A million ways to die in the west

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Hay muchas maneras de morir estúpidamente, pero según Seth MacFarlane en el oeste hay más de un millón, porque así es como en “A million ways to die in the west” (USA, 2014) nos contará la épica aventura de Alex Stark (MacFarlane) mientras intenta adecuarse a la época en la que le toca vivir y su particular manera de esquivar la muerte.
Como habitualmente hace en sus series animadas, el director fagocita el género de western (tomando cada uno de los temas y tópicos) y los reinventa, agregándoles su toque personal, más un plus de cultura popular actual (el guiño a “Back to the Future” es hermoso) y bromas escatológicas.
Stark es una persona que vive en una época que no le corresponde y tiene la capacidad de abstraerse del patético entorno y las limitaciones de los seres que lo rodean. Enamorado de Louise (Amanda Seyfried), su mundo se desmorona aún más cuando ella lo deja por Foy, el “villano” millonario del pueblo (Neil Patrick Harris).
Sin un motivo aparente para vivir, ni siquiera la compañía de su amigo Edward (Giovanni Ribisi) y su pareja (Sarah Silverman) harán quitarle de la cabeza las ganas de perderse en el alcohol y escaparse hacia una ciudad con vida y acción.
Hasta que un día llega al pueblo Anna (Charlize Theron) y lo acompaña en sus diarios infortunios y derrotero de calamidades, y comienza a vislumbrar la posibilidad de ver un futuro diferente al que hasta el momento vivió.
Pero hay un pequeño detalle, que hasta casi el final de la historia Stark no sabrá, y es que Anna es la mujer del forajido más peligroso del oeste Clinch Leatherwood (Liam Neeson), quien volverá para recuperarla y enfrentarse en un duelo mortal con él.
Igual hasta ese momento de revelación, que torcerá el destino del protagonista, la aventura seguirá su curso demostrando la capacidad que tiene MacFarlane para construir relatos en los que los perdedores terminan siendo los verdaderos triunfadores.
Respetando casi al pie de la letra los signos e íconos del western (paisajes, escenas de duelo, vestimenta, construcción de los espacios, utilización de la cámara –aunque abusa de los travellings-) seguramente el producto final no será apreciado por aquellos amantes a rajatabla de las clásicas películas de vaqueros (si hay hasta números musicales que hilvanan y suman a la trama).
El resto de los mortales seguramente sí podrá apreciar la apuesta revolucionaria que con esta segunda película de ficción el director nuevamente busca narrar una historia de amor tradicional (como ya lo hizo en “Ted”), pese a que el entorno y el contexto sea completamente revolucionario y adverso.
Las bromas escatológicas, los insultos y la capacidad de mostrar un desmembramiento en pantalla, a la par que la pareja protagónica tiene un primer acercamiento, nada hace opacar la idea que sobre el amor va construyendo desde el primer momento.
Obviamente que este producto no será para todo los públicos, pero si hay que reconocer que MacFarlane se apoya en un gran elenco, que le responde con buenas actuaciones y que sabe que el filme se convertirá en objeto de culto (atentos a todos los cameos) entre todos los seguidores del creador y que tan bien le hace a la cultura popular y a la comedia actual.