300: El nacimiento de un imperio

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Ojos bien cerrados.

¿Qué cambió de 300 a esta secuela que transcurre antes, durante y después de la primera? Fuera de que no hay ninguna escena de la potencia de aquel travelling, falso plano secuencia lateral en el que el protagonista se abría paso a través de las filas enemigas, o de que falta un personaje con el carisma de Leónidas y de alguno de sus soldados (como el que interpretaba Michael Fassbender en plan de luchador suicida), ¿cuáles son esos grandes cambios que lograron que una buena parte de la crítica local vea con ojos benevolentes la secuela, siendo que antes había destrozado la anterior? Recordemos, a la primera 300 se la tildó (y en muchas notas se la sigue tildando) de patriotera, fascista, militarista, imperialista, superficial y, créase o no, hasta de nazi. Creo que ninguno de esos adjetivos le caben, que los críticos (no solo los locales) se indignan rápido con historias que no pueden encasillar bajo alguna etiqueta cómoda, y que la crítica de cine suele tener muchos problemas a la hora de separar el mundo ficcional de las películas del nuestro (por el mismo equívoco puede llegar a defenderse una película como 12 años de esclavitud, sosteniendo que la denuncia cinematográfica del racismo puede influir directamente en la vida cotidiana, que sirve de algo). Ahora, si un crítico adscribió a alguno (o a todos) de esos adjetivos, lo cierto es que no debería haber nada en El nacimiento de un imperio que lo haga cambiar de idea: los diálogos ampulosos acerca de la defensa de la patria a cualquier costo, el desprecio por la palabra política, la estetización de la violencia, el tan mentado por los personajes como ridículo “éxtasis de muerte”, la exageración formal que no duda en abusar de los retoques digitales, el ralenti o los planos exageradísimos; nada indica que la secuela haya cambiado en algo la búsqueda de la primera, más bien parece haberla continuado tratando de repetir ciegamente el resultado de una fórmula que alguna vez fue exitosa.

Lo que pasó para que la crítica leyera El nacimiento… como una versión mejorada de 300 fue, simplemente, Eva Green. Ahora hay una mujer guerrera, sádica, asesina sin piedad y consumida por la venganza que ocupa un lugar de importancia en la trama (mujeres así ya había en la primera pero eran personajes secundarios). Ella es la que dirige las tropas de Jerjes, la verdadera artífice del poderío del rey persa; de huérfana y esclava sexual pasa a capitana de una flota interminable, toda una self-made woman. El personaje es seductor y funciona perfectamente en el entorno contruido por originalmente en el cómic por Frank Miller, ese mundo devastado de colores y formas imposibles donde la única acción y reacción posibles son la guerra y la agresión. Pero sucede que la crítica de cine no escapa a los mandatos de la corrección política, y que esa figura femenina y poderosa pareciera haber conquistado irremediablemente a los críticos, como si su sola presencia ya habilitara a decir una o dos cosas buenas acerca del conjunto, por el hecho de no estar ya frente a una película como la primera 300 en la que los hombres son el único motor de los acontecimientos; ahora hay una mujer que se comporta como ellos y que incluso llega a ser más salvaje y sanguinaria, entonces ahí puede observarse una nivelación, una concesión femenina a la propuesta eminentemente masculina de la anterior que le da un toque de diversidad al casting, que convierte la película en un objeto un poco más digerible. Otra cosa es que, estando Eva Green (un poco afeada, es cierto, pero igual de calenturienta que siempre) los críticos ya no tienen que preocuparse por el hecho de disfrutar una película que hace del cuerpo masculino un espectáculo en sí mismo y su principal material de trabajo; el homoerotismo declarado de la primera parece resultar menos incómodo ahora que hay una mujer tetona en medio del mar de pechos y brazos esteróideos.

Lo cierto es que El nacimiento de un imperio sigue de cerca los pasos de 300. Su principal objetivo cinematográfico es lo que, incluso en las críticas favorables, sigue causando molestia: la posibilidad del cine de contar mundos inéditos con sus propias reglas, que no siempre pueden ser juzgados en los mismos términos que el nuestro. En El nacimiento… también se ensalza el combate y el fanatismo militar por sobre cualquier otra profesión (la política apenas si es mostrada al comienzo, y el principal orador es Temístocles, un general), pero no deja de ser rídiculo postular que la película defiende esos valores si al mismo tiempo construye un mundo que nada tiene que ver con el nuestro: no es solo que El nacimiento… transcurre en época distante como la Antigüedad, sino que esa Antigüedad está mucho menos preocupada por la Historia que por la estilización formal y narrativa. Lo que mucha crítica sigue señalando despectivamente como superficial no es ni más ni menos que la apuesta central de la película, y el inexistente anclaje histórico y político de 300 lo muestra perfectamente una nota de Slavoj Zizek en la que se decía que, en contra de la lectura dominante que había hecho el periodismo, 300 era una película anti imperialista, ya que el lugar de gran potencia en ese momento lo ocupaba Persia y no las ciudades estado griegas como Esparta. La lectura anti imperialista suena igual de risible que la otra, por los mismos motivos: las dos se niegan a ver la(s) película(s) en tanto cine, no pueden lidiar con lo que la pantalla les pone delante y necesitan vincularlas de cualquier manera con la actualidad apelando a una conexión fácil e inmediata, que no deja espacio para entrar en contacto con la textura particularmente áspera y cautivante que ofrecen 300 y El nacimiento… Esta vez al menos está Eva Green que, aunque sea por un rato, ayudó a dirigir los ojos de los críticos de nuevo hacia las imágenes.