Adiós al lenguaje

Crítica de Santiago García - Leer Cine

La despedida

Si Jean-Luc Godard es uno de los grandes genios contemporáneos no lo sé. Sí sé que no hay prueba de tal genialidad en sus películas. No sé si es un genio de la filosofía, la historia, la literatura o algún otro campo. Sí ha dado ideas interesantes acerca del cine a través de algunos de sus escritos. Sus aforismos cinematográficos son infinitamente superiores a su cine, no me cabe la menor duda al respecto. Sus pensamientos escritos son provocadores, interesantes, novedosos. A veces son vacíos y sin mucho sentido, frases ingeniosas pero no necesariamente profundos. Su cine, que entiendo intenta hacer lo mismo, no es interesante ni novedoso, y sí es provocador, lo es tanto como cualquier insulto al espectador. Hay personas destinadas a teorizar, pero que en la práctica no están a la altura de sus teorías. Por respeto a los colegas, historiadores y festivales de cine, siempre he tratado de insistir sobre Godard, darle más oportunidades que a cualquier otro cineasta. Pero el universo cerrado de los críticos de cine, los que escriben libros sobre cine y los festivales no es tampoco un espacio un espacio de gran diversidad y apertura mental. En la medida en que los cineastas se sigan manteniendo lejos del público, van a poder gozar del privilegio de ser adorados por este pequeño grupo. No es tampoco un juicio tajante, muchos críticos no gustan del cine de Godard, no existe la unanimidad. Pero eso sí, si uno habla de Godard, debe pasar por la mesa de examen, no se lo puedo atacar sin más. Godard es, para mí, el cineasta más sobrevalorado de la historia del cine mundial. Por lo colegas, claro está, porque fuera de nosotros y algunos intelectuales, nadie lo conoce. Que nadie lo conozca tampoco es un defecto, aclaro. El mundo está lleno de genios aun menos conocidos que Godard.

Cuando alguien dice que Godard es el mejor cineasta de la historia del cine mundial no le está haciendo un gran favor a la historia del cine mundial. Pero esta opinión la he escuchado en varias personas. Me resulta increíble, pero es real, Godard despierta esas opiniones. Opiniones válidas, por supuesto. Mi opinión es que pocos cineastas de los prestigiosos son tan torpes y arbitrarios a la hora de filmar. El director de Sin aliento no revolucionó el cine, intentó destruirlo. No lo logró, pero tiene muchos defensores en el pequeño grupo de la cinefilia ya mencionada. Adiós al lenguaje es una nueva entrega de su cine insoportable, pretencioso, incomprensible, hecho a la medida de una parodia de intelectuales de todo el mundo. Parece un chiste, pero no lo es. Cuesta mucho contener la risa, pero la furia que produce ayuda mucho a controlarla en las escenas más ridículas y torpes que tiene el relato.

Desde la década del sesenta a Godard le gusta tirar su biblioteca en la pantalla. Casi literalmente. Es muy leído Jean-Luc Godard, o al menos eso quiere decirnos. Los personajes dicen frases de autores, pensadores, intelectuales varios. La cámara ya no hace esos travellings laterales tan disparatados y absurdos como los que hacía antes. Ahora son unas cámaras digitales (distintos tipos de cámaras) que están más tiempo en mano que en trípode. Pero el resultado es el mismo, solo un poco más alborotado. Eran tan de programa cómico aquel cine y es tan feo el actual, que uno se pregunta realmente de dónde sacó Godard el prestigio que lo cubre. Tal vez sus defensores son leales, tal vez entre todos se protegen. Prometo que este es el último párrafo dedicado a hablar de otros, ya paso a la película, solo quiero contar una historia más. Hace tres años pasé en clase una película de Godard. Mis alumnos –que han visto Ozu, Bresson, Buñuel, Ford, Kurosawa y Welles entre muchos otros- vieron sin prejuicios Alphaville. Bajo el mito de que Godard antes era sublime, decidí darle una oportunidad genuina al director. Verla en pantalla grande, con ojos de estudio además de espectador. El resultado fue contundente: es insoportable. No tiene encanto, ni gracia, ni originalidad. Es pretenciosa, aburrida, redundante, fea, superficial. A mis alumnos tampoco les gustó nada la película. Y aclaremos que mis alumnos no siempre están de acuerdo conmigo.

Elogio del amor fue la última película de Godard que vi en cine. La revisión de muchos de sus films a lo largo de los años me habían ido decepcionando cada vez y Elogio del amor me parecía ya el colmo. Ni Alphaville, ni tampoco Sin aliento me parecen buenas, aunque esta última sirve para explicar algunos recursos del lenguaje cinematográfico. Godard es un cineasta para escuelas de cine. Ideal para explicar cómo alguien no sabe como filmar y decide anunciar que rompe las reglas. Ozu nunca anunció nada y sin embargo logró ser moderno sin por eso ser incomprensible o estéticamente feo. Y justamente la belleza era un punto que salvaba a Elogio del amor del desastre. Godard se lucía con algunas imágenes. En Adiós al lenguaje son dos o tres los planos bellos, realmente bellos. Pero describirlos de forma aislada significa justamente admitir la incapacidad de Godard por construir una obra total, unida, coherente. También el uso del 3D por momentos produce una ilusión. Esa ilusión es la de ver a un cineasta filmando la belleza del mundo cotidiano en 3D. Pero son segundos, tan solo segundos. Un buen corto para promocionar cámaras digitales también obtiene esas imágenes. Son los setenta minutos que dura la película lo que finalmente se impone. La belleza en Godard es casi inexistente. Por el contrario, las imágenes feas, desprolijas, mal filmadas, abundan. No, no soy un vecino filmando a mi perro, soy Godard, ojo. Ojalá el vecino hubiera colaborado con la película.

Godard pudo haber sido un cineasta arriesgado, pero ya no lo es. Adiós al lenguaje es una movida autoconsciente, sin peligro alguno, porque está destinada a un público que la va a respetar y valorar, ya sea con mayoría de virtudes o mayoría de defectos. Tiene respuesta asegurada, no desafía en nada a sus espectadores. A él se le festeja todo, incluso que haya defendido al maoísmo y a la vez levantar banderas de libertad artística. Cuando se negó a recibir el Oscar declaró sin vergüenza que Hollywood era “un negocio inventado por gangsters judíos”, eso también fue considerado un acto de rebeldía. Sus fanáticos son fieles. Ya logró figurar en el top ten 2014 de muchas revistas de cine. Cahiers du cinéma la eligió como una de las mejores películas del año. Cahiers du cinéma eligiendo a Godard entre lo mejor del año tiene la misma credibilidad que la revista Gente poniendo a Susana Giménez entre los personajes del año. Una vez más: sin riesgo. Godard mantiene su coherencia, claro. La coherencia de romper todo lo que usa. No permite que imagen y sonido estén sincronizados, no vaya a ser que el espectador se relaje por un segundo y sienta un mínimo de placer. Lo disruptivo ha sido siempre el arma de Godard. Con el 3D hace lo mismo. No faltará quien diga que nadie usa mejor el 3D que Godard, pero lo cierto es que lo que hace es también romperlo, mostrar el truco, destrozar la credulidad. Esto no lo hace por accidente, es su propuesta estética. Algunas imágenes sí, son logradas, pero otras son un desastre. ¿A qué otro director se le toleraría el nivel de arbitrariedades estéticas que hay que soportarle a Godard? Nunca, en toda su carrera, Godard fue un director brillante. Algunas de sus historias no requirieron habilidades de director, allí es donde logró construir alguna que otra película razonable. Pero cuando tuvo que resolver algo concreto, una escena de amor, una escena de acción, desde Sin aliento hasta acá, su arte cinematográfico consiste en una torpeza alarmante que solo con su propia teoría ha logrado sostener a lo largo de los años. Teoría cinematográfica sí, cine no. Hay más reflexiones sobre la narración en cualquier film de Clint Eastwood de lo que puede encontrarse en Godard. En Richard Linklater hay más ideas sobre el tiempo en el cine del que podría haber soñado alguna vez el director francés. Hay más ideas sobre la modernidad en Abbas Kiarostami sin tener que hacer tantas escenas feas y ridículas. No hay belleza en Godard, no hay rigor en Godard, no hay poesía en Godard. Mientras que en sus años dorados John Ford, Howard Hawks, Yasujiro Ozu o Jean Renoir lograban volverse puros y profundos, Godard ha empeorado década tras década. Cualquier cosa pone en sus películas. La estrella de este nuevo opus es un perro, generalmente filmado de forma tan horrible que asombra. ¿Cómo ir al cine a ver algo tan pueril? Sus frases de otros citadas a lo largo de la trama son tan forzadas que parecen una comedia televisiva, como las que han hecho en Argentina Alfredo Casero y sus continuadores.

Adiós al lenguaje es un título tan pretencioso que parece ser paródico desde el comienzo. No lo es. Su deconstrucción brillante es solamente un ensayo no cinematográfico que debería haber sido un artículo y no un eterno relato de setenta minutos. Godard se jacta de ir a contra corriente. Pero yo veo más osadía y originalidad en Mary Shelley citada de forma también lamentable por Godard. Y veo más inteligencia, humanidad y erotismo en los planos que se ven de Dr. Jekyll and Mr. Hyde (1931) de Rouben Mamoulian, cuando Myriam Hopkins se despide de Fredrich March. Quisiéramos irnos con esa película y dejar atrás a Godard. Ni hablar de Jean Arthur, que también ocupa la pantalla cuando descubre el engaño de la moneda que le ha hecho Cary Grant al final de Only Angels Have Wings (1938) de Howard Hawks. Ver cine dentro de esta nueva obra de Godard es recordar que un mundo mejor es posible. La mujer con gabardina y sombrero aferrándose a una reja es un plano que yo he visto en películas de tercera categoría en las peores épocas del cine argentino, donde la falsedad era tan notoria que llevaba a la risa. Quedará para la antología de la imbecilidad la sumatoria de las escenas donde el protagonista masculino defeca. En una de ellas, acariciando a la mujer desnuda. ¿De qué mente subnormal surge esa escena? ¿Qué clase de elemento alegórico deberíamos interpretar ahí? Si no hay interpretación, es simplemente algo falso, ridículo, como todo lo que ha hecho Godard en su carrera. Sus reflexiones sobre la política, el arte, el lenguaje, la condición humana y la naturaleza no constituyen en sí mismas un valor para sostener la película que ha hecho Godard. En todo caso es un ensayo, pero no una buena película. Jerry Lewis –a quien por cierto Godard admiraba en los sesenta- decía que había directores que utilizaban el cine, que no eran cineastas. A Godard ese título le encaja perfecto. A juzgar por su obra, a Godard ya no le gusta el cine. En el mejor de los casos es un experimentador y un ensayista. Estos experimentos y ensayos –como todos los experimentos y ensayos- pertenecen a otros ámbitos, muy alejados de una sala de cine. La violencia desmedida que despierta cualquier ataque a Godard por parte de sus defensores, es la prueba final de que no lo están viendo solo como si fuera cine. O tal vez lo ven demasiado frágil como para sostenerse solo como director.