Aires de esperanza

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

¿Qué se puede esconder detrás de una tarta de durazno? Muchos podrán asegurar que algún secreto que haga especial su sabor, o que quizás el tiempo de cocción debe ser durante determinado lapso de minutos o tal vez que los duraznos deben ser escogidos con algún grado particular de maduración.
Todas estas respuestas pueden ser correctas, pero sumaremos una más luego que en “Aires de Esperanza” (USA, 2014) Jason Reitman (“Juno”, “Yound Adult”, etc.) le otorgue un papel principal dentro de la compleja historia entre Adele (Kate Winslet), su hijo Henry (Gattlin Griffith) y un prófugo llamado Frank (Josh Brolin) que cambiará sus vidas radicalmente.
Adele hace unos años que vive encerrada entre las paredes de su casa luego de ser abandonada por el padre de Henry (interpretado por Clark Gregg), y pese a los miles de intentos por parte del joven para que su madre salga adelante, sabe que hay algo en ella, relacionado a lo que el llama: “la pérdida del amor”.
Entre comics y quehaceres domésticos Henry va conformando una teoría del mundo, como así también una posibilidad de entender aquello que los adultos que lo rodean no le pueden explicar y se hace cargo de su madre con toda la responsabilidad que ello implica.
Detrás de ese esfuerzo hay algo que tiene muy en claro, el amor incondicional por su madre. Y sabe que por ella hará todo lo posible para que pueda salir adelante. Porque aún recuerda la alegría y el aura de felicidad que la envolvía.
Un encuentro fortuito con Frank, en una de las únicas salidas mensuales que hacen juntos, hará que sus vidas cambien en 180 grados y que una tarea simple como puede ser la de preparar un pastel de durazno, en familia, tiene otra connotación.
Porque Frank, más allá que es un preso que ha escapado del hospital en el que lo intervinieron de apendicitis y aprovechó un descuido de la custodia para escaparse, con el consentimiento de Henry y Adele se introducirá en la vivienda de ambos y sin siquiera dudarlo pondrá manos a las obra en todos aquellos pequeños detalles que la falta de un hombre y una figura paterna ha dejado, transformándolos y generándoles la añoranza de algo que puede ser mucho mejor que su realidad.
Reitman escoge hablar de esta difícil relación entre secuestrados y secuestrador desde un lugar un tanto osado, el del amor, porque si bien otrora hemos asistido a películas que trabajaban con la temática, como por ejemplo “¡Atame!” (España, 1990), acá lo que se plantea es cómo una ausencia puede ser tan grande que al ser ocupada por alguien, ya no importa si es un reo, un asesino o un torturador, todo miedo puede desvanecerse y el volcarse hacia esa persona es lo que importa.
Narrada con un tempo lento y la elección de planos cercanos acompasados por una banda sonora tradicional, que encuentra en los máximos momentos de tensión su poderío (bien podría obviarse, por ejemplo, para marcar escenas “lacrimógenas”), “Aires de esperanza” es una historia, que como pasa con la tarta, se cocina a fuego lento.
La digresión llega de la mano del puzzle sobre el pasado de Frank, que deberemos armar a lo largo de todo el metraje y justamente con los flashbacks sucederá algo interesante, más que nada en relación a la afirmación de la empatía que uno llega a generar con el personaje de Frank, hasta el punto de no importarnos por qué estuvo preso, sino que nos interesa cómo acompaña ahora a Adele y Henry.
“El mundo se volvió un lugar cruel” dice en un momento el niño en relación a su madre y cómo ella llegó al punto de no salir afuera. Todo el tiempo Reitman trabaja sobre esa dicotomía DENTRO/FUERA, exaltando la necesidad de la protección del “adentro” de su casa.
A los protagonistas sólo les bastará un fin de semana para conocerse, el del Labor Day al que se hace alusión en el título original, y toda una vida para amarse. Conmovedora y con grandes actuaciones de Winslet y Brolin.