Al diablo con el amor

Crítica de Mex Faliero - CineramaPlus+

A una comedia romántica medio pelo le sumamos psicologismo de manual y tenemos un producto mediocre como I hate Valentine's day

Da pena ver el estado actual de la comedia romántica. En diálogos mantenidos entre críticas mías y del amigo Javier Luzi sobre anteriores películas nos referimos al mal que acecha al género: una funcionalidad galopante. Como si fuera imposible ya creer en el amor puro, el género se reviste de trascendencia y se sirve del chico-conoce-chica para referirse a otras cuestiones. Un dato no menor es que casi no hay autores en este género, habitualmente realizado por directores mediocres; otro dato significativo es ver cómo el rol del hombre se ha corrido del eje para hacer foco en la mujer y sus conflictos de cara a una relación: y estos son de un tono cercano al de la revista Cosmopolitan.

Al diablo con el amor, el debut en la dirección de Nia Vardalos, va en esta dirección. Con otro agregado: su premisa se sostiene a partir de algún dogma de esos ridículos de estas comedias románticas posmodernas que se vincula nuevamente con el “no me voy a enamorar”. Y esto, siempre, atado a algún conflicto del pasado, que en este caso es la frustrada relación de los padres de la protagonista (también Vardalos, que además oficia de guionista). Por lo tanto a una comedia romántica medio pelo le sumamos psicologismo de manual y tenemos un producto mediocre por donde se lo mire.

Vardalos es Genevieve, una florista que dice poseer la solución para el desengaño amoroso: sólo acepta cinco citas de sus pretendientes porque -explica- en esa instancia uno está lo suficientemente enamorado y lo escasamente enganchado, todavía, como para padecer algún tipo de decepción sentimental. La idea es no comprometerse con nadie, ser libre y vivir enamorada, entendiendo esto como un estado ideal de la mente -y el cuerpo-. Y usted y yo, que vimos miles de estas, sabremos que ese estúpido dogma será quebrado cuando ella encuentre finalmente al muchacho ideal: en este caso el dueño de un bar de tapas (hay un chiste al respecto que nunca entendí) que es John Corbett, sin carisma pero en plan vecinas que se codean al comentario de “uhh mirá de nuevo la parejita de Mi gran casamiento griego”.

El problema en todo caso no es lo estúpido del dogma que, dentro de todo, está tomado para la chacota (hay una afectación en la actuación de Vardalos que evidencia de entrada el ridículo al que se somete su personaje) sino la forma en que Genevieve pasa del descrédito a la credulidad. Vardalos parece una actriz adecuada para el género, pero a veces se excede en su simpatía y resulta insufrible: y metida además a dirigir y a escribir, la cuota de edulcorante pasa para el lado de lo repugnante. Personajes demasiado simpáticos -todos-, situaciones demasiado reescritas y poco espontáneas u originales. Como si Vardalos creyera que el género debe hacerse en piloto automático y sólo es válido por sí mismo. Si esa es su visión sobre la comedia romántica no suena del todo ilógico cuál es su idea del amor: un gil que te canta una serenata con un coro de gente demasiado buena, ordenado de tal manera que se forme un corazón.

Si, viendo Al diablo con el amor a uno le dan ganas de que en vez de personas sean fichas de dominó y empujar al primero para ver cómo se caen en fila, y terminar armando algo de desorden y locura en una película que se pasa de agradable.