Al filo de la oscuridad

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

El regreso de Mel Gibson a la pantalla grande, después de su deplorable y sádica versión de la pasión del mítico hijo de María y un carpintero llamado José, y después de su mirada, culturalmente inexacta y formalmente interesante, de las culturas precolombinas, no resulta ninguna sorpresa. Gibson vuelve a lo que sabe hacer y ser: un recio que reprime su sensibilidad, capaz de reír cada tanto y listo para quebrar mandíbulas por doquier. Como gran parte del cine norteamericano post 11/9, el tema de Al filo de la oscuridad es la venganza, aquí en su versión eufemística: hacer justicia por mano propia. Es el móvil de Thomas Craven, un policía de los buenos, a quien le han asesinado la hija al lado suyo en la puerta de su casa. El gran villano del filme es una corporación que trabaja en energía nuclear, aunque los republicanos del congreso, Bush y compañía, y la policía de Boston son cómplices. “En Boston, todo es ilegal”, un mantra que se repite durante toda la película y articula una visión del mundo en la que la corrupción es la regla. Los mejores momentos del filme son aquellos en que Gibson se cruza con Ray Winstone, un “teórico” y un asesino británico (e independiente) contratado en este caso por el gobierno, quien se encarga de eliminar todo indicio de ilegalidad en las acciones de estado. Los diálogos entre Gibson y Winstone son lo mejor de la película, y la presencia del inglés no sólo eleva el nivel del filme de manera considerable, sino que contradice la filosofía oficial de Al filo de la oscuridad. “¿Se ve un alma?”, le pregunta a un oftalmólogo, apreciación materialista de la existencia que funciona como un contrapunto de la irrisible escena final que compromete a Gibson y al fantasma de su hija. A pesar de que Al filo de la oscuridad no es una de James Bond, Martin Campbell (Casino Royale) parece más cómodo en las secuencias de persecución automovilística que en la dirección de escenas que requieren mayor precisión dramática". Excepto por Gibson y Winstone, en este drama policial no desprovisto de cierta conciencia política el resto del elenco parecen caricaturas y marionetas.