Álbum para la juventud

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Una ventana a personajes en libertad

Con una colección de personajes tan afables como auténticos, la realizadora entrega una ficción en su punto justo, incluso con una distancia necesaria.

Un lustro atrás el realizador madrileño Jonás Trueba inició una serie de films llamada Quién lo impide, una experiencia realizada entre un grupo de adolescentes, caracterizada por el aire de improvisación, que les daba a las películas el aspecto de un documental. El resultado era (¿es?) de una enorme frescura, donde el espectador se sentía en medio del grupo. Álbum para la juventud, primer largometraje filmado en solitario por Malena Solarz (tiene uno previo, El invierno llega después del otoño, realizado junto a Nicolás Zukerfeld) sigue una senda semejante, aunque sin la participación de los propios intérpretes en la realización, tal como sucedía en la serie de Trueba.

La sensación que comunica Álbum para la juventud es que no se trata de una película sino de una ventana. Una ventana abierta a un grupo de adolescentes (y algunos no tan adolescentes), de quienes el espectador aprenderá a conocer rasgos, intereses, deseos y relaciones. Cuando empieza la película la ventana se abre; cuando termina, se cierra.

Sol (Ariel Rausch, dueña de un notable carisma) y Pedro (Santiago Canepari, que parece que recién acabara de “pegar el estirón”) terminaron el colegio, es verano, y están dando los primeros pasos hacia el futuro. Gracias a su piano recién comprado y con ayuda de un profesor, Sol retrabaja una composición hecha cuando era chica, en vistas a dar el examen de ingreso al conservatorio. Mientras aprovecha que sus padres están de vacaciones para disfrutar de su casa a solas, Pedro inicia un taller de escritura y toma notas en todas partes: mientras asiste a una obra teatral, en la calle, en el colectivo. Sus amigos preparan sus exámenes de fin de curso y en algún momento llegan para quedarse unos días en casa el hermano mayor de Pedro (Agustín Gagliardi) y su mujer, que está en los primeros meses de embarazo (Laura Paredes).

Como puede verse, la realizadora no pone sus fichas en la “trama”, sino en otra parte. ¿En qué otra parte? Aunque los planos están compuestos, la luz cuidada (a cargo de Fernando Lockett, director de fotografía de varias de las películas de Matías Piñeiro) y el montaje es preciso (la propia Solarz), Álbum para la juventud funciona como una camarita de celular, que sigue a sus personajes en sus tareas cotidianas. Pero lo que importa tampoco son las tareas en sí, sino el carácter inefable que surge de los personajes, que a medida que avanza el metraje se van volviendo inconfundibles. Sol, con su mirada atenta y una sonrisa que parecería “venírsele” a la cara; Pedro, todavía con una incomodidad física que por momentos lo lleva a no saber bien dónde poner las manos, pasando por una serie de movimientos veloces e infinitesimales.

Da toda la sensación de que las escenas responden a un planteo general por parte de Solarz (co-creadas, tal vez, por sus actores), y de allí en más los actores las resuelven “como les sale”. Claro que no se trata de dejarlas tal como salen, si no que luego hay un trabajo de selección y montaje (daría la impresión de que muy intensivo, por lo buenas que son las escenas del corte final), que deja afuera lo que no haya estado tan bien, y adentro lo que sí.

La mirada de Solarz no está por encima, si no a la altura de los personajes, aunque tampoco es que se “empasta” con ellos, intentando ser una adolescente más. Hay una distancia, la necesaria para que la creación funcione, que pone a Álbum para la juventud a raya del carácter crudo con el que suele identificarse el documental. Siempre está claro que el film de Solarz es una ficción, cocida el tiempo necesario para que no quede poco “hecha”, y tampoco se pase del punto de cocción. Pasarse de cocción suele significar, en estos casos, que la ficción “se coma” la película, imponiéndoles hechos a sus personajes. Aquí se los ve en libertad. Y no hay ningún cliché. Empezando por ese que “obliga” a un protagonista hombre y una mujer a ponerse de novios, como si no existieran otros modos de relacionarse. Son esos otros modos los que Solarz investiga, sin el menor aire de investigación.