Aires de esperanza

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

Novela cursi salvada por sus actores

Si no fuera por una muerte violenta, una depresión aguda y un secuestro en el centro del relato, Aires de esperanza podría ser un cuento de hadas o el argumento de una novela rosa de ésas que ya ni siquiera se producen para las tardes televisivas. Nada de lo que sucede en pantalla a partir del momento en que el dúo de madre agorafóbica e hijo adolescente sobreadaptado se cruzan con un fugitivo de la Justicia resulta creíble o tiene siquiera atisbos de realismo, aunque el director Jason Reitman tampoco se anima a desarrollar su film como una fantasía. Si así lo hiciera, al menos el confundido tono de su historia tendría alguna justificación. Lo cierto es que el realizador de muy interesantes películas como La joven vida de Juno, Gracias por fumar, Amor sin escalas y Young Adult aparentemente agotó su provisión de humor irónico y cinismo en aquellas películas y para ésta sólo pudo cargar las tintas de una cursilería que siempre había esquivado.

Adaptada de una novela de Joyce Maynard, la historia de Aires de esperanza transcurre en 1987, en un pueblo donde todo el mundo se conoce y todo el mundo sabe que Adele no sale mucho -casi nada-, de su casa y que su hijo Henry se ocupa de ayudarla en sus esporádicas excursiones. El chico, un adolescente entre asustado y preocupado por la evidente depresión de su mamá, es el responsable de relatar los eventos que cambiarán para siempre su vida cuando Frank, un hombre preso por asesinar a su esposa, escape y se cruce en el camino de ambos.

A partir de ese encuentro, lo que parecía ser otro cuento sobre adolescentes aprendiendo a vivir y adultos creciendo junto a ellos vira a ensoñación romántica sostenida por un personaje que podría ser un príncipe azul, si los príncipes azules pasaran 18 años en la cárcel y se escaparan con unas ganas terribles de jugar a la casita con una mujer depresiva y su hijo.

Todo es bastante absurdo y la búsqueda de metáforas es demasiado forzada; sin embargo, el film cuenta con una ventaja que compensa muchas-no todas- sus fallas. Se trata de Kate Winslet, una actriz capaz de darle vida hasta al más esquemático y plano de los personajes. Una intérprete que con una mirada, un suspiro y esa belleza tan real consigue hacer algo más creíble la relación que se establece entre su personaje y el Frank que juega Josh Brolin, quien también logra defender a su criatura. Con mucho carisma, el actor hasta consigue otorgarle cierto aire de amenaza que el guión apenas insinúa, pero nunca se anima a desarrollar, al transformarlo en un amo de casa repleto de frases entre tranquilizadoras y seductoras que resultan más incómodas que otra cosa.