30 noches con mi ex

Crítica de Rodrigo Chavero - El Espectador Avezado

Luego de la pandemia, la industria nacional comienza a cobrar velocidad y fuerza con un par de estrenos fuertes, que tendrán gran cantidad de pantallas en este mes.
El primero de ellos es «30 noches con mi ex», debut en la dirección del popular Adrián Suar, quien se pone al frente de una producción local con buenos rubros técnicos e intérpretes con experiencia, pero con poco impacto a la hora del resultado final. Es cierto que Suar nunca se especializó en protagonizar dramas (si bien coqueteó como intérprete en la fallida «El día que me amen») ni en ningún relato donde los climas emocionales dominen la pantalla. Por el contrario, su línea fue hacer un tipo de cine directo, básico, poco rutilante, divertido (hay que reconocerlo) y con cierto resultado en taquilla.
Quizás por eso sea una novedad «30 noches con mi ex». En su primer trabajo detrás de las cámaras, el director elige un relato que se presenta como comedia , pero posee una fuerte veta dramática que subyace y cobra fuerza en un determinado momento. Desafío resbaladizo para un experimentado hombre del humor familiar, que no salió tan bien como podría esperarse.
La historia nos trae a «la loba», Andrea (Pilar Gamboa, solvente siempre), quien se encuentra en una clínica psiquiatrica, intentando volver al mundo social. Algo sucedió hace unos años y se separó de su pareja, «el Turbo» (Suar), al cual no ve hace tiempo. Pero ella necesita, por recomendación del profesional tratante, para completar el proceso de readaptación e inserción que busca, a su hija (que hoy tiene 20 años) y a su ex, quienes por un espacio de 30 días deberán recibirla y acompañarla a que retome actividades, intereses y rutinas.
«La Loba y el Turbo» fueron una pareja intensa, pero algo hizo que en algún momento, se perdieran.
Turbo vive constantemente pendiente de su actividad laboral y al principio la idea le cuesta, siendo que realmente hace tres años que no sabe nada de su ex, y tiene su propio ritmo y objetivos de vida. Pero a no engañarse, lo que tuvieron en su momento fue fuerte.
En ese sentido, el punto alto del film lo aporta Andrea, una figura frágil, inquieta, anárquica, espontánea, ilimitada. Gamboa, actriz de raza y todoterreno, despliega su habitual solvencia y carisma para encaminar su personaje con acierto. Suar contrapone ese rol con el suyo, pleno de abundantes dosis de gags cortos, en ráfagas y situaciones disparatadas resueltas con oficio.
Sin embargo, no hay tanta química en esta pareja y algunas situaciones se resuelven de manual, sin demasiado acierto y con trazos gruesos. Hay secundarios que hacen un aporte discreto (Campi, sin ir más lejos) pero eso es responsabilidad exclusiva del guión.
Ese costado emocional de vulnerabilidad que se experimenta cuando el film promedia, suena forzado (este cambio que los protagonistas experimentan en relación a su nueva convivencia) y queda lejos del voltaje del inicio de la peli. Se que esa era la intención pero a pesar del esfuerzo de Gamboa, el resultado no es del todo satisfactorio. Suar es muy bueno haciendo reir, pero le cuesta transitar el «lado oscuro» con llegada.
Creo entender que el Chueco (y seguimos con los apodos) se la jugó para proponer una comedia dramática novedosa para la escena local. Pero el resultado es desparejo. Hay en «30 noches con mi ex» buenas intenciones y algunos pasajes que entretienen aunque en el balance final salimos de la sala esperando más.
Más allá de eso, es motivo de celebración que el cine argentino que moviliza, recupere lugar en cartelera. Con el tiempo, el camino de avance de la industria se diversificará en mejores propuestas de género, seguramente.