Las vírgenes poseídas. Luciferina es la primera de tres películas de terror que conformarán La Trinidad de las Vírgenes, una saga de tono fantástico escrita por Gonzalo Calzada que narra las historias de tres jóvenes vírgenes que, en la misma noche y en extremos opuestos de la ciudad de Buenos Aires, son víctimas de un estado de posesión. Natalia es una joven de 19 años que tiene el extraño don de poder ver el tipo de aura que tiene la gente, una especie de luminiscencia que se manifiesta en el contorno de las personas. Esto la lleva a desarrollar un carácter introvertido y a vivir recluida como aspirante a novicia en un convento. El suicidio de su madre la obligará a salir de su lugar de confort y aislamiento para enfrentar un secreto que su familia oculta sobre su pasado y sobre el origen de este raro poder. Buscando averiguar la verdad emprenderá junto a su hermana y un grupo de amigos un viaje iniciático a una isla del Tigre donde participará de una experiencia con una bebida sagrada conocida como ayahuasca. Solo a través de esa experiencia logrará conectarse con su propia luz y realizar el ritual para librarse de la posesión que la tiene atrapada desde su nacimiento. Con una estética muy cuidada y recursos técnicos que nada tienen que envidiarles a las grandes producciones del género a las que estamos acostumbrados, Luciferina hace un muy buen trabajo en la construcción de sus personajes, con obvio énfasis en Natalia pero también en los que conformarán ese grupo de amigos que viajará al Tigre, para ir, lentamente al principio y más intensamente al final, incluyendo los elementos sobrenaturales que hacen a la historia. La simpleza en su introducción sumada a la inclusión del elemento de los alucinógenos que consumen los personajes (algo que fue noticia hace unos años) ayudan a darle a esa parte fantástica el grado de seriedad y verosimilitud suficiente como para explotar su significado, este sí para nada simple sino muy complejo. En términos de género, la película también cumple con su objetivo de prepararnos para los momentos de mayor terror en favor del impacto que estos ya tienen de por sí, las ambientaciones son las clásicas de un film de horror, los enredos entre los personajes y lo que representa cada uno es otro factor que ayuda a la trama general a partir de actuaciones protagónicas acorde al desafío de la historia y la puerta abierta que deja esta primera entrega de La Trinidad de las Vírgenes se suma al suspenso generalizado que la idea integral de Gonzalo Calzada viene a proponer en sus tres partes. Luciferina es una prueba más de que el cine argentino de terror no solo es posible sino que está en condiciones de competir con los gigantes extranjeros en un plano de igualdad técnica, dramática y narrativa.
El terror vive en tu casa. Ambientada en la Irlanda rural de la década del veinte, The Lodgers es un relato oscuro y siniestro que gracias a la propuesta estética de su director, Brian O'Malley, y sobre todo de las actuaciones de sus protagonistas, Charlotte Vega y Bill Milner, se erige como una obra opresiva y tétrica con muchas reminiscencias al terror gótico clásico. Rachel y Edward acaban de cumplir 18 años y, lejos de que sus vidas adopten el tinte liberador de quien adquiere la mayoría de edad, los horrores que siempre los atormentaron no harán sino empeorar. Sin la presencia de sus padres, muertos por suicidio, estos hermanos gemelos están atados a la mansión en la que viven y acaban de heredar, pero ese vínculo con la casa sobrepasa los límites de la simple propiedad del inmueble. Porque aunque no lo parezca, Rachel y Edward no viven solos. Ya desde el comienzo la película se plantea como un relato bastante hermético, con locaciones que nunca exceden la mansión donde viven los protagonistas y la pequeña aldea vecina de donde vendrá el elemento disruptivo de la historia. Porque resulta que esos inquilinos a los que se refiere el título de la película son unas presencias fantasmagóricas que viven debajo de la mansión y se aseguran la buena “convivencia” con Rachel y Edward a partir de tres reglas que los hermanos no deben romper. Nunca estar fuera de la casa después de la medianoche, nunca dejar completamente solo al otro y jamás permitir el ingreso de un extraño a la casa. Conforme avanza el relato, no solo estas tres reglas harán las veces de guía para una historia que inicialmente tiene a sus protagonistas como dos figuras pasivas que se someten a la imposición que estos inquilinos les imparten sino que lentamente nos iremos acercando al verdadero motivo por el que estos jóvenes deben vivir una existencia prácticamente de esclavitud y este tiene que ver con el oscuro pasado de su familia. El riesgo cada vez más inminente de romper alguna de las tres reglas (como el momento en el que el abogado de la familia visita a Rachel y Edward con noticias sobre su cada vez más pequeño patrimonio heredado) y ese secreto familiar que pugna por ser descubierto son los elementos que mantendrán expectante a la audiencia hasta que uno de los protagonistas logra romper con ese estado de pasividad esclava. Se trata de Rachel, quien ha encontrado el amor. Con esas incógnitas bien planteadas y actuaciones principales dignas de ser destacadas es que Los Inquilinos consigue sus principales méritos dada su poca cuota de creatividad al plantear una historia de horror que, excepto por algún que otro detalle, hemos visto infinidad de veces.
Nunca es tarde para animarse Florence Foresti, Mathieu Kassovitz, Nicole García y Olivia Bonamy protagonizan esta comedia dramática cuya autoría corresponde enteramente a Anne-Gaëlle Daval, quien por primera vez se aleja de su área de especialización como es el diseño de vestuario no sólo para escribir sino para dirigir esta promisoria ópera prima. Lucie (Foresti) es una simpática señora de mediana edad que divide su tiempo entre la crianza de una hija adolescente algo conflictiva y la ayuda laboral que le proporciona a su madre en la particular profesión del mantenimiento -si es que puede llamarse estético- de un cementerio. Pero ni los vaivenes en la relación con su hija, las constantes críticas de su madre o incluso la aparentemente superada etapa que la viera padecer un cáncer bastante cruento motivan la verdadera preocupación de Lucie. No hay muchos nombres o adjetivos para referirse a lo que le pasa. Es algo así como una constante opresión en el pecho, una angustia permanente causada por esa horrible sensación de nunca haberse dedicado a uno mismo, de estar siempre pendiente de los demás o de satisfacer las expectativas que otros tenían para su propia vida, la de Lucie, quien paradójicamente nunca la sintió como propia. Encontrar una profesión que le apasione, le dicen algunos; encontrarse un buen marido, le dicen otros (su madre); o simplemente pensar primero en sí misma, en lo que ella quiere, le dicen los de más allá (su hija). Pero por más sugerencias que le den, Lucie sigue a la deriva. La película se plantea como una comedia bastante sutil que inicialmente puede dar la sensación de que encontrará sus momentos más dramáticos a partir de la grave enfermedad que padece la protagonista a pesar de encontrarse ya en estado de remisión. Pero la cosa no viene por ahí. Con ese tono de sutileza cómica, esta historia construye lentamente a un personaje algo inseguro, sufrido y altamente propenso a ganarse la empatía del espectador para utilizar el tema de la enfermedad como un motor de cambio para problemas mucho más profundos cuyo origen se remonta a un período muy anterior a ese en el que las células cancerosas empezaron a desarrollarse en el cuerpo de Lucie. Y esto se traduce en una maravillosa escena en la que la charla que la protagonista mantiene con una vendedora de pelucas se pasa un poco de los límites de la normalidad que uno podría esperar entre alguien que quiere concretar una venta sin salirse del marco de la sensibilidad mínima que hay que conseguir con un cliente que busca cubrir las huellas de una enfermedad que casi la mata. Porque Lucie no encuentra la respuesta a sus dudas existenciales hablando con su madre o tratando de limar asperezas con su hija. Ni siquiera por medio de la relación que empieza a construir con el carismático y sensual Clovis (Kassovitz). La solución viene de la mano de un peculiar grupo de baile/terapia de grupo conformado por varias mujeres que sufren tanto como Lucie y cuya profesora es nada menos que la vendedora de pelucas. La más bella es una historia de superación, amor a la vida, esperanza y segundas oportunidades que consigue plasmar en forma de comedia no tan ligera la idea de que la satisfacción que podemos llegar a tener con nuestra parte exterior o física en todos los niveles y nuestra capacidad para asignarle la cuota justa de importancia tiene su raíz en cuestiones internas mucho más difíciles de ver o asimilar pero tanto más valederas y potentes como agentes de la felicidad.
El baile de la muerte. Jennifer Lawrence y Joel Edgerton protagonizan esta historia de espías que retoma muchos conceptos del viejo cine de espionaje para combinarlos con temáticas, tecnologías y estilos muy actuales. Lawrence vuelve a reunirse con el director de las últimas tres películas de Los Juegos del Hambre, Francis Lawrence, quien cuenta además con un elenco que incluye a la nominada al Oscar Charlotte Rampling y al ganador del Premio de la Academia Jeremy Irons. Y esa actualidad tiene que ver con el personaje principal. Jennifer Lawrence interpreta a la rusa Dominika Egorova, una hermosa joven que debe asistir a una especie de escuela de espías conocida como Red Sparrow para luego poder servir a su país en misiones de altísima complejidad. Pero su entrenamiento quedará trunco dada la urgencia de una tarea en particular que la inteligencia rusa necesita realizar y que solo Dominika puede conseguir. Su objetivo se llama Nate Nash (Edgerton), quien vendría a ser el equivalente de Dominika en el mundo del espionaje pero para el bando contrario, los Estados Unidos. Resulta que Nash ha logrado infiltrarse en los más oscuros secretos rusos para dar con el nombre de un topo, un traidor que está pasando información confidencial a los americanos y es tarea de Dominika seducir a Nash para hacerse con el nombre del desertor. Ya desde esa premisa la película aborda la temática de la belleza femenina como un instrumento para lograr un fin y esto lo hace con la estética, los giros inesperados y el suspenso característico de ese cine clásico de espionaje aunque muy lejos de su faceta machista y anticuada en su tratamiento. Ya en esa etapa de aprendizaje y a partir del personaje de Charlotte Rampling, una especie de institutriz para los alumnos de Red Sparrow, es que la película aborda el tema, minimizando el valor superficial que se le da a la estética, al sexo y a todo lo que tenga que ver con la carne, entendida como algo ajeno tanto a la mente como a lo que verdaderamente define a una persona. Y esta mirada general estará presente durante el resto de la trama que tiene que ver con el trabajo de inteligencia y supervivencia que la protagonista encarará cuando se vea atrapada entre su gobierno que la utiliza, no la valora y de hecho la amenaza con matar a su madre si no cumple con sus cometidos y el bando contrario que le ofrece asilo y protección a cambio de traicionar a su patria. Su decisión se tornará todavía más difícil cuando empiece a desarrollar sentimientos que van mucho más allá de lo laboral por su objetivo, el agente Nash. Pero en medio de esto falta algo. La película no empieza con agentes secretos ni con persecuciones a alta velocidad o un tiroteo en las calles de Moscú. Empieza en el Bolshoi. Lo primero que sabemos de Dominika es que es bailarina clásica y está protagonizando las primeras funciones con el ballet Bolshoi, tal vez el más prestigioso del mundo. Todo esto le permite pagar las cuentas de la casa y mantener a su madre enferma. Pero el final de su primera función termina en tragedia cuando la estrella masculina del espectáculo aterriza luego de un salto particularmente difícil sobre el gemelo izquierdo de Dominika en pleno escenario, arruinando la función, la pierna de su compañera y su promisoria carrera. Ese desencadenante, que de la noche a la mañana arruina la vida de la protagonista, es el que da pie a lo ya dicho cuando el tío de Dominika, funcionario del gobierno ruso, le propone servir a su país (y continuar aportando plata al hogar) mediante el programa Red Sparrow. Que sea su propio tío el instrumento de la corrupción y extorsión del gobierno ruso es lo que termina de moldear al personaje de Dominika y su lucha contra el abuso del que fue víctima en todas las etapas de su vida. Red Sparrow combina una buena historia de espionaje clásico con la complejidad de un relato moderno con buena carga de compromiso social. El elenco principal, las vueltas de tuerca sobre el final y el permanente clima opresivo que la película mantiene de principio a fin terminan de darle forma a una gran propuesta de cine de suspenso, con toques de policial negro y escenas de una crudeza estremecedora.
Sueños de libertad Joaquín Cambre dirige a Ángelo Mutti Spinetta, Leticia Brédice, Germán Palacios, Luis Machín y Angela Torres en una comedia con toques de fantasía y ciencia ficción que sigue los pasos de Tomás, un adolescente que decide que la mejor forma de escaparle a sus problemas es irse a vivir a la Luna. Es así de literal. Tomás quiere irse a la Luna. Porque alcanzada la edad de catorce años este joven ya tuvo suficiente con un padre que no le lleva mucho el apunte, una madre extravagante que sólo piensa en irse a un tiempo compartido en Brasil, una hermana que se dedica solamente a copular con su novio, su psicólogo que hace gala de una haraganería total y a la primera de cambio lo medica en vez de ahondar en un trauma reprimido de su pasado y, para colmo de males, una pizpireta vecina que a pesar de la conexión que experimenta con Tomás sigue aferrada a su novio que, siendo algo mayor que ella, igualmente se presenta como un ganso importante. Y ante este estado de situación, lo único que siempre tuvo sentido en la vida de Tomás será la vía de escape para este adolescente que de forma casera pero nada improvisada comienza la construcción de una nave que lo pueda trasladar lejos de sus problemas y cerca del satélite natural que admira con su telescopio desde que tiene uso de razón. La ópera prima de Joaquín Cambre se presenta como un relato atractivo, fresco y atrapante en un comienzo, que se encarga de presentarnos al típico adolescente tímido, curioso, medio outsider, con intereses poco convencionales y un talento natural para recibir las cargadas de sus pares que mucho hemos visto en su versión hollywoodense pero que escasea en nuestro cine nacional. Sin ser una mega revelación de la actuación, Ángelo Mutti Spinetta consigue darle forma a este personaje para ganarse la empatía del espectador más temprano que tarde, tarea para la que recibe la ayuda de un guion inicialmente sólido para construir a los personajes y de un elenco complementario que con Leticia Brédice, Germán Palacios, Luis Machín y Ángela Torres acierta en cada una de las aristas relacionales que maneja el protagonista. Luego, la historia sostiene ese nivel de interés y atractivo mientras se ciñe a esa premisa del adolescente conflictuado que debe lidiar con un entorno familiar y social que, lejos de ayudarlo, atenta contra su salud mental. Los problemas empiezan con el viaje a la Luna. Y esto ocurre porque la resolución de todo lo planteado por la trama hasta este segmento estilo ciencia ficción busca ser una reflexión medio esotérica que mezcla elementos de la realidad con otros que le escapan a esta de una forma metafórica muy poco clara y rebuscada, que termina decantando en una confusión total que lamentablemente echa por tierra todo lo construido hasta el momento. Con buenas actuaciones secundarias que apuntalan a un protagonista algo inexperto, buenos recursos técnicos y una historia bastante original, Un Viaje a la Luna es un buen intento del cine nacional por aportar su propia visión del crecimiento de un adolescente en estos tiempos de frenético de avanzar y quemar etapas en más de un sentido.
Deuda de amistad El nombre del director inglés Ken Loach probablemente llegara a oídos del gran público en estas latitudes por primera vez el año pasado cuando estrenara su muy aclamada Yo, Daniel Blake, película que alrededor del mundo cosechara 30 nominaciones a distintos premios de los cuales ganó 25. Tal vez de la mano de esa reciente popularidad es que llega a nuestros cines otra de las 51 producciones que ha dirigido Loach a lo largo de su carrera. Se trata de Route Irish, un film de 2010 que de forma muy cruda aborda el tema de la amistad en tiempos de guerra. Con una estética muy similar a lo visto en Yo, Daniel Blake -bien minimalista y despojada de rebuscados recursos fílmicos- Route Irish aborda la relación de amistad de toda una vida entre dos hombres de mediana edad al momento en que uno de ellos encuentra la muerte de forma prematura. Fergus (Mark Womack) nunca ha tenido mucho éxito en términos laborales y cuando su participación como contratista en la guerra de Irak le devuelve como saldo poco dinero y el deceso de su mejor amigo Frankie (John Bishop), siente que su vida carece de cualquier tipo de motivación. Sin embargo, mientras se la agarra con todo aquel que le dirige la palabra mientras encuentra la forma de pasar por la etapa de luto por la muerte de su amigo, algunas incongruencias y puntos oscuros empiezan a surgir respecto a lo que verdaderamente pasó el día que murió Frankie. Motivado por la culpa que siente porque él fue quien convenció a Frankie de acompañarlo en su empresa bélica y ávido de saber la verdad sobre el fin de la vida de la única persona que le diera un significado a su vida, Fergus iniciará una errante y desorganizada investigación con el fin de darle algún tipo de cierre a esta situación que lo atormenta. Un rasgo muy característico de este director, que en este caso vuelve a aparecer nítidamente, consiste en darle a este tipo de historias un clima muy gris, apagado, como si la atmósfera que rodea a los personajes fuera un reflejo de lo que están experimentando y la desesperanza que acompaña a cada uno de sus actos. Y es gracias a ese manejo inicial de los climas que la película nos prepara para los cambios que en este sentido sufrirá cuando veamos a sus protagonistas, en clave de flashback, en situaciones más agradables. La relación que desde siempre unió a Fergus con Frankie, la aparición de la esposa de este último, la forma en que este y otros acontecimientos afectaron su amistad sin poder eliminarla y el fatídico lapso en Irak que vuelve a desembocar en un Fergus solitario, animado solamente por descubrir lo que realmente causó la muerte de su amigo son los elementos que irán delineando una trama que conmueve desde la intensidad de la relación entre sus protagonistas y suscita intriga a partir del misterio de la muerte de uno de ellos. Con un muy buen trabajo protagónico de Mark Womack, la película consigue generar ese interés a partir de lo que su personaje va descubriendo al tiempo que encuentra los momentos justos para sustentar ese relato en un contexto que incluye y analiza temas como la amistad, los pequeños sueños con que la gente carente de esperanza se conforma, la apasionada forma que tienen de afrontar la pérdida de esos sueños y el elemento de la guerra que acá también dice presente de forma cruel, inmisericorde y, sobre todo, teñida de secretos, conspiraciones y corrupción.
Por suerte es la última En el año 2011 la novela de E. L. James, Cincuenta Sombras de Grey, se convirtió en un fenómeno mundial a partir de sus números de ventas, los que convirtieron al libro en un best-seller instantáneo, y de la temática que abordaba, ubicando entre las más leídas a una obra sobre relaciones de pareja que incluía un componente sexual muy fuerte con prácticas sadomasoquistas explícitas. Esta primera parte de la historia encontró en Cincuenta Sombras más Oscuras y Cincuenta Sombras Liberadas sus dos secuelas que luego serían llevadas al cine por el director James Foley con las actuaciones protagónicas de Dakota Johnson y Jamie Dornan. Esta tercera adaptación no fue dividida en partes, como ocurrió con otras sagas, por lo que viene a ponerle punto final a uno de los sucesos fílmico literarios más controversiales de los últimos tiempos. Retomando lo ocurrido en Cincuenta Sombras más Oscuras, esta tercera entrega se inicia con la boda entre Anastasia Steele (Johnson) y Christian Grey (Dornan). No ha pasado tanto tiempo en términos cronológicos pero por todo lo que ha vivido la pareja parece bastante lejano aquel primer encuentro en el que Anastasia se presentara en la recepción de uno de los edificios más majestuosos de la ciudad de Seattle como una simple estudiante de literatura inglesa. Su objetivo: entrevistar para un trabajo de la facultad a uno de los billonarios más carismáticos y codiciados del mundo, Christian Grey. Se iniciaba de esa manera una relación tumultuosa que tendría sus idas y venidas a partir del trauma que desde su niñez afecta a Grey, con una madre muerta cuando él tenía cuatro años por adicción a las drogas, una familia adoptiva que lo llenara de riquezas y una relación prematura a la edad de quince años con una amiga de su nueva madre. Estos elementos hicieron causa común en la psique de este multimillonario lo que le dejó como consecuencia una necesidad física y psicológica de afrontar sus relaciones sexuales desde una iniciativa de dominación para con sus parejas que incluye un sistema de premios y castigos, el uso de distintos artefactos sadomasoquistas y ese deseo inmanejable de controlar todo lo que lo rodea, incluso a su prometida Anastasia. Como ocurrió en las películas anteriores, la línea argumental que le aporta el conflicto a la historia tiene que ver con un elemento ajeno a la pareja Anastasia-Christian que se resuelve de forma simplificada en pos de darle más relevancia a la relación amorosa de los protagonistas. Ahora bien, el término “simplificada” en este caso actúa como un eufemismo para decir que Jack, aquel primer jefe de Anastasia en su trabajo en la Editorial Independiente de Seattle, ha vuelto para cobrarse venganza luego de que su intento de acosar físicamente a la flamante señora Grey terminara con su carrera profesional y lo llevara a la cárcel. Sin revelar cómo terminan las acciones de Jack en su intento de destruir a los recién casados, pueden remitirse a todo el drama del contrato de la primera película o a la intervención del personaje de Leila Williams en la segunda, elementos que deberían aportar suspenso para que la historia avance y que quedaron truncos con excesiva velocidad convirtiéndolos en un sinsentido para la trama general. Tanto esas líneas argumentales conflictivas como aquellas alternativas con los personajes secundarios allegados a los protagonistas (la mejor amiga de Anastasia, Kate, y su romance con Elliot, hermano de Christian, que en algún momento parece tambalear, la presencia de la otra hermana de Christian, Mia, o de José, amigo de Kate y Anastasia, que no terminan en nada o la aparición de Elena, quien iniciara sexualmente a Christian a los quince años y también es borrada rápidamente y sin consecuencias) son meras distracciones de los conflictos que experimentan Christian y Anastasia. Este hecho, criticable de por sí, podría llegar a encontrar una explicación si esa relación principal fuera interesante desde los matices que presenta o los giros que experimenta. Siempre es lo mismo. Siempre ese elemento de dominación es el problema y siempre se termina resolviendo igual. No hay sustento narrativo para que la pareja se enamore, las peleas se reiteran hasta el hartazgo y la mínima intriga que puede generar el pasado de Grey y cómo este afecta a su actual yo queda en la nada al igual que todo el resto de una trama que resulta caprichosa, repetitiva y sosa ya que lo único que parece buscar es una excusa para exhibir a los personajes semidesnudos usando correas, látigos y demás elementos afines.
Tres amigos con un destino Clint Eastwood dirige este largometraje que centra su atención en tres jóvenes estadounidenses que en agosto de 2015 estuvieron a bordo del tren que unía Ámsterdam con París donde un hombre armado atentó contra la vida de todos los pasajeros a bordo. La curiosidad de esta producción tiene que ver con que Alek Skarlatos, Anthony Sadler y Spencer Stone, los protagonistas del hecho, actúan en la película haciendo de sí mismos y, de esta forma artística y casi documental, reviven los horrores que tuvieron lugar en aquel tren europeo. A partir del relato de primera mano de los protagonistas y de los libros que estos escribieron luego del hecho, el gran director californiano propone en esta película un viaje por la vida de tres jóvenes que lejos está de glorificarlos o ponerlos en una situación de lástima frente al público sino que lo que se busca es relatar tres historias que, como ocurre con las de todo el mundo, jamás podrían anticiparse como el camino hacia una situación tan traumática como esta del tirador del tren a París. De esta manera, Eastwood realiza un repaso por la vida de Alek Skarlatos, Anthony Sadler y Spencer Stone desde que se conocieran en la escuela primaria, etapa particularmente problemática para el trío, pasando por la adolescencia y terminando en una temprana adultez que en 2015 los encontró de viaje como mochileros por Europa. En un análisis de tipo más convencional, vale decir que el director consigue involucrarnos en la vida de estos tres chicos diferenciándolos perfectamente por las individualidades que los caracterizaban pero sin perder de vista su funcionamiento grupal como amigos. Establecida esta base narrativa, el recorrido se vuelve un tanto más profunda mientras la trama empieza a acercarse a su tesis que tiene que ver con el destino de sus protagonistas. Sin complicarse con reflexiones demasiado esotéricas o existencialistas, la película recurre a la simpleza de sus personajes para establecer que por más lejano que esté el cumplimiento de una meta en la vida (como la infancia de estos tres chicos parecía anticipar), ese destino o esa tarea para la que nos creemos que fuimos hechos siempre es plausible de concretar de alguna forma u otra (y esa imprevisibilidad es clave para la historia) si no perdemos el foco y orientamos nuestros esfuerzos hacia ella. Ahora bien, un comentario final está algo alejado del análisis convencional cuando un director tan reconocido como Clint Eastwood se propone, a los 87 años, dirigir a tres muchachos que no solo debutaban en el cine con esta película sino que nunca estuvieron ni cerca de pasar por un set de filmación en sus vidas. Queda de manifiesto una vez más la maestría de Eastwood cuando vemos este resultado final en el que los trabajos de los protagonistas están completamente a la altura desde lo actoral a la vez que le agregan el realismo total de estar interpretándose a sí mismos, cosa que en pantalla se refleja en todo momento.
Otra de exorcismo trucho, y van… Basada en hechos reales, la nueva película del director Xavier Gens (Hitman, The Divide) aborda un caso de exorcismo seguido de asesinato por crucifixión, como reza el título de la película. Al director francés se suma un elenco de múltiples orígenes con la inglesa Sophie Cookson, el rumano Corneliu Ulici y el más conocido español/argentino Iván González. En el año 2004, un pequeño pueblo ubicado en las afueras de Bucarest, Rumania fue el escenario de un brutal asesinato, cuya resolución todavía hoy está lejos de ser clara. El padre Dimitru, párroco de la localidad, fue arrestado junto a un reducido grupo de su congregación luego de que le practicara un exorcismo trunco a una de las monjas de su monasterio, Adelina Marinescu, de 23 años de edad, quien murió camino al hospital luego del ritual inconcluso. Esta película que da cuenta del hecho retoma los acontecimientos desde la perspectiva de Nicole Rawlins (Cookson), una periodista neoyorquina cuyo interés por el caso la lleva hasta Rumania para intentar desentrañar una verdad que mucho tiene que ver con sus propios demonios personales. Películas de terror sobre exorcismos hemos visto miles, desde ideas retorcidas e inverosímiles hasta grandes producciones que trascienden el género como puede ser El Exorcismo de Emily Rose. El caso de La Crucifixión está emparentado con esta última porque ambas cintas están basadas en casos reales. Pero solo por eso. Porque lo que tenemos es un relato chato, que empieza por contar el caso de exorcismo devenido a asesinato antes mencionado para pasar inmediatamente a la óptica de la protagonista de la cuestión que es la periodista Nicole Rawlins. Tanto sus descubrimientos sobre el caso como su pasado con una madre que muriera tras rechazar un tratamiento médico por motivos religiosos en ningún momento logran captar la atención del espectador que a duras penas puede mantenerse atento en busca de ser sorprendido por lo extraordinario del caso que, recuerden, ocurrió realmente. Como representante de su género, la película sólo asusta cuando recurre al viejo truco del impacto mediante alguna cara fantasmagórica o una aparición repentina. No se usa la música para inducir al clima que antecede al susto y la historia por sus propias características está lejos de propiciar ese ambiente. Las actuaciones, poco destacadas también, tienen poco con qué trabajar en un contexto en el que incluso desde el director se atenta contra ellas a partir de varios planos para las escenas dialogadas que obligan a los actores a mirar directamente a la cámara, recurso que lejos de aportar algo narrativa o dramáticamente les quita verosimilitud a los ya de por sí flojos parlamentos de los personajes. El público amante del cine de horror podrá apreciar ciertas locaciones y ambientaciones propias del género, la buena calidad técnica de las escenas más sangrientas o simplemente sumar una más a su lista de historias terroríficas vistas en la gran pantalla. Pero nada más.
Viaje hacia el pasado. Miguel Ángel Solá, en la que tal vez sea la mejor interpretación de su más que prolífica carrera, le da vida a Abraham, un inmigrante polaco judío que llegó a la Argentina en los cuarenta luego de huir del holocausto nazi. En una película que combina el viaje de una vida con la aventura espiritual de un hombre, El Último Traje ofrece una mirada muy particular, sensible y sobre todo argentina de uno de los capítulos más sombríos de la historia moderna. En su segundo largometraje como director, Pablo Solarz propone una historia que se suma a la extensísima lista compuesta por films de todos los orígenes que de una forma u otra tocan el tema de la segunda guerra mundial y, sobre todo, las consecuencias que esta produjo en sus víctimas. Pero ahí está la cuestión: con tanto filmado, esta no es una más entre ese vasto montón. Primero porque empieza en Argentina. Abraham, polaco de nacionalidad y judío de fe, tiene perfectamente claro que cualquiera de los días que le está tocando enfrentar puede ser el último. Por eso organiza una reunión familiar con vistas a organizar un poco el patrimonio que le heredará a su familia y otro poco para tener una despedida más o menos formal de sus seres más cercanos. Porque ellos tanto como él saben que su partida está cerca. Lo que ignoran es cuánto. Ya desde ese inicio la película logra captar la atención y esto responde a tres elementos principales. En términos narrativos lo que tenemos es a un hombre muy mayor que busca poner sus cosas en orden antes de su partida definitiva pero lo que se percibe es que ese último tren de la vida al que ya parece haber abordado todavía cuanta en su itinerario con una parada previa. Porque ese orden familiar que parece ocupar toda la atención de Abraham está lejos de ser su meta principal. Esto lo empezamos a soslayar con la forma que tiene el personaje de referirse a su pasado, a su Polonia natal en particular y a lo que vivió en los pocos días que pasó en su tierra de origen. Algo hay allí que no está resuelto, algo le falta resolver en Europa. Y cuando Abraham escapa de la bendita reunión familiar y saca el primer pasaje disponible para Madrid, el verdadero viaje comienza. Establecida esa intriga central de forma velada, dejando mucho espacio para que el público elucubre tranquilo, se hace presente en simultáneo el segundo elemento que destaca a la película ya desde el comienzo y que se mantendrá hasta el final. Y este se refiere a las pequeñas escenas. Con diálogos construidos casi de forma independiente en términos de ritmo propio con respecto al largometraje al que pertenecen, resultan muy difíciles de olvidar la escena que Abraham comparte con su bisnieta, el vínculo que establece con el joven al que ayuda en el aeropuerto de Madrid, la relación que rápidamente forja con la dueña del hostal en que se hospeda, el inesperado encuentro en la estación de tren de Berlín con una joven alemana que se atreve a cuestionar sus creencias y la ayuda que recibe de una amorosa enfermera polaca. Todos esos pequeños grandes momentos tienen vida propia a partir de una brillante construcción de personajes -que en prácticamente cinco minutos consiguen conquistarnos- y que en su conjunto le dan vida a ese relato que lleva a Abraham por toda Europa buscando saldar su última cuenta pendiente. Y para el final hay que dejar la tercera pata de este trípode porque es la fundamental. El compromiso actoral de Miguel Ángel Solá para esta producción es tal que estaríamos en presencia de un trabajo consagratorio (si es que a este veterano del arte le cabe ese adjetivo a esta altura) incluso si al actor argentino le tocara interpretar a un argentino que pasó toda su vida en Argentina, habla con acento argentino y no tiene que moverse de Argentina. Sus gestos, su manejo de los silencios, su gracia para hacer reír y su profundidad para emocionar quedan plasmados en todas y cada una de las escenas que protagoniza, que son la mayoría. Y como si eso fuera poco, no le toca hacer de ese argentino lleno de argentinidades. Le toca un polaco judío que vino a Sudamérica de chico escapando de los nazis. El acento, la inflexión de su voz, los términos que usa y la forma que tiene de expresar su forma de pensar en cada frase que pronuncia hacen de este Abraham un personaje tan entrañable como la historia que protagoniza. Y todo eso es mérito de Solá. Con un elenco completado por Martín Piroynski, Ángela Molina, Natalia Verbeke, Julia Beerhold y Olga Boladz, El Último Traje es de esas películas a las que no les falta nada, con enormes actuaciones, grandes personajes, buena música, una historia sólidamente construida y un final conmovedor que además de emocionar también se hace del tiempo para dejarnos una profunda reflexión de vida. Bravo.