Con la primera separación de 1977, en plena cúspide compositiva, se repite la crónica de tantos grupos argentinos cuya promesa de desarrollo quedó en la nada, en este caso desbandándose la formación más celebrada de la banda, esa que incluía a Willy Gardi en guitarra y voz, Osvaldo Zabala en segunda guitarra, Eduardo Frezza en bajo y voz, Luis Valenti en teclados y voz y Juan “Locomotora” Esposito en batería. El tiempo traería muchas realineaciones, algunas produciendo nuevos discos y otras no, pero ninguna lograría recuperar la magia, fuerza y creatividad de aquellos comienzos, ni siquiera el regreso de la formación original de mediados de la década del 90.

Con la muerte posterior de Gardi en 1995, la de Valenti en 2004 y la de Esposito en 2016 se terminó de cerrar el arco histórico del grupo, y a pesar de que Zabala y Frezza actualmente siguen tocando temas clásicos, lo cierto es que ya resulta imposible reconstruir la dinámica del pasado con otros músicos. La militancia independiente, el porfiar ante todo y el amor por el arte desinteresado siempre constituyeron los horizontes de El Reloj, una banda que ha sido injustamente suprimida dentro de la “historiografía oficial” del rock vernáculo, situación que Alguien más en Quien Confiar se encarga de revertir a pura inteligencia y desde el cariño inclaudicable del fanático que vio transformada su vida cuando entró en contacto con la obra en cuestión. Más que a favor de la memoria, el documental funciona como un alegato en contra del olvido por parte del enclave cultural argentino de unos muchachos muy talentosos que patearon el tablero allá en los 70 y desde entonces sufrieron un triste ninguneo de la mano de una prensa ignorante y un público rockero apático que no se condice con la importancia de aquellos dos gloriosos discos y el poderío del quinteto en vivo, hoy recapturado a través de un excelente y bello trabajo de antropología musical…