Al filo de la oscuridad

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Gibson, un padre de armas tomar...

Mel Gibson vuelve a actuar tras ocho años, como un policía que investiga la muerte de su hija.

Mel Gibson ha vuelto a la actuación en Al filo de la oscuridad con un papel que en buen grado sorprende. No porque sea un policía, no porque vea conspiraciones a su alrededor, no porque su detective busque la venganza. Esos tres parámetros hacen -hicieron- al personaje Gibson en las pantallas durante parte de los años '80 y '90. Gibson sorprende porque supo ponerle a Thomas Craven un rasgo de cordura, una cuota de verosimilitud que en sus intempestivas y atropelladas interpretaciones de antes no solía frecuentar.

No le dura la paz más que unos minutos a Tom Craven. En la puerta de su casa asesinan a quemarropa a su única hija, Emma (Bojana Novakovic), quien venía a visitarlo. Lo primero que piensa el policía es que la bala tenía por destinatario a él, por alguna vieja cuestión pendiente en las calles de Boston. Pero no. A poco de iniciar la investigación descubre que el blanco era Emma, una activista con algo parecido a una doble vida, y que una corporación tuvo que ver con el "asunto".

Por "asunto" entiéndase un caso de corruptela en el que distintos personajes de órbitas gubernamentales están metidos hasta el cuello.

Como se advertirá, nada demasiado nuevo bajo el sol de Boston. Es que Al filo de la oscuridad tampoco pretende descubrir el fuego. Es un relato clásico, y de no ser por la violencia gráfica de disparos, sangre y muerte, podría pasar por cualquiera de las realizaciones de los años '70, de Don Siegel para acá.

El realizador neozelandés Martin Campbell, que fue quien renovó la saga de Bond en dos períodos distintos (GoldenEye, Casino Royal) y que también había dirigido la miniserie británica original, de 1985, trasladó la acción a los Estados Unidos y se mueve con sigilo, digita los pasos de un casi omnipresente Craven y construye su trama sin develar demasiado. El bueno es buenísimo -hablamos de bondad y de moral, no tanto de sus procedimientos ni de su sagacidad-, los malos son malísimos, y Campbell logra que al descubrirse la fachada, lo que quede ante los ojos del espectador sea algo concreto.

No hay aquí espacio para las humoradas que otrora le escucháramos al Martin Riggs de Arma mortal, porque Craven es un tipo serio. Y solitario, como solían ser los antihéroes de Gibson, y todos los que el buen cine policial y de acción han sabido entrenar a directores que, como Campbell, saben que una buena balacera sirve ahí donde las palabras ya no convencen a nadie.

Párrafo aparte para Gibson, que tras ocho años aparece más maduro en la actuación, sin perder ese toque mágico que le permite ganar la empatía del espectador. Con Danny Huston (el gélido empresario) y Ray Winstone (un hombre que se mueve por detrás limpiando y/u ocultando evidencias) conforman los lados de un triángulo, sino equilátero, isósceles, teniendo en Gibson la base suficiente para lograr un filme potente y entretenido.