Abattoir: recolector de pecados

Crítica de Jessica Johanna - El Espectador Avezado

La película nuestra de terror de cada semana (o casi). Abattoir: Recolector de pecados está dirigida por Darren Lynn Bousman, director de varias entregas de SAW (aunque ninguna de las más notables, si acaso hay alguna otra que lo sea además de la primera) y algunas otras películas más de terror. En este caso, más allá de una premisa atractiva que podría haber derivado en una interesante película de género, estamos ante otro producto poco inspirado y, a la larga, fallido. Julia es periodista de bienes raíces pero no logra destacarse, ni se lo permiten, en su trabajo en el Daily News.
Además lleva una relación/no-relación con un detective que la quiere y acompaña todo el tiempo. Pero entonces su hermana es asesinada y además de devastada se encuentra con algo más: un misterio, pues la casa es vendida inmediatamente después del deceso y, también de manera inmediata, el cuarto donde sucedió el asesinato es eliminado.
A Julia entonces la mueve el tratar de entender qué pasó y por qué asesinaron a su hermana, y al mismo tiempo la posibilidad de una nueva historia, ya que empieza a descubrir que hay muchos casos parecidos. Un hecho trágico que deriva en muerte, un señor misterioso que compra la propiedad, y el cuarto donde sucedió erradicado por completo. Un tal Jebediah Crone, un villano que pretende ser carismático pero se torna algo caricaturesco. La actriz protagonista es Jessica Lowndes, una especie de Lana del Rey no sólo desde la apariencia física sino también por el estilo que lleva.
Su personaje tiene una fascinación por todo lo vintage, pero no sólo adrede (ella maneja un auto viejo, viste como en la década de los 50s), sino que cuando le envían un “mensaje” lo hacen a través de un VHS, o al llegar al pueblo cuya investigación la lleva, busca a través de una de esas guías enormes y amarillas que hoy ya nadie usa. Se nota que hay una intención y un esfuerzo por emular cierto tipo de cine, de época, pero no funciona ni como homenaje ni como recreación. Por momentos parece que la película está situada décadas atrás, hasta que aparece un smartphone. Todo se siente artificial, forzado. Abattoir cae en varios clichés y lugares comunes del género.
Un pueblo extraño y aislado con gente que se muestra cerrada hacia desconocidos. Un villano de turno. Una casa fantasma. La señora de tantas películas de terror de los últimos años (Lin Shaye). Y un personaje dispuesto a conseguir respuestas a sus preguntas, aunque a veces no nos quede claro por qué insiste e insiste ante cada puerta cerrada.
Tras un intrigante primer acto, el segundo se lo siente largo y, para ser una película del género, sin nada de terror. En el tercero suceden muchas cosas, se explican (y varias veces) otras tantas, y aun así queda cierta sensación confusa rondando en el aire. Abattoir termina siendo un rejunte de ideas, algunas buenas y otras malas. Pero sobre todo mal ejecutadas. Más allá de lo extraño que se percibe desde lo visual (extraño a nivel verosimilitud), el problema principal del film es su esqueleto, ese guión que no funciona a nivel narrativo, acciones, diálogos, ritmo. Predecible y confusa al mismo tiempo.