5 días sin Nora

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Impresiones.

Muchas veces escribir sobre cine, más que aplicar un sistema de análisis y evaluación a una obra, es una puesta en palabras de las sensaciones disparadas durante la visión de la película. Frente a Cinco días sin Nora me confieso desarmado, porque un examen general de cosas como el guión o la puesta en escena no me deja mucho espacio para una observación más o menos enriquecedora: poco puedo decir de ellos fuera de que son correctos, prolijos, y nada más. Desde la fotografía, pasando por los encuadres hasta llegar a los diálogos, todo lo que veo parece que tuviera una función precisa, como si se tratara de engranajes que echan a andar de manera automática un determinado mecanismo. Hay algo de inercia en Cinco días sin Nora, de película que avanza correcta y desapasionada hacia su objetivo, sin ganas de hacerse preguntas o de indagar en la materia de su universo lleno de muerte, engaños y rituales. Salvo por algunos planos en donde se hace presente un cierto misterio, como los del hielo seco que guarda el cuerpo de Nora o las imágenes de la heladera abarrotada de comida acompañada de instrucciones para su preparación, Chenillo pareciera ensayar una especie de agotamiento de posibilidades cinematográficas en favor de un rigor formal que llama la atención por su frigidez. Vuelvo: frente a una película que no me deja resquicios para pensarla, que no invita a la duda y que esgrime su prolijidad como escudo que desvía los posibles intentos de análisis, no me queda más que el relato mis propias impresiones, y hacerlo de la manera más subjetiva posible.

Hay cosas que se huelen, que quizás tengan una base racional pero que en realidad operan a un nivel puramente sensorial. Los primeros minutos de Cinco días sin Nora me hablaron de una película fría, apagada, que recurría a la corrección más como una manera de tapar la falta de un discurso que como una decisión estética. Es cierto que algo del clima que construye Chenillo se entiende a partir de la historia, los personajes y sus espacios vitales, pero la monumental falta de riesgo de la película no alcanza a justificarse con eso. Me pasaba cuando escuchaba los diálogos, vacíos y rígidos, de una sobriedad casi glacial, que esperaba que surgiera alguna voz discorde, un ruido que desestabilizara un poco el equilibrio sonoro de la película. Lo mismo me pasó con los planos: deseaba como nunca que apareciera una imagen distinta, bella o fea, no importaba, pero una imagen con la fuerza suficiente como para romper con la dejadez visual de la película. Algo de eso ocurrió con los flashbacks: por primera vez la película exhibía errores, fallas que se notaban y que, aunque momentáneamente, parecían poner en crisis el sistema creado por la directora. Los recuerdos de José están insertados a la fuerza, se los notaba a destiempo y quebrando enormemente el esquema narrativo de la película; irónicamente, en momentos como éstos es en donde Cinco días sin Nora se revela más humana: los errores parecieran aportarle una cierta calidez a la gélida rigurosidad anterior. Lo mismo ocurre con las apariciones de Leah: intentos de comedia algo burdos, de trazo grueso y aparatoso en comparación con la meticulosidad del resto de los chistes, los gags a cargo de Leah, incluso cuando ella resulta un poquito irritante y exagerada, son una inyección de vida y calor que disipa algo de la atmósfera helada de la película, como si de repente Chenillo hubiera salido del cómodo mutismo del principio y estuviese atreviéndose a hacer sus primeros balbuceos. Leah no me hizo reír, pero sí ayudó a que la visión de Cinco días sin Nora fuera un poco más soportable.

Seguramente lo único que me generó alguna clase de emoción es el cambio que se da en el personaje de José. Del cinismo del principio a los celos, las dudas y el dolor del final, José recorre un camino interesante como personaje, que le permite jugar con diferentes registros y dirigir la película de un lugar a otro (como él, el film de Chenillo también vira de la frialdad hacia una mayor calidez). José pasó de molestarme e indignarme a invitarme a acercarme a él hasta incluso experimentar una cierta empatía. Ese descubrimiento, ese giro de trescientos sesenta grados que, a fin de cuentas, es el verdadero centro dramático de Cinco días sin Nora, creo que fue lo único que pude encontrarle de valioso, el singular gesto de vida que muestra una película que se propone más como un artefacto narrativo calibrado que como una historia con algo de emoción. Fuera del cambio de José, los planos del hielo y la heladera y de la comedia de Leah, no tengo más nada para decir del film de Mariana Chenillo. Las películas malas al menos me mueven a escribir, al repudio, pero las estrictamente correctas como Cinco días sin Nora solamente me dejan sin palabras.