Elementos

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

LOS PEQUEÑOS GESTOS

Los pequeños gestos, esos son los que importan en las películas de Peter Sohn; la manera en que el director resuelve conflictos con un mínimo movimiento o, incluso, dejando de lado las palabras o usándolas mientras debajo fluye lo que importa. El corto Parcialmente nublado era una síntesis perfecta de un estilo que luego se profundizaría en la subvalorada Un gran dinosaurio, donde el distanciamiento final entre los protagonistas se daba sólo con un cruce de miradas que era aceptación del destino y sinónimo de que habían crecido en el viaje. Otro detalle del cine de Sohn, le gustan las superficies narrativas simples, incluso los géneros y subgéneros transitados miles de veces. Por eso que mientras miramos sus películas sentimos que no estamos viendo nada nuevo. Y otra vez, lo importante pasa por otro lado, fluye debajo y se revela hacia el final. Elementos, su nueva película bajo el paraguas de Pixar, es otro ejemplo de esto, una historia de amor básica, una historia de amor entre opuestos (como tantas), una de chica conoce chico en la que se aman, se pelean, se vuelven a amar. Y otra vez, lo que importa está en otro lado.

En primera instancia uno veía con cierta desconfianza Elementos porque sus personajes se parecían estéticamente a los de Intensa-Mente y Soul, dos de las películas de Pixar menos interesantes. La diferencia es que aquí no hay analogías sobre el funcionamiento de la vida de los humanos y sobre-explicaciones, sino un mundo fantástico dominado por unas reglas propias que la película no se detiene demasiado en explicar. O si lo hace, lo hace velozmente en la secuencia de arranque en la que papá y mamá de fuego llegan a ciudad Elementos, muñidos de un poco de equipaje, como inmigrantes dispuestos a cumplir sus sueños. La película plantea entonces un mundo de personajes regidos por los principales elementos: el agua, el fuego, la tierra y el aire (sí, medio una pavada, pero recuerden, esto no es Intensa-Mente, por lo cual eso carece de importancia a los dos segundos). Y una gran metrópolis multicultural donde todos conviven a como pueden. Lo que necesitamos saber está ahí, en el arribo de esos personajes y en la interacción con todo lo que los rodea. De la misma manera se cuenta la relación de Ember, la protagonista de fuego, con su padre: un montaje rápido, que sigue el crecimiento de la chica entre situaciones triviales mientras comparten la atención de un pequeño negocio. Y eso es todo, la historia romántica posterior, aquel chica conoce chico, es la forma que encuentra la película para romper aquello, la relación padre-hija, reglada por convenciones, legados y deberes.

Hay también en la historia de amor de Elementos algo de mirada de clase: Ember, la chica de fuego, representa a los trabajadores, a los que tomar una decisión les lleva más tiempo porque -claro- apremian otras obligaciones y responsabilidades. Wade, el chico de agua, el interés romántico de Ember, proviene de una familia progresista de buena posición, lo que le permite ser más una gota en el río, alguien que va donde el destino un poco lo llama. En ese juego de opuestos que se van atrayendo progresivamente la película cae por momentos en algunos subrayados discursivos, especialmente en el personaje de Ember, que en ocasiones abunda en la exposición de sus conflictos internos. Ese aspecto es el que vulgariza un poco la experiencia de Elementos, que contrariamente gana en el apartado visual con un diseño bellísimo y un uso de los colores que logra una enorme expresividad. Lo mismo ocurría en Un gran dinosaurio, donde el entorno que habitaban los protagonistas era clave para su experiencia. Y donde el mismo estaba representado con sumo realismo, impactando con el aspecto caricaturesco de los personajes. Si en aquella un poco representaba el sentido de crecimiento de Arlo, aquí tiene que ver más con las emociones de Ember.

Es posible que para algunos espectadores esperar los pequeños gestos formales de Sohn puede resultar un poco frustrante, cuando la historia no ofrece nada demasiado novedoso. Pero no hacer mención a esos detalles sería un error, porque son los que precisamente hacen que la experiencia de la película valga la pena y la que les otorgan otros niveles a los pasajes más simplificados. Y ahí nos aparece nítidamente la última escena de Elementos, un gesto de la hija al padre que resignifica toda la experiencia y el plano de un pie que abandona un lugar para vivir una nueva experiencia en otro lugar. Sohn es de esos directores que reconocen los múltiples sentidos de una imagen, su poder sintético por encima de miles de palabras. Cuando Elementos apuesta a eso se convierte en una emotiva y pequeña gran película.