Abraham Lincoln: Cazador de vampiros

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

Una propuesta irreverente que imagina a los Estados Unidos como un territorio invadido por hambrientos vampiros

La premisa de este film prometía. Si es que a uno le interesan los films que combinan aventuras, acción y fantasías vampíricas. Es que la posibilidad de imaginar que uno de los próceres de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, era, además de presidente, cazador de chupasangres le agrega -en los papeles- un condimento cuando menos novedoso al resurgimiento de las películas de vampiros, que no parece cerca de agotarse. Aunque viendo este ejemplo del subgénero ya sería tiempo de que fuera menguando el entusiasmo de sus productores. Después de los vampiros románticos y "vegetarianos" de Crepúsculo ahora llegó el turno de los chupasangres esclavistas. Sí, porque según el guión de Seth Grahame-Smith -adaptado de su novela-, la guerra civil norteamericana tuvo como objetivo liberar a los esclavos de sus dueños, vampiros que los utilizaban como alimento. Una propuesta tan absurda e irreverente necesitaba de una dirección y un tono acorde. Algo que el realizador Timur Bekmambetov ( Se busca ) no pudo conseguir. En lugar de intensificar la locura y el absurdo de mezclar la historia de los Estados Unidos con la más pura fantasía en la que Lincoln aprende a usar un hacha enchapada en plata para cortar cabezas, Bekmambetov se pone serio.

Y en lugar de la diversión -básica, pero diversión al fin- que la premisa inicial anticipaba todo es un poco tedioso. Especialmente cuando el relato insiste en meter sucesos reales de la vida y obra de Lincoln para equilibrar los fantaseados. Frente a la locura de imaginar que la madre del protagonista murió asesinada por un temible vampiro y que en busca de venganza el hombre se transformará en un cazador implacable de monstruos hay largos pasajes sobre su experiencia como estadista que detienen la acción y la vuelven bastante menos entretenida cuando se reanuda. Especialmente por el abuso de los efectos especiales, que cubre todo con un efecto de museo de cera digital del que resulta difícil abstraerse. Las cosas mejoran bastante cuando aparece el villano central de la historia, un vampiro llamado Adam, que el británico Rufus Sewell interpreta con el necesario desenfado. Algo similar hace Dominic Cooper, que con su personaje -guía y entrenador de Lincoln en sus tareas como cazador-, se parece mucho al mejor Robert Downey Jr. Tal vez, haber interpretado a su padre en Capitán América le haya contagiado algo de ese carisma y energía que Downey Jr. suele transmitir en pantalla. Que es exactamente lo que le falta a Benjamin Walker, el actor encargado de la difícil tarea de darle nueva y aventurera vida al bronce de Lincoln.