Actividad paranormal

Crítica de Rodrigo Seijas - CineramaPlus+

Todo sigue igual...

Bienvenidos al nuevo milenio

Este nuevo fenónemo de marketing –impulsado, entre otros, por esa mente maestra de los negocios que es Steven Spielberg- merece ser analizado no tanto por la parafernalia exterior, que supo elevarlo a la categoría de “acontecimiento imperdible, del que no te podés quedar afuera porque sino sos un extraterrestre”, sino como obra cinematográfica en sí misma.

Hay que admitir que Actividad paranormal califica como cine, a pesar de sus notorias limitaciones, que la colocan por debajo del nivel de otros exponentes similares como El proyecto de la Bruja Blair o Cloverfield. Este esfuerzo cuasi amateur logra unos cuantos climas plenos de inquietud, donde el espacio –a través de sombras y ruidos inexplicables- se convierte en una amenaza. A la vez, el tiempo juega también un papel clave, ya que muta a través del temporarizador de la cámara sin aviso, contribuyendo a la desestabilización del espectador. Los realizadores consiguen sacarle el jugo a las posibilidades del medio digital, cimentando un verosímil adecuado a través de planos fijos, la profundidad de campo, el espacio en off y el cambio de ritmo en las acciones, sorprendiendo y asustando en los momentos significativos. Sin embargo, este conjunto de virtudes no dejan de ser un mero amontonamiento de ideas sueltas, ya que el desarrollo de los personajes y la historia son esquemáticos y arbitrarios. De hecho, casi nunca sentimos empatía por los protagonistas y hasta algún secundario, como el psíquico, termina generando una distancia irónica no precisamente buscada.

Por eso no está mal aprovechar la oportunidad para recomendar The Poughkeepsie tapes, un filme que va por la misma vertiente del horror que, a causa de los problemas financieros y/o legales de su distribuidora MGM, anda en una especie de limbo, esperando ser estrenado en cines desde hace dos años, mientras circula casi clandestinamente por internet. Este es una especie de falso documental, basado muy ligeramente en algunos hechos reales, que relata las circunstancias que rodearon el antes, durante y después del hallazgo de cientos de cintas donde se pueden apreciar los crímenes filmados por un asesino serial, quien documenta sus andanzas en primera persona. La película funciona como relato policial de una búsqueda infructuosa, pero también como evidencia de ciertas tendencias emparentadas con lo más violento y terrible de la sociedad occidental, que toman elementos más propios de los lenguajes teatral y cinematográfico, pero trasladándolos al campo de la realidad humana, donde las muertes –vale la aclaración- son reales. Dentro de su construcción y artificialidad deliberada (cercana al informe televisivo), no deja de evocar lo inquietantemente cercano y rutinario, pero con bastante más fuerza y proximidad que Actividad paranormal.

El caso de Poughkeepsie, junto con el de Actividad paranormal, nos obliga a preguntarnos el por qué hemos arribado a una época del género de terror donde los fenómenos más resonantes de público están ligados a una violencia extrema irreflexiva (El juego del miedo); una referencia a la realidad más propia de nuestra existencia que sólo parece puede darse a través de la técnica digital (Rec, Blair); y las remakes o reflotamientos de franquicias con décadas de antigüedad (La masacre de Texas, Viernes 13), más cercanas al ejercicio nostálgico, el pastiche o la sátira, que a la revulsión política o la parodia de los originales.

Pasada más de una década de los productivos autoanálisis que significaron las dos primeras Scream; agotado el furor por el terror oriental; con los viejos soldados como Carpenter, Raimi o Romero sólo disparando de vez en cuando, el cine de terror hollywoodense se encuentra en un dilema formal delicado. Ya casi no hay un intercambio entre el inconsciente de los autores y el inconsciente colectivo; no se intentan voltear los cimientos de la realidad institucional a través del lenguaje del horror; el cuestionamiento a lo establecido por las convenciones queda reemplazado por un acercamiento a la “realidad” que, mediado por el dispositivo técnico y marketinero, no tiene efecto movilizador a largo plazo. Sólo podemos asistir a notorias excepciones como La huérfana, The midnight meat train o The house of the devil, que ni siquiera gozan de un gran suceso taquillero. Los realizadores y su público parecen aletargados, dormidos, insensibles. Incluso se diría con miedo a tener miedo.